La sinceridad es lo que te hace auténtico y verdadero; es la interrelación de lo que se siente, lo que se piensa y lo que se dice.
Cuando decimos lo que no sentimos estamos expuestos a ser descubiertos porque el nerviosismo y la mirada nos delatan; ahora, que siendo frío y calculador podría pasar desapercibido. La palabra puede ser engañosa pero no las emociones, aunque en ciertos momentos hay que tener capacidad de autocontrol para poder equilibrar las emociones y expresarte con sinceridad. Se puede ser prudente y diplomático, pero no hipócrita.
La sinceridad lleva parejo la honestidad. Cuando faltan estas virtudes surge la desconfianza y las relaciones dejan de ser fluidas tanto en los centros de trabajo, como en las asociaciones o agrupaciones diversas, pero por desgracia el mayor sufrimiento se produce en la propia familia. Siempre hay alguien que se encarga de enturbiar las relaciones y siempre es producto de los celos porque te ven como rival y se sienten en la obligación de competir para vencer. El arma de los celos es la mentira, cóctel explosivo para dinamitar a cualquiera.
Generalmente los conflictos están urdidos por las féminas: dicen que los peor avenidos son suegras, nueras y cuñadas; tampoco las hermanas y las primas se quedan atrás.
Los que van por la vida codeándose con la mentira, no son de fiar. La calumnia va directa a destruir a las personas, porque maliciosamente se le atribuyen hechos y palabras para hacer el mayor daño posible, pero, recordar que el mentir pide memoria. La verdad no tiene por qué molestar, una media verdad no es verdad y la verdad manipulada es una mentira. Cuando se cambia la realidad y se presenta como «mi verdad» en esta acción se esconde una mala intención; perjudicar la imagen de una persona para conseguir las dos cosas que persiguen: crear una falsa imagen de sí mismo (que siendo un mal bicho queda por bueno) y falsear y mentir para destruir la buena imagen de la persona a la que va dirigida toda su ira y venganza (que siendo bueno queda por malo).
«Lo peor que hacen los malos es obligarnos a dudar de los buenos».
Seres corrompidos y sin sentimientos que sobornan para corromper los sentimientos de los demás. Mentes retorcidas, tipos indeseables que siempre huelen a los «sin entrañas», a los iguales para anidar y nutrir su maldad. Suelen adoptar una imagen alegre, familiar y cariñosa para ir captando la atención y, «sin querer queriendo», te seducen para llevarte a su terreno y poder llevar a cabo su plan destructor.
Las personas por su forma de ser y actuar se labran su propio prestigio entre familiares, vecinos y amigos. Por eso, cuando alguien ha sido intachable y hay intención de romper su buena imagen, tienen que ser muy sutiles para ser creíbles y sus maquiavélica patraña no levante sospechas.
Si quieres minar el aprecio que tengan a un familiar, debes ser muy cuidadoso, primero porque si verdaderamente se le aprecia, un chisme no va a cambiar nada. Debe haber un hecho impactante que deje confundido al personal y que le haga exclamar «eso no puede ser, no me lo puedo creer», pero hay que insistir para convencer y es cuando «empieza el teatro» con historias rocambolescas nacidas de sus propias frustraciones y espejismos, y todo el mal que llevan dentro te lo adjudican a ti: ellos van de amorosos y a ti te ponen como villano.
La envidia lleva a la obsesión destructora y anula el raciocinio y los sentimientos. Utilizando hábilmente su astucia y con la argucia que no falla (el chantaje emocional), sondean el ambiente. Porque ellos te quieren destruir, pero con lágrimas de cocodrilo y un aparente sufrimiento, fingen que te quieren para despertar la desaprobación hacia tu persona —por hacer lo que ellos cuentan que tú haces, pero que no has hecho—, y cuando se rinden a su voluntad y caen en sus redes surge algo que no existía entre el cazador y la presa: una estrecha relación que alimentan con llamadas continuas y visitas frecuentes. Son palmeados y mimados porque los tienen de su parte y también para cuidarse de que no descubran su farsa.
Los miserables saben que lo son y se sienten satisfechos cuando, queriendo quemarte en la hoguera, captan a quienes le ayudan a levantar la pira y le jalean para que acerquen la antorcha y prendan el fuego… Esos círculos de odio se sustentan de su propio odio que confundidos y pletóricos dicen estar llenos de amor…
Dijo Jesús: «Dónde están los buitres allí está el cuerpo».
Cuando topas con seres tóxicos y contaminantes lo mejor será hacer como que no lo apercibes y para que no te dañen sus acciones mejor será, separarte de su camino y adoptar la indiferencia y «poco me importa porque me importas poco» y que digan lo que digan… La verdad siempre estará viva no habrá malvado que la anule. Cuando los viles en su verborrea se empeñan en modificar algo es porque están reconociendo que la verdad no les deja en buen lugar.
¿Cómo percatarnos del peligro? En psicología estudian al individuo con referencia a su contexto dentro de la comunicación humana y, tanto la palabra como los aspectos no verbales —llámese gestos, la mirada y el tono—, expresan el mensaje oculto de las intenciones. Por eso, muchas veces nos sentimos desconcertados frente a una persona porque captamos e interpretamos en las expresiones la intensidad y el significado de lo que encierra su mente y lo manifiesta en sus emociones.
¡Es horroroso! la envidia lleva a la rabia, la rabia al rencor, el rencor al odio, y con estos ingredientes, no hay raciocinio sino obsesión, por tanto, los sentimientos están dañados y los afectos no son sinceros, y viven en una euforia constante y cambiante.
Cuando descubres en personas de tu sangre, miradas, gestos y expresiones desagradables e inquietantes, te sobrecoges y piensas qué pudo pasar. Preguntas y te niegan explicaciones y como «insulto» te acusan de estar mal de la cabeza: «¡vete al psiquiatra!» Y así lo van diciendo para que en caso de que hables no te crean. ¿Qué por qué? Porque ellos han sido despreciables…
Quienes sin compasión han hecho sufrir lo insufrible a una madre, no es extraño que tengan agallas para hacer sufrir a una hermana. Nadie está obligado a querer, pero sí a ser leal y sincero.
No hay nada más doloroso que un «familiar falso», que en aparente interés por saber de ti, se presta a ser espía para tener «carnaza» que devorar con sus congéneres. Todo lo tergiversa para retroalimentar su infamia: a cada palabra y gesto tuyo hace la lectura conveniente para reafirmar y justificar su desprecio.
Deseo para la gente que injustamente sufran por culpa de familiares o en cualquier círculo profesional o artístico, que sean fuertes. Si tienen fe sólo Dios basta, Dios lo ve todo y sabe lo que esconde cada corazón, ahí, está la verdad del hombre y al final, ante Dios daremos cuenta. Únanse a quienes les quieren sinceramente, sigan siendo buena gente que no hay nada más gratificante que tener la conciencia limpia de verdad, aunque los perversos se jacten sin rubor de tener la conciencia tranquila.
Sigan brillando aunque les moleste que el tiempo es sabio y pondrá a cada cual en su lugar. No hay nada oculto que no salga a la luz, ni nada escondido que no se llegue a saber.
La sinceridad se percibe y se palpa en el ambiente, la sinceridad convence y se agradece… El mundo está falto de sinceridad, falta sinceridad en las manifestaciones religiosas, en los gobernantes, en la política, en las relaciones sociales y familiares, en fin que estamos rodeados de hipocresía.
«Nuestra conducta es la única prueba de la sinceridad de nuestro corazón». Charles Thomson Rees.
Fotografía: Helga Birna Jónasdóttir, cc.
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