Un joven abandonó su hogar para marcharse a estudiar con un prestigioso maestro y, nada más conocer al sabio le preguntó:
— ¿Cuánto tiempo tardaré en ser tan sabio como usted?
Y al instante, el anciano le respondió:
— Cinco años.
— Cinco años.
— Eso me parece demasiado tiempo. ¿Y si me comprometo a trabajar el doble?— replicó el muchacho.
El maestro lo sorprendió con esta respuesta:
— Entonces, tardarás 10 años.
Contrariado ante semejante contestación el muchacho protestó:
— Sigue siendo una barbaridad. Estudiaré también por las noches.
— Pues, en ese caso serán 15 años—, le dijo el erudito.
— No entiendo nada. Cada vez que prometo dedicar más energías, usted me dice que tardaré más tiempo en lograr mis objetivos. ¿Por qué?— preguntó desconcertado.
Y ésta fue la respuesta que el sabio le dio:
— Es muy sencillo. Si tienes un ojo puesto en el destino que te has trazado, sólo te queda el otro para guiarte por el camino. La rapidez no es buena consejera ya que todo cambio real en nuestras vidas requiere tiempo y esfuerzo. Por tanto, disfruta del proceso y recuerda que la perseverancia es la clave. Y ya verás que cuanto menos pienses en el resultado final, más rápido éste se producirá.
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