Un día bajé a mis hijos y ya nunca los volví a cargar…
Los cargué cuando se habían lastimado.
Los cargué cuando estaban emocionados.
Los cargué cuando estaban cansados.
Los cargué cuando aún eran demasiado pequeños
para ver lo que yo podía ver.
Y de pronto un día los bajé y ya no los volví a cargar.
Un día, sin darme cuenta, ellos se hicieron grandes.
Demasiado grandes para caber en mis brazos.
Demasiado grandes para colgarse de mis piernas.
Demasiado grandes para descansar en mi pecho.
Un día los bajé y ya no los volví a cargar.
Un día, sin darme cuenta ellos se hicieron fuertes.
Lo suficientemente fuertes para seguir adelante,
lo suficientemente fuertes para calmar su propio dolor.
Lo suficientemente fuertes
para enfrentar sus más profundos miedos.
Un día los bajé y ya no los volví a cargar.
Un día sin darme cuenta,
ellos ya podían ver lo que yo podía ver y más:
ellos podían ver la belleza del mundo,
ellos podían ver a aquellos que la sociedad ignora,
ellos podían ver soluciones donde otros veían problemas.
Un día los bajé y ya no los volví a cargar,
sin saber que ese día sería el último.
Más, sin embargo, aunque físicamente ya no los cargue
siempre estaré ahí para aplacar sus miedos,
para ser escuchados cuando lo necesite,
para recibir un aplauso por sus logros,
para recibir consejo en tiempos de dudas
o simplemente para abrazar sin necesidad de palabra alguna.
Pero ya nunca descansarán en el borde de mi cadera
ni se quedarán dormidos
con sus pequeñas piernitas colgando de mí.
Ya nunca necesitarán mi ayuda
para ver por encima de la gente.
Ya nunca serán pequeños para caber entre mis brazos.
Ya nunca levantarán sus brazos para que yo los cargue.
A disfrutar que el tiempo vuela…
Candice Curry
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