Mañana domingo, Domingo de Ramos, iniciamos la Semana Santa y me parece oportuno recordar la breve historia del 'burro vanidoso' que nos lleva a reflexionar. Y dice así...:
Una vez un burro vanidoso llegó a su casa muy contento, se sentía feliz y orgulloso... Su mamá le preguntó:
—Hijo, ¿por qué estás tan contento y altivo?
A lo que el burro vanidoso respondió:
—¡Ay mamá!, sabes que cargué a un tal Jesucristo y cuando entramos a Jerusalén todos me decían: ¡Viva, viva, Salve... Viva, viva! y me lanzaban flores y ponían mantos y palmas de alfombra para que yo pasara.
Entonces la madre le dijo:
—Mira, hijo, vuelve otra vez a la ciudad, pero no cargues a nadie. Recuerda, vete solo y no cargues a nadie…
Al otro día el burro vanidoso fue de nuevo a Jerusalén, y de regreso venía muy triste llorando y le dijo a su madre:
—¡Ay mamá, no puede ser, no puede ser!
Ella le preguntó:
—¿Qué te pasó, hijo mío?
—Pasó, mamá, que en la ciudad nadie se fijó en mí. Me ignoraron, pasé desapercibido entre las personas y hasta me echaron de la ciudad.
La mamá lo miró y le dijo:
—Hijito, ¿tú sabes por qué te pasó eso? Porque tú sin Jesús... ¡eres solo un burro!
Eso es verdad: Sin el Señor, Jesús, no somos nada, absolutamente nada. Cuando percibas los aplausos del triunfo, que suenen también en tus oídos las risas que provocaron tus fracasos.
No podemos extrañarnos de cometer errores. Cuando actuamos como si nunca nos equivocáramos, estamos cometiendo uno de los más grandes errores. Pensar que somos infalibles va de la mano con la vanidad.
Cuando nos hayamos equivocados seamos humilde y reconozcámoslo y pidamos perdón. Así podrían terminar muchos problemas antes de que el viento del orgullo los convierta en incendios forestales.
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