Un mercader rico que vivía en Babilonia tenía la habilidad de conseguir todo lo que se propusiera. A pesar de este éxito, tenía dos grandes preocupaciones; por un lado, creía que sus empleados estaban estafándole y que no eran de fiar; por otro, desconfiaba de la fidelidad de su linda esposa, ya que la veía débil y podría sucumbir fácilmente. Además, todas sus percepciones 'encajaban' con sus sospechas. Cuando observaba a sus trabajadores, interpretaba en sus rostros las señales típicas del ladrón: nerviosismo ante un interrogatorio, sus miradas furtivas que ocultaban cosas; y en su esposa veía un comportamiento sospechoso, por su manera de hablar en voz baja cuando comentaba sus salidas nocturnas, sus silencios, su mirada melancólica, etc.
Harto de vivir, en un sin vivir, decidió investigar las cuentas de su negocio y pidió a un fiel sirviente que siguiera a su mujer, pero se llevó una sorpresa al ver que sus empleados eran inocentes y también lo era su mujer, y que las señales que él antes interpretaba negativamente ahora no le parecían sospechosas. En ese momento de reflexión por lo ocurrido, se oyó a un poeta diciendo:
Harto de vivir, en un sin vivir, decidió investigar las cuentas de su negocio y pidió a un fiel sirviente que siguiera a su mujer, pero se llevó una sorpresa al ver que sus empleados eran inocentes y también lo era su mujer, y que las señales que él antes interpretaba negativamente ahora no le parecían sospechosas. En ese momento de reflexión por lo ocurrido, se oyó a un poeta diciendo:
«El que tiene en la frente un martillo no ve más que clavos».
Esta claro que no hay que obcecarse con las ideas preconcebidas que carecen de fundamento.
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