sábado, 27 de abril de 2019

Que sea de verdad...


Por mucho que te pidan perdón, solo valdrá si cumple estas condiciones; que sea de verdad. Así opinan filósofos y psicólogos que identifican las ocasiones en las que pedir disculpas se convierte en un teatrillo vacío de significado creíble. 

Recordaban que hace más de 20 años, un anuncio de telefonía móvil escenificaba los cambios que suponía esta (entonces) nueva forma de comunicación. Una de las frases que empleaba era: "Nunca ha sido tan fácil pedir perdón". Mientras tanto, en la pantalla se mostraba a una persona escribiendo "lo siento" en un móvil de primera generación. El mensaje de fondo quedaba claro: la comunicación pasaba a ser en ese momento sencilla, inmediata y sin la necesidad de la atención sincronizada del receptor. Telegramas instantáneos, podíamos haber dicho en el lustro terminal del siglo XX.

Hoy, mientras nos preparamos para arrancar la tercera década del siglo XXI, esa fantasía publicitaria es una realidad. Se puede hacer la prueba: busca "perdón" en Twitter y verás en un instante no cientos, sino miles, de tuits que incluyen esa palabra. Con una particularidad: rara vez el mensaje es para pedir genuinamente perdón, sino para exigir a otro que lo pida. 

La sociedad de la opinión que están construyendo las redes sociales es comparable a que todos nos paseáramos con un megáfono emitiendo juicios. La primera consecuencia sería un ruido ensordecedor que dificultaría la conversación; la segunda, que de las muchas opiniones emitidas más de una generaría discrepancia, y de la discrepancia se pasaría a la ofensa —la sociedad de la opinión tiende a ser una sociedad ofendida— y de la ofensa a la demanda de una disculpa que, con frecuencia se obtiene en base a la presión de grupo. ¿Sigue existiendo el perdón genuino? Y, en última instancia, ¿qué es el perdón genuino? 

El que pide perdón y el perdonado deben compartir unos valores; nunca es un acto unilateral. "Perdonar es ante todo una promesa de olvido a cambio de una promesa de no reincidencia", explica el catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid José Luis Villacañas. En ese sentido, el acto de pedir perdón nunca es unilateral, sino una especie de contrato que necesita de un espacio en común. Para que se pueda dar un perdón genuino, los implicados deben compartir "consensos muy establecidos y valores que son superiores a los dos y en beneficio de los cuales se restablece el acuerdo", prosigue Villacañas y añade otra condición: "Debe darse en situaciones en que la vinculación entre los implicados sea íntima, ya que es un mecanismo social que solo funciona en un tejido muy denso de relaciones". 

Esta mecánica choca con las exigencias de perdón que lanzamos como sociedad hacia políticos o individuos más o menos conocidos que se ven insertos en una polémica en las redes sociales. No hay que tener mucha memoria para traer a la mente a cargos públicos pidiendo disculpas o a colectivos presionando para que un cómico pida perdón por un sketch. Sin embargo, explica Villacañas, la dinámica del perdón no funciona en estas circunstancias: "En los medios de comunicación de masas no hay certeza de que las dos partes compartan valores superiores por los que se concede y se reclama perdón, como tampoco hay certeza de que esa ofensa comporte sufrimiento. El perdón no tiene ninguna posibilidad de ser funcional en relaciones de masas". 

Ambas partes se deben considerar iguales: un político no puede pedir perdón sin dimitir. En lo que respecta a la política, el "contrato" que mencionaba el catedrático de Filosofía tampoco tiene posibilidad de regir. La razón es sencilla: si la condición para que un perdón sea eficaz es que ambas partes se consideren iguales, un cargo electo no es un igual (tiene una posición de superioridad sobre los ciudadanos). En ese caso, la única solución es "el abandono de la posición política del que viola el juego de confianza. No hay ninguna condición de perdón excepto la dimisión. No puedes pedir perdón desde la verticalidad". De lo contrario, concluye Villacañas, "se convierte en un acto estéril y en un gesto completamente ritualizado". 

No puede convertirse en un ritual mágico sin sentido, no obstante, en cuanto a las peticiones de perdón públicas, es fácil tener en la retina el ceremonial del perdón en Japón. Cada tanto surgen noticias de que algún empresario nipón ha pedido perdón en público. En el país asiático hay tres formas de pedir perdón que lanzan mensajes diferentes. El eshaku es una reverencia breve para asumir un error; el keirei añade al mensaje anterior la voluntad de no repetirlo —con una inclinación de unos 30º—; y el saikeirei es una reverencia profunda (45º) que se usa cuando el daño causado es personal o cuantificable. La duración y frecuencia de cada reverencia indican el grado de arrepentimiento de quien, de alguna forma, se humilla. 

Pero incluso en una sociedad tan tradicionalista y diferente como la japonesa, esa petición de perdón se ha contaminado y convertido en un acto social para pasar página, dejando la contrición en segundo plano. Desde hace seis años existen empresas que proveen de lo que se podría definir como pedidores de perdón profesionales. Por precios asequibles —desde 30 euros a más de 200— estas compañías disponen de personas dispuestas a disculparse en nombre de otros en la forma ceremonial adecuada. 

Lo que sucede es que el valor del perdón no es igual en cada sociedad, ni siquiera en cada continente. Villacañas sostiene la diferencia en la propia Europa, entre las sociedades de raíz católica y las luteranas y calvinistas. Mientras en las primeras el perdón solía provenir de una institución —el clérigo— y hoy se ha traspasado a la Justicia, en las segundas, las sociedades que han pasado por la Reforma, este lo otorga la comunidad (siempre que, como hemos dicho, se produzca entre iguales, tras una dimisión de un cargo llegado el caso). 

"Cuando el perdón se transfiere de la vida privada a la vida pública solo puede hacerse como un ritual, que en muchas ocasiones carece de sentido". Estas ceremonias son un conjunto de símbolos y, "o bien se cree en su magia, o resulta inadecuado para una sociedad democrática que no cree en ninguna magia". Si no se piensa reparar el daño y cambiar, solo se hace para sentirse bien. 

Más allá del marco teórico y de su uso colectivo, existe un perdón cotidiano, de tú a tú, que forma parte de nuestro día a día, en el que también se dan usos incorrectos: "Es un error esperar que la otra persona nos perdone en el momento en el que nos disculpamos", sostiene Cristina Martínez, psicóloga colegiada y vicepresidenta de la Sección de Alternativas a la Resolución de Conflictos del Colegio Oficial de Psicología de Cataluña. Martínez diferencia entre responsabilidad y culpa para concluir que "en el momento en el que una persona pide perdón se está responsabilizando de algo, así que no hablar de culpa facilita el restablecimiento de una relación dañada". 

Es conveniente sumar los apuntes de Villacañas y Martínez. Si el perdón tiene lugar entre iguales que tienen una conexión personal es evidente que tienen una relación, del tipo que sea: afectiva, familiar o profesional. Y el perdón es la herramienta necesaria no tanto para superar la situación de conflicto sino para reparar el marco anterior al conflicto: el de la relación que ha sido lastimada. Una relación que Martínez define como "de confianza" y que no puede recuperarse si el ofensor "sigue comportándose igual". 

"A veces el perdón es muy banal porque no se es consciente de que se ha causado un daño emocional". Así, hay una pregunta anterior a cualquier petición de perdón: "¿Estoy dispuesto a reparar el daño causado?". Si la respuesta a la pregunta anterior es un no, el perdón carece de sentido. "Si me disculpo para sentirme bien se está partiendo de una premisa errónea. Las relaciones se basan en el reconocimiento del otro. Si no le escucho y atiendo a lo que demanda no es posible reparar esa relación", reflexiona la psicóloga. 

Es necesario comprender el hecho (la ofensa) de la misma forma, o al menos intentarlo. Precisamente el establecimiento del perdón como un convencionalismo es un efecto, o tal vez defecto, producto de una sociedad muy individualizada. Según Martínez, aunque en una situación de ofensa entre dos personas —un ofensor y un ofendido—, la lectura tiende a ser diferente precisamente porque estamos realzados como individuos: "Interpretamos un mismo hecho de manera diferente en base a las experiencias previas que hemos tenido. Y eso nos lleva al conflicto y a veces a la pérdida de confianza". Y de esta manera, el protocolo del perdón se rompe. 

"En ocasiones alguien pide perdón, pero la otra persona interpreta que son solo palabras y que quien se disculpa quiere algo a cambio. Si no hay honestidad en el acto y no se asume una responsabilidad, resulta insuficiente para restablecer la confianza; y eso causa heridas emocionales, porque no hay un consenso sobre cuáles son los valores comunes", apunta la experta. Dicho de otro modo: si dos personas no interpretan de igual modo un mismo hecho es más difícil que se pongan de acuerdo sobre las causas y consecuencias del mismo. 

La empatía es fundamental para llegar a la comprensión. Las condiciones inexcusables para llevar a cabo el arte del perdón son: igualdad entre ofensor y ofendido, intimidad entre ambos, valores comunes y superiores a la relación que mantienen, sinceridad en la disculpa y voluntad de reparación. Si pudieran resumirse en uno sería empatía, que es lo fundamental para comprender al otro. Fuera de estas condiciones, pedir perdón se convierte en un protocolo inútil, en un significante vacío de significado. En definitiva, en un teatrillo que escenifica el perdón como un fin en sí mismo y no como una herramienta para la relación entre personas. 

El perdón verdadero sirve para poder centrarnos en las emociones positivas. Bajando un escalón más en el análisis del acto del perdón llegamos a lo concreto y cotidiano: a los conflictos familiares, a las rupturas, a los divorcios… En definitiva, a los momentos en los que ha habido una ofensa que necesita de ser perdonada. Marisol Ramoneda, psicóloga colegiada y mediadora, recuerda que este tipo de conflictos "son acontecimientos traumáticos" en los que el perdón juega un papel importante en el futuro individual de los implicados. 

Por ejemplo, en el caso de divorcio: "Es muy importante para pasar a otra etapa, porque es lo que permite romper la atadura del conflicto que te une a esa persona". Cuando en una relación una emoción positiva es reemplazada por una emoción negativa no implica que la relación haya desaparecido, sino que persiste en un marco emocional negativo. "Perdonar permite zanjar el tema y centrarte en las emociones positivas, en el fluir como persona y en conectar de nuevo con uno mismo", explica Ramoneda. 

La importancia de lo que apunta la experta está en que, en ocasiones, la causa detonante del conflicto no es la esencia profunda del mismo. Y pone como ejemplo los problemas familiares que pueden aparecer por celos y envidias, las calumnias y mentiras echa por tierra las mejores reputaciones, o los repartos de herencias, que "saca a la superficie conflictos escondidos" a través de un trauma, como es la muerte de un familiar. "Cuando se crea el clima adecuado para poder sacar a la luz ese conflicto y resolverlo a través del perdón se puede conseguir mucho más de lo que se consigue por otros medios. Porque la relación renace de una manera nueva, y al fin puedes comprender al otro". 

Como condición final, el catedrático José Luis Villacañas concluye que el perdón "tiene que ser excepcional, porque implica el rigor moral de no tolerar una ofensa indefinidamente". Todo lo que no sea eso, se convierte en una excusa para obtener una licencia para seguir ofendiendo. Porque siempre se podrá recurrir a un perdón imperfecto y continuista, y eso solo conduce a un lugar: a lo imperdonable. 

Pedir perdón y perdonar debe salir del corazón, porque solo desde el corazón se consigue lo auténtico y verdadero... Y, cuando hay verdad el corazón late eterno.

Fotografía: geralt

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