Érase una vez una hermosa cierva a la que un grupo de cazadores perseguía incansablemente por el bosque. El animal corría desesperado huyendo del peligro; encontrándose exhausto y sin aliento, ya a punto de darse por vencido, vio un terreno plantado de viña espesa y pensó que ahí podía estar su salvación, por lo que corrió a refugiarse bajo las vides.
Los cazadores pasaron muy cerca buscando darle caza y la cierva, creyéndose muy bien escondida y a salvo de quienes la perseguían, empezó a saborear con gran ahínco las hojas y los racimos que la cubrían.
Los cazadores, que no habían cesado en su búsqueda, al ver que las hojas de la viña se movían, pensaron muy acertadamente que allí debajo se ocultaba un animal de tamaño considerable, por lo que no dudaron en disparar sus escopetas hacia esa dirección y herir mortalmente a la cierva. Ésta, viéndose morir, se lamentó pronunciando estas palabras:
—¡Me lo he merecido, pues no debí haber abusado tan alegremente de quién me estaba resguardando de los cazadores!
—¡Me lo he merecido, pues no debí haber abusado tan alegremente de quién me estaba resguardando de los cazadores!
Esta historia nos enseña que debemos ser siempre agradecidos con quienes generosamente nos ofrecen su ayuda para afrontar los problemas y salir adelante.
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