En el cerebro del ser humano están todas las claves de cada persona. Tenemos un cerebro que sabemos que piensa, pero no sabemos por qué piensa. Pero no se nos ocurriría pensar que el cerebro con el que pensamos es de ideas fijas, pues no. Cada día puede pensar diferente porque, al parecer, las conexiones neuronales son cambiante y por eso, puede ser, que lo que pensó ayer, hoy lo piensa diferente. Lo que es lo mismo, piensa distinto cada día. Eso dicen quienes estudian el complejo mundo neuronal del cerebro y han dado información sobre ese descubrimiento del misterioso procesador humano. Han descubierto cómo las neuronas se adaptan a las experiencias cotidianas y que el cerebro sano cambia a diario, y si no lo hace, puede ser un signo de enfermedad.
Las Ciencias avanzan una barbaridad… Ya conocemos el modo en el que se comportan los átomos en el interior de una lejanísima estrella, hemos enviado sondas a miles de metros de profundidad en el océano y tenemos catalogadas millones de especies animales, pero de algo tan cercano a nosotros que lo llevamos pegado al cráneo entre las orejas, el cerebro, aún sabemos muy poco. De hecho, hasta ayer mismo desconocíamos que el cerebro, en cierta manera, cambia cada día. Tenemos, pues, un cerebro distinto cada vez que nos levantamos por la mañana. ¿Cómo puede ser tal cosa?
Científicos del King´s College de Londres han descubierto un mecanismo molecular que permite que las conexiones neuronales cambien en función de las experiencias vividas. Es decir, se ha hallado el modo en el que la actividad del cerebro se modifica con cada acontecimiento del que somos conscientes. En el fondo, dicen estos expertos, ése es el modo en el que aprendemos de la vida: cada nuevo aprendizaje se acumula en nuestro tejido pensante, como si la vida fuera esculpiendo nuestro saber en la arcilla que tejen nuestras neuronas.
Desde siempre, a la ciencia le ha llamado la atención la capacidad que tiene nuestro cerebro de procesar la complejidad del mundo que le rodea. La experiencia diaria es muy complicada, hay que procesar millones de imágenes, sonidos, olores, sabores, dolores, alegrías, sustos, prisas, placeres..., hay que saber distinguir entre las informaciones importantes y las banales. Y para aprender, hay que recordar las que nos sirven para mejorar.
Desde el punto de vista de un cerebro, (que es una máquina procesadora a lo bestia) este trabajo requiere un esfuerzo supremo. De algún modo, los circuitos cerebrales han de estar siempre en plena forma y adaptarse a las necesidades de cada momento. Es lo que los técnicos llaman plasticidad dependiente de la experiencia: las neuronas se reorganizan permanentemente para atender cada pico de actividad, como si el gestor de un hospital reasignara personal de pediatría a la sala de urgencias en caso de necesidad.
Se sabe, por ejemplo, que la mayoría de los niños nacen con la capacidad neuronal de hablar, pero esta capacidad solo se desarrolla cuando son expuestos a los estímulos de otros seres humanos hablando durante un determinado tiempo. Un niño que nunca oye a nadie hablar, no aprende a hablar. La experiencia modula nuestras capacidades.
Pero ¿cómo?
Algunos estudios anteriores habían identificado un tipo de neuronas presenten en la corteza cerebral y conocidas como interneuronas PV+ que se comunican entre ellas mediante la emisión de señales electroquímicas y que modulan su comunicación en respuesta estímulos del ambiente. El nuevo trabajo ha demostrado cómo lo hacen. La responsable es una proteína llamada brevicán, parte de la mezcla proteínica que envuelve las interneuronas. Esta sustancia, que por cierto está muy extendida por todo el cerebro, orquesta los cambios necesarios de las neuronas para adaptarse a cada necesidad de procesamiento de información. La actividad del brevicán cambia permanentemente en función de la experiencia sensible y está muy implicada en el desarrollo de la memoria a corto plazo y la visión espacial.
Los científicos han quedado muy sorprendidos al encontrar que una sola proteína tenga tanto poder de modificación de la actividad cerebral. Es como si se tratara del portero de discoteca que deja que entres o no al garito.
De hecho, cuando esta proteína falta aparecen síntomas de pérdida de memoria espacial, la que conduce a la incapacidad de desarrollar relaciones entre los objetos y recordar caminos y escenarios que hemos visitado. El trabajo ahora presentado en la revista Neuron tiene gran importancia médica. La pérdida de plasticidad neuronal, es decir, de adaptabilidad, está relacionada con la aparición de un gran abanico de trastornos mentales desde la depresión a la esquizofrenia pasando por el trastorno bipolar.
Y yo que pensaba que el ser humano era de ideas fijas. Lo que es lo mismo, cabezón, porque se puede mantener en ‘sus treces’ por tiempo, y es difícil hacerle entrar en razón. Pero, parece ser, que aunque no se note, en cierto modo el cerebro sano cambia cada día, casi cada minuto. Cuando no es capaz de hacerlo, puede conducir a la enfermedad.
Ahora que, José Ramón Ayllón, decía que: «Pensar que se va a comprender la conciencia humana al ver qué zonas del cerebro se activan, es como pensar que se va a comprender el trabajo de un Ministerio al ver en qué ventanas se enciende la luz».
Fotografía: Christopher Campbell.
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