Un asno estaba plácidamente comiendo hierba en un prado cuando observó que, desde lejos, un lobo venía corriendo hacia él con el único propósito de hincarle los dientes.
Cuando lo tuvo cerca empezó a hacerse el cojo. El lobo que siempre quería enterarse de todo, se dirigió al cuadrúpedo y antes de zampárselo, le preguntó qué le pasaba en la pata que la iba arrastrando.
El asno vio en el interés del lobo una oportunidad de escaparse y continúo con su farsa, explicándole que cuando pasaba junto a un seto había rozado las espinas que había cerca del suelo y se la había clavado. Tras lamentarse de su mala suerte le sugirió al lobo que, si en realidad tenía intención de comérselo, era preferible que le arrancara la espina no fuese que, cuando empezara a engullirlo se le clavase en la garganta.
Totalmente confiado en la bondad del asno, el lobo se dispuso a quitarle la espina cuando, sin esperárselo, recibió una fuerte coz que le rompió varios dientes. Tras ver cómo se escapaba trotando el astuto asno, el lobo pensó: «Me está bien empleado por meterme a médico cuando mi padre sólo me enseño el oficio de carnicero».
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