jueves, 2 de octubre de 2014

El alma y las cuatro esposas

Había una vez un rey que tenía cuatro esposas. Él amaba a su cuarta esposa más que a las demás, la adornaba con ricas vestiduras y la complacía con las delicadezas más finas.
A su tercera esposa también la amaba y se desvivía por ella, orgulloso la exhibía en los reinos vecinos. Sin embargo, temía que algún día ella se fuera con otro. También amaba a su segunda esposa. Ella era su confidente y siempre se mostraba bondadosa y paciente con él. Cada vez que el rey tenía un problema, confiaba en ella para salir airoso de las situaciones complicadas.
La primera esposa del rey era una compañera muy leal y había hecho grandes contribuciones para mantener tanto la riqueza como el reino del monarca. Sin embargo, él no amaba a su primera esposa, y aunque ella le amaba profundamente, apenas se fijaba en ella.
Un día el rey enfermó y se dio cuenta que le quedaba poco tiempo. Reflexionó acerca de su vida de lujo y pensó: “Ahora tengo cuatro esposas conmigo, pero cuando muera… ¡estaré solo!”
Así que le preguntó a su cuarta esposa:
—Te he amado más que a las demás, te he dotado con las mejores vestimentas y te he cuidado con esmero. Ahora que estoy muriendo, ¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía?
—¡Ni pensarlo!—, contestó la cuarta esposa, y se alejó sin decir más palabras. Su respuesta penetró en su corazón como la hoja de un cuchillo. Entristecido el monarca preguntó a su tercera esposa:
—Te he amado toda mi vida. Ahora que presiento mi muerte, ¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía?
—¡No!—, contestó su tercera esposa—. ¡La vida es demasiado buena. Cuándo mueras, pienso volver a casarme!
Su corazón experimentó una fuerte sacudida y se puso frío. Entonces preguntó a su segunda esposa:
—Siempre que he venido a ti por ayuda, has estado conmigo. Cuando yo muera, ¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía?
—¡Lo siento, no puedo ayudarte esta vez!—, contestó la segunda esposa—. Lo más que puedo hacer por ti es enterrarte.
Su respuesta fue como un relámpago que sobrecogió al rey. Entonces escuchó una voz:
—Me iré contigo y te seguiré adonde tú vayas.
El rey dirigió la mirada en dirección a la vocecilla y allí estaba su primera esposa muy atenta a su petición. Se veía algo apagada y delgaducha, pendiente de sus idas y venidas, con la esperanza de que un día se diera cuenta de que existía y tomara conciencia de que era parte importante de su vida. Profundamente afectado, el monarca dijo:
—¡Debí haberte atendido mejor. Te he abandonado teniendo por más valioso lo que era efímero. Perdí la oportunidad de hacerlo, pero ahora ya es tarde y me arrepiento!
En realidad, todos tenemos cuatro esposas en nuestras vidas:
Nuestra cuarta esposa es nuestro cuerpo. No importa cuánto tiempo y esfuerzo invirtamos en hacerlo lucir bien, nos dejará cuando nos muramos.
Nuestra tercera esposa es nuestras posesiones, condición social y riqueza. Cuando muramos, irán a parar a otros.
Nuestra segunda esposa es nuestra familia y amigos. No importa cuánto nos hayan sido de apoyo aquí, lo más que podrán hacer es acompañarnos hasta el sepulcro.
Y nuestra primera esposa es el alma, frecuentemente ignorada en la búsqueda de la fortuna, el poder y los placeres del ego. Sin embargo, nuestra alma es la única que nos acompañara a dónde quiera que vayamos.
Así que… ¡Déjala brillar. Cultívala, fortalécela y cuídala! Ofrécela y compártela como regalo, porque ella habla de ti ahora, y seguirá hablando de ti a través de los confines del tiempo…

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