Una zorra cayó en un profundo pozo del que no podía salir. Al día siguiente llegó al lugar una cabra sedienta y viendo a la zorra dentro del agujero le preguntó si el agua era buena. Ésta, ocultando su verdadero problema, se deshizo en elogios para con el agua, afirmando que era excelente e invitando a la cabra a descender y probarla. Sin pensárselo dos veces, la cabra saltó al pozo y después de saciar su sed, le preguntó intrigada a la zorra cómo harían para salir de allí. Ésta, muy astuta, dijo:
—Hay una manera. Apoya tus patas delanteras contra la pared y alza bien arriba tus cuernos, luego yo subiré por tu cuerpo y una vez consiga llegar afuera, te ayudaré a salir.
La cabra sin saber de sus malas intensiones siguió sus indicaciones.
La zorra trepó hábilmente por la espalda y los cuernos de su compañera y pudo salir del pozo, pero, en vez de cumplir con lo prometido se alejó corriendo del lugar. Cuando la cabra le reclamó que cumpliera con su parte, oyó a la zorra que le gritaba a lo lejos:
—¡Oye, socia, si tuvieras tanta inteligencia como pelos en tu barba, no habrías bajado al pozo sin pensar antes en cómo salir después!
No nos podemos fiar de todos los que nos rodean... Si no queremos que nos pase lo mismo que a la cabra, antes de tomar una decisión debemos valorar por nosotros mismos los pros y los contras, porque no sabemos qué malas intenciones se retuercen en el corazón del otro.
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