Un enorme tigre que cazaba en los bosques húmedos de China se topó una mañana con un pequeño zorro y no dudó en ir a atacarlo para poder disfrutar de un buen almuerzo. Sin embargo, el zorro, alertado del peligro, decidió recurrir a su mejor y única opción: la astucia.
—¡Pero, cómo te atreves a atacarme! ¿Acaso no sabes quién soy—, increpó el zorro al tigre muy enfadado.
—¿Quién eres?—, preguntó el felino sorprendido.
—Soy el rey de los animales por designio del emperador del cielo—, exclamó.
Y añadió:
—Si no me crees, ruego que me acompañes y no te separes de mi lado, así podrás comprobar tú mismo cómo todos los animales huyen atemorizados al verme llegar.
Como no tenía nada que perder, el tigre decidió acompañarlo y, en efecto, pudo observar cómo los animales que se encontraban a su paso escapaban. No había dudas, el zorro no le había mentido, realmente era el rey, así que decidió respetar su jerarquía y lo dejó marchar. Pero lo que nunca supo el tigre fue que los animales no habían huido por miedo al zorro, sino por su propia presencia.
Esto nos enseña que, en muchas ocasiones la inteligencia y la astucia resultan mucho más útiles que el mero poderío físico o la fuerza aparente.
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