sábado, 3 de noviembre de 2018

La muerte nos inquieta, pero...


A la muerte la respetamos, por eso no es tema de conversación, pero, cuando escuchamos historias de alguien que dieron por muerto y volvió a la vida, y aunque no le demos credibilidad, ponemos atención a su relato con el único interés de descubrir ese más allá… 

Está claro que todo lo queremos saber, y hoy en día gracias a los avances científicos casi todo es posible. Es posible saber que sensaciones experimenta tu cerebro en determinadas circunstancias, incluso en el trance de la muerte. Sobre esa investigación hablaba hace unos días en elconfidencial.es, “Revelaciones sorprendentes, el macroestudio definitivo”


Lo que ocurre con nuestra conciencia tras la muerte. La mayor investigación hasta la fecha, realizada por la Universidad de Nueva York, confirma la posibilidad de una serie de experiencias insólitas tras el fallecimiento. 

Puede que la muerte nos infunda temor, pero sobre todo nos inquieta, asombra y obsesiona. Prueba de ello es la fascinación por los relatos de aquellos que han tenido un pie en el más allá, es decir, que han vivido una experiencia cercana a la muerte (ECM). Quizá hayan sido deslumbrados por una luz blanca y radiante, sentido una desconexión con el propio cuerpo, sido invadidos por una intensa sensación de paz interior o vagado por un largo túnel. 

Sea como fuere, la comunidad científica se ha mostrado reticente a establecer un consenso claro sobre las ECM, tildándolas incluso de meras anécdotas. Ha habido investigaciones, por supuesto, pero se han limitado a enumerar las experiencias y a constatar que ciertos patrones se repiten con frecuencia. No obstante, nunca antes se había abordado la cuestión de la conciencia en estas situaciones límite. Al menos no al nivel (por su magnitud y relevancia de sus conclusiones) del estudio publicado en la revista 'Resuscitation', realizado por la Facultad de Medicina Langone en la Universidad de Nueva York. 

Los médicos declaran la muerte del paciente cuando deja de respirar, cesan los latidos de su corazón y no se detectan ondas cerebrales durante varios segundos. El sentido común nos dice que una vez que el órgano falla, la sangre ya no circula al cerebro y, por lo tanto, los monitores no pueden detectar actividad alguna: “Así se declara el fallecimiento, todo se basa en el momento en el que el corazón se detiene”, explica el científico Sam Parnia, destacado experto en las ECM, en una entrevista para 'LiveScience'. Sin embargo, la investigación de la NYU pone en duda el consenso establecido, pues afirma que la conciencia humana no desaparece inmediatamente después de la muerte. Lo que significa que, en teoría, alguien podría escuchar cómo los médicos anuncian su propio deceso. 

Varios de aquellos que dicen haber experimentado una ECM aseguran que recuerdan qué pasó en la sala del hospital una vez el doctor ya les había dado por muertos. Algunos se acuerdan incluso de las conversaciones entre los profesionales o de sus caras de decepción. Todo esto llevó al investigador a demostrar la aparente supervivencia de la conciencia tras la muerte técnica en el mayor estudio hasta la fecha, bautizado como 'AWARE (AWAreness during REsuscitation)', que analiza las experiencias de 2060 personas que han sufrido un paro cardíaco, tanto en EEUU como en Europa. De estas, 330 sobrevivieron tras esfuerzos de reanimación y 140 dicen haber pasado por una ECM. 

“Hemos estudiado la mente humana en el contexto de la muerte para entender si la conciencia se aniquila o continúa después de que la persona haya muerto; y la relación que tiene esto con lo que sucede dentro del cerebro en tiempo real”, resume Parnia. 

Aunque la mayoría de los participantes reconoció que no podía recordar con claridad, un 39% pudo describir una “percepción de conciencia” y un pequeño porcentaje fue capaz de describir las conversaciones y situaciones de la habitación del hospital. Lo más relevante (e inquietante también) es que esos recuerdos han sido verificados por el personal que estaba presente en ese momento exacto, según asegura Parnia. “De la misma forma en la que un grupo de investigadores podría estar estudiando la naturaleza cuantitativa de, por ejemplo, la experiencia humana del amor, estamos tratando de comprender las características exactas que las personas sufren cuando pasan por la muerte, porque entendemos que reflejará la experiencia universal que todos tendremos cuando morimos”, asegura el autor. Asimismo, también analizan al detalle qué ocurre en el cerebro durante el paro cardíaco, la muerte y la vuelta a la vida para comprender cuánto oxígeno llega al órgano, cuándo exactamente vuelve a conectarse y cómo estas experiencias se relacionan con la actividad cerebral. En este sentido, el próximo paso es encontrar métodos más precisos para monitorearlo. 

Además, han corroborado que, en efecto, aquellos que tan tenido un breve pero intenso encuentro con la muerte, cambian para mejor: “Lo que suele pasar es que aquellos que han tenido estas experiencias tan profundas se transforman, se vuelen personas más altruistas y comprometidas. Encuentran un nuevo significado a su vida". Tras semejante susto, ¿quién no cambiaría? 

Héctor G. Barnés, escribió en elconfidencial.es, sobre las dudas que existe sobre el tema: El médico que ha logrado comunicarse con los pacientes que están en coma. Las experiencias cercanas a la muerte desveladas… No suele ser un terreno para las medias tintas, o es cosa de charlatanes o de cínicos descreídos. Pero las investigaciones suelen dudar acerca de lo que realmente ha visto quien vive una Experiencia Cercana a la Muerte (ECM). La avalancha de libros relacionados con las ECM, o Experiencias Cercanas a la Muerte, encabezada por el célebre 'La prueba de la vida' (Planeta) de Eben Alexander han estimulado un debate que, según como se mire, tiene milenios (o décadas) de antigüedad. Y si decimos década es porque el escopetazo de salida se encuentra en 1975, cuando Raymond Moody, filósofo y psiquiatra, publicó 'Vida después de la vida' (Edaf), en el que entrevistaba a 50 personas que afirmaban haber visto el otro mundo. 

Desde entonces, la cantidad de testimonios no ha hecho más que crecer hasta el punto de que se ha convertido en una rentable parte del negocio editorial. No sólo libros como el de Alexander o 'El cielo es real' (Planeta) de Todd Burpo se han encaramado a lo más alto de las listas de ventas, sino que algunas de sus adaptaciones cinematográficas, como la dirigida por Randall Wallace, han recaudado unos cuantos millones de dólares en todo el mundo… a pesar de que algunos de sus responsables, como Kevin Malarkey, autor de 'El niño que volvió de la muerte', hayan admitido que todo era una invención. A diferencia de lo que ocurrió durante décadas, algunos de estos testimonios, como el de Alexander, provienen de profesionales del sector sanitario; personas supuestamente acreditadas que, por su formación, tienen un plus de credibilidad. 

Las posiciones frente a las ECM pueden resumirse en dos: o son verdaderas, y por lo tanto, quienes no creen en ellas son unos cínicos descreídos; o son falsas, por lo que sus defensores son unos ingenuos que se lo creen todo, cuando no unos charlatanes o embaucadores. Pero un artículo escrito por Gideon Lichfield y publicado en 'The Atlantic' ofrece una sugerente vía intermedia que, desde un punto de vista materialista, intenta entender por qué miles de personas comparten experiencias semejantes. En ellas, sus protagonistas visitan, flotando, mundos maravillosos, son arrumados por voces celestiales y, sobre todo, sienten que la experiencia no es un sueño, sino algo más real que la vida misma. 

El Congreso de los Hombres Muertos. Con el objetivo de entender un poco mejor las ECM, el autor acudió el pasado verano a la conferencia anual de la Asociación Internacional para los Estudios Cercanos a la Muerte (IANDS), que tuvo lugar en California. Por lo general, todos ellos despreciaban las visiones materialistas del asunto, seguramente como una respuesta frente a la ridiculización que habían sufrido a la hora de explicar sus historias. Lichfield tuvo la ocasión de conocer a la presidenta de la organización, Diane Corcoran, que reconoció que, con el paso de los años, habían terminado pasando de los escépticos:“Siempre hay uno o dos, pero no los traemos, porque se supone que debemos ofrecer apoyo, no cuestionar”, explicaba. Ninguna de sus publicaciones refleja el punto de vista de un escéptico, pero los cientos de personas que habían vivido estas experiencias (“experiencers”, como los denomina la organización), parecen muy unidas y, como explica el autor, no tienen por qué tener como objetivo forrarse a costa de los ingenuos vendiendo libros. Ni siquiera los escépticos discuten que hayan visto algo; tan sólo refutan que sea el Más Allá o cualquier otro lugar paranormal. 

Si hay algo que tienen en común la mayor parte de personas que han vivido una ECM, no es tanto la experiencia en sí (que en muchos casos puede ser confusa o producto de la sugestión) sino los efectos de la misma, señala Corcoran, un factor determinante para la organización a la hora de determinar si la experiencia ha ocurrido realmente o no. Estos efectos incluyen una mayor sensibilidad a la luz y al sonido, así como a algunos químicos; convertirse en personas más amables y cariñosas; tener problemas emocionales e influir en los equipos eléctricos. Parte de esta lista parece producto del estrés post-traumático; la otra parte, de una peliculita de ciencia-ficción de sobremesa. 

Existe una escala que determina la intensidad de una ECM, que fue inventada por Bruce Greyson, profesor de psiquiatría de la Universidad de Virginia. Esta cuenta con 16 ítems, cada uno de los cuales vale hasta dos puntos. Entre ellos se encuentran sentir alegría durante la ECM, notar la separación del cuerpo o el encuentro con seres espirituales. Si alguien marca con un “tick” los 16 puntos de la relación, obtendrá un pleno al 32, es decir, habrá vivido una ECM a tope. Pero basta con obtener una puntuación de siete para que se considere que hemos vivido una experiencia cercana a la muerte. 

La física del más allá. Desde hace décadas, multitud de investigaciones –al menos, unas seis centenas– han intentado explicar estas visiones ultraterrenas. Muchas de ellas se recogen en la revisión 'The Handbook of Near-Death Experiences: Thirty Year of Investigation' y han conseguido ofrecer respuesta a algunos de los lugares comunes más frecuentes: la hipoxia, que aparece cuando nos quedamos sin oxígeno, puede provocar las alucinaciones; los problemas con la anestesia nos pueden llevar a escuchar las voces de los que nos rodean; y las drogas pueden ser las causantes tanto de la sensación de paz como de las visiones. La hipótesis del “pico de muerte” sugiere que, antes de morir, los cerebros de todos los seres vivos se vuelven hiperactivos, lo que ayudaría a explicar la vivacidad con la que se recuerdan estos episodios. 

Sin embargo, hay un problema con la mayor parte de investigaciones sobre las ECM, y es que se suelen realizar a posteriori, a partir de los relatos de quienes las han vivido, lo que hace que no sean representativas (alguien que tuvo una mala experiencia seguramente no querrá contarla) y que el paso del tiempo afecta unos recuerdos de por sí muy maleables. Apenas una docena de estudios analizan lo que ocurre cuando una ECM tiene lugar a partir del examen de personas que sufren paros cardiacos.

El verdadero Santo Grial en estas investigaciones es conseguir demostrar que se produce una percepción verídica aparentemente no física. En definitiva, que alguien ha escuchado o visto algo que, según la ciencia neurológica, no puede haber escuchado o visto. Algo que ninguno de ellos ha sido capaz de encontrar, aunque suelan citarse un par de casos llamativos: el de Pam Reynolds, que pudo reproducir las conversaciones de los cirujanos y describir el material quirúrgico utilizado mientras se encontraba clínicamente muerta, y el de María, una inmigrante que describió a la perfección una zapatilla que se encontraba en una cornisa del hospital, y que era imposible que hubiese visto previamente. 

Estas experiencias ofrecen tranquilidad a aquellos que han vivido situaciones traumáticas. Para llegar a dicho hallazgo, basta con seguir la propuesta de Janice Holden, que señalaba que era necesario contar con un estímulo que pudiese ser percibido por quien vive la ECM, pero no por los investigadores o los médicos, puesto que pueden condicionar los resultados. En el artículo de 'The Atlantic', el autor cita a la psicóloga inglesa Susan Blackmore, una autoridad en el campo de las ECM. A pesar de su escepticismo, la autora no tiene ningún reparo en conceder que “estas experiencias pueden ser maravillosas, transformadoras y arrojar nueva luz sobre la condición humana”. 

Una visión particularmente sugerente es aquella que señala que las ECM se parecen sospechosamente al monomito del viaje del héroe que el antropólogo Joseph Campbell describió a finales de los años cuarenta, ya que reproducen la estructura de abandono de lo cotidiano, encuentro con lo fantástico y transformación que se reproduce en la mayor parte de narrativas. En otras palabras, estos viajes al otro mundo encajan en las estructuras narrativas básicas que vemos en cualquier película o novela, al mismo tiempo que ofrecen un sentido a aquellos que han vivido una experiencia límite, a veces tranquilizándolos, como en el caso de aquel hombre que escuchó la voz de Dios al despertar de un accidente en el que perdió a su mujer, su hija y un brazo. 

Yo solo sé que no sé nada… Sé, que estamos aquí y somos de allá, y como oímos hablar de allá nos gustaría saber algo de allá, pero nadie que ha ido allá ha venido para contarlo. Ya Jesús nos hizo saber, en la parábola del rico ‘epulón’ y el pobre Lázaro, que de allá no se vuelve… Esto se sobreentiende, cuando el rico ruega a Abrahán que envíe a Lázaro a casa de su familia para que les diga que cambien de proceder, para que puedan ir al cielo: 

Ruego entonces, padre, que le envíes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos, para que les advierta y no vengan también a este lugar de tormentos

Pero replicó Abrahán: 

—Tienen a Moisés y a los Profetas. ¡Que los oigan! 

Él dijo: 

—No, padre Abrahán; pero si alguno de entre los muertos va a ellos, se convertirán. 

Y le contestó: 

Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán, aunque uno de los muertos resucite. 

Queda claro, que los que se van, ya nunca más vuelven...

Fotografía: Sciencefreak 

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