Un ratoncito se coló una noche en una tienda llena de exquisiteces. El pequeño roedor empezó a oler todas las cosas buenas que había a su alrededor: mantequilla, tocino, chocolate y sobre todo, el queso. Se alzó sobre sus patitas traseras y sin poder reprimirse, emitió un grito de felicidad. Pero, ¿con qué debería empezar su banquete? Iba a hincarle el diente a un trozo de mantequilla cuando le llegó el aroma a un chorizo riquísimo desde el otro lado del local. Cuando se iba para allá, notó el olor de un exquisito queso francés, que le hizo dar media vuelta.
A punto de empezar a devorarlo, le invadieron las fragancias de las zanahorias frescas. El pobre ratón corría de un lado para otro sin saber qué comer primero. Y de repente, se hizo de día, la gente empezó a llegar a la tienda y tuvo que escaparse de allí. De regreso a su casita el roedor les dijo a sus amigos:
—Nunca más volveré a esa tienda. ¡Cuando vas a empezar a comer, te echan fuera!
En realidad, el ratón debería haberles dicho que le costó tanto decidirse que perdió su oportunidad, porque para aprovechar lo que la vida nos pone por delante hay que saber actuar con determinación. Y es que la indecisión es el peor enemigo cuando tenemos que resolver algo importante.
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