Perdonar no es olvidar: es recordar sin que te duela. Esto está escrito por la psicóloga y coaching, Mamen Garrido Ramón, que nos explica cómo liberarnos del rencor:
Todos hemos sentido alguna vez cierto rencor o resentimiento hacia otra persona por algo que nos ha hecho y que sentimos que no podemos perdonar. A veces se trata de alguien tan cercano como un padre, un hijo, un hermano o nuestra propia pareja, y eso todavía pone las cosas más difíciles.
Es habitual escuchar historias de personas que viven esperando a que alguien les pida perdón. También puede que ya hayan asumido que eso nunca ocurrirá y aun así, mantienen ese sentimiento dañino dentro de ellos.
Lo que a menudo se olvida o se ignora es que el verdadero perdón nunca vendrá de fuera, sino que ha de nacer de uno mismo. Lo más complicado no es perdonar a otros, sino perdonarnos a nosotros mismos.
Perdonar no significa olvidar lo que ha pasado: en los momentos más dolorosos es precisamente donde mejor nos conocemos. Pero quedarse anclado a ese dolor y rememorarlo con frecuencia no nos ayuda a sanar, sino todo lo contrario: mantiene la herida abierta.
Aprende a transformar el dolor. Independientemente de lo que ocurriera en el pasado, cada uno tenemos el poder de transformar ese dolor y aprender de la experiencia. Es importante tomar conciencia de que esa rabia que sientes te hace más daño a ti que al otro. La persona que te causó el dolor puede estar arrepentida o no, pero eso no cambia tu situación.
Guardar rencor es como agarrar un carbón en brasa: el que se quema eres tú.
Para llegar a recordar lo sucedido sin que duela, para aceptarlo como una etapa más de este juego de la vida, tenemos que vivir el perdón más como una decisión que como un sentimiento. Cuando decides perdonar o perdonarte por algo, estás abriendo las puertas de tu propia prisión; estás dejando paso a la liberación que supone deshacerse de un peso enorme que no te deja avanzar.
Reconoce el daño para empezar a perdonar. El primer paso para conseguir sanar es analizar lo que verdaderamente ha pasado y reconocer cuál ha sido el daño: ¿Qué ha pasado? No tengas miedo ni vergüenza; simplemente tómate un tiempo para reflexionar de la forma más objetiva posible sobre los hechos que te causaron esa herida que tanto te cuesta cerrar. ¿Es algo que hiciste y que no te has podido perdonar? ¿Es algo que hizo alguien que te hizo sentir muy mal? ¿Te ha traicionado un hermano o un amigo, tu pareja te ha sido infiel? ¿No perdonas a tu madre porque ha muerto? ¿Tus padres son responsables de la persona que eres por cómo te educaron, o tú los culpas por dañarlos y huir de tu responsabilidad? ¿Sientes que alguien te ha destrozado la vida?
Pararse a pensar con detalle en el asunto puede resultar hiriente, pero es necesario sacar todo lo que hay en la nevera y se ha podrido. Así será posible hacer una limpieza a fondo y volverla a llenar de alimentos nuevos y recién comprados.
Identifica las emociones implicadas…Cuando revisas de forma consciente lo acontecido es importante que centres tu atención en qué emociones emergen de ti. Generalmente son esos sentimientos que, sin darnos cuenta, hemos asociado a los hechos que vivimos, los que más nos dificultan romper con todo y liberarnos. Suelen ser emociones como la rabia, la culpa, el miedo, la vergüenza o la ira.
A menudo intentamos ocultarlas o echar tierra encima de ellas para que no salgan a la luz, cuando precisamente lo que nos conviene es identificarlas, ponerles nombre y darles las gracias por la función que hasta el momento han desempeñado. Sólo sabiendo qué es lo que sentimos podemos decidir qué otra cosa queremos sentir. Todas las emociones que podemos sentir son útiles y por eso existen, sólo que no siempre somos capaces de entender su utilidad.
Expresa el dolor y perdónate. Date permiso para expresar libremente lo que sientes: saca la rabia, la ira, el enfado que llevas por dentro. Puedes escribir una carta, gritarlo en voz alta, hablarlo con alguien de confianza y soltar, soltar, soltar. Cuando sientas que no te queda nada dentro respecto a ese asunto, decide firmemente acceder al perdón. Te recuerdo que el perdón es un camino unidireccional, de dentro hacia fuera, que no necesitas ni siquiera que el otro lo sepa.
Perdonar no significa reconciliación, ni tampoco exculpar a la persona que causó el daño: perdonar significa dejar ir el dolor. Perdonar significa soltar la mano al pasado para poder caminar sin lastres hacia el futuro. El perdón no es automático; es un proceso, y como todo proceso necesita un tiempo para ir consolidándose. Pero la decisión de perdonar sí es un todo: cuando llegas a ese punto aceptas el compromiso de vivir con esa actitud de ahora en adelante.
Y no olvides que al perdonar a los demás te estás perdonando a ti mismo, y aceptar los errores de otros te ayudará a aceptar los tuyos. El que no perdona no se quiere a sí mismo, porque sólo alguien que no se ama permite que el veneno entre en su corazón y permanezca por tiempo…
Decía, Desmond Tutu: “El perdón es una necesidad absoluta para la continuación de la existencia humana”.
Y, Christopher Moore: “Los fármacos y el perdón pueden convertir el morir en un momento gozoso: es como si los moribundos regresaran a la infancia y, como nada en el futuro importa, como no tiene uno que enseñarles a vivir, darles lecciones, forjar para ellos recuerdos prácticos y aplicables, puede extraerse toda la alegría de esos últimos instantes y guardarla en el corazón”.
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