sábado, 5 de mayo de 2018

Canto a la Madre del Alma


Un cristiano sin la Virgen está huérfano. También un cristiano sin Iglesia es un huérfano. Un cristiano necesita de estas dos mujeres, dos mujeres madres, dos mujeres vírgenes: La Iglesia y la Madre de Dios. 

El Papa Francisco, en cada una de sus homilías acerca de nuestra siempre Madre virginal, nos asegura que María mira a todos y a cada uno de nosotros, como madre y con una gran ternura, misericordia y con amor, y siempre nos anima a sentir su mirada amable. Nos recuerda que "está huérfano el cristiano que no tiene a María como madre". Y es que el Santo Padre ya casi no termina ningunos de sus discursos sin invocar el poderoso auxilio de nuestra Señora y Reina de todos los cristianos. Y es que ella es modelo toda vocación, no tuvo miedo a decir su «fiat» a la llamada del Señor, al encuentro divino de Dios con la humanidad. Y es que Ella nos acompaña y nos guía, nos enseña el significado de vivir en el Espíritu Santo y a saber acoger la novedad de Dios en nuestra vida.

María, la Salus Populi Romani, es la mamá que nos dona la salud en el crecimiento, para afrontar y superar los problemas, en hacernos libres para las opciones definitivas; la mamá que nos enseña a ser fecundos, a estar abiertos a la vida y a ser cada vez más fecundos en el bien, en la alegría, en la esperanza, a no perder jamás la esperanza, a donar vida a los demás, vida física y espiritual. Nuestro camino de fe está unido de manera indisoluble a María desde el momento en que Jesús, muriendo en la cruz, nos la ha dado como Madre diciendo: "He ahí a tu madre" (Jn 19,27)

Estamos en mayo, un mes dedicado a la Madre, por lo que nos acercamos más a la Virgen María y la tenemos más presente, aunque ella está diariamente en nuestras vidas. María, Virgen y Madre. A continuación, unas frases de enseñanzas que nos brinda el Papa Francisco acerca de María:

María nos da la salud, es nuestra salud.

María es madre y una madre se preocupa sobre todo por la salud de sus hijos… La Virgen custodia nuestra salud. ¿Qué quiere decir esto? Pienso sobre todo en tres aspectos: nos ayuda a crecer, a afrontar la vida, a ser libres.

La Virgen hace precisamente esto con nosotros, nos ayuda a crecer humanamente y en la fe, a ser fuertes y a no ceder a la tentación de ser hombres y cristianos de una manera superficial, sino a vivir con responsabilidad, a tender cada vez más hacia lo alto.

Es la mamá cuida a los hijos para que crezcan más y más, crezcan fuertes, capaces de asumir responsabilidades, de asumir compromisos en la vida, de tender hacia grandes ideales.

La Virgen María, por tanto, educa a sus hijos en el realismo y en la fortaleza ante los obstáculos que son inherentes a la vida misma, y que ella misma padeció al participar de los sufrimientos de su Hijo.

María es la buena mamá, una buena mamá no sólo acompaña a los niños en el crecimiento, sin evitar los problemas ni los desafíos de la vida, una buena mamá ayuda también a tomar las decisiones definitivas con libertad.

Es una mamá que ayuda a los hijos a crecer y quiere que crezcan bien, por ello los educa a no ceder a la pereza (que también se deriva de un cierto bienestar) a no conformarse con una vida cómoda que se contenta sólo con tener algunas cosas.

María lucha con nosotros, sostiene a los cristianos en el combate contra las fuerzas del mal.

María es la madre que con paciencia y ternura nos lleva a Dios para que desate los nudos de nuestra alma.

Toda la existencia de María es un himno a la vida, un himno de amor a la vida: ha generado a Jesús en la carne y ha acompañado el nacimiento de la Iglesia en el Calvario y en el Cenáculo:

María, haznos sentir tu mirada de madre, guíanos a tu Hijo, haz que no seamos cristianos de escaparate, sino de los que saben mancharse las manos para construir con tu Hijo Jesús su Reino de amor, de alegría y de paz. Por el mismo Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.

Y San Bernardo nos invita a acudir a María para buscar la fuerza que nos ayude y proteja en los momentos de debilidad humana:

Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas con los escollos de la tentación, mira a la estrella, llama a María.

Si te agitan las olas de la soberbia, de la ambición o de la envidia, mira a la estrella, llama a María.

Si la ira, la avaricia o la impureza impelen violentamente la nave de tu alma, mira a María.

Si turbado con la memoria de tus pecados, confuso ante la fealdad de tu conciencia, temeroso ante la idea del juicio, comienzas a hundirte en la sima sin fondo de la tristeza o en el abismo de la desesperación, piensa en María.

En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María.

No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir su ayuda intercesora no te apartes tú de los ejemplos de su virtud. No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en ella piensas.

Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás si es tu guía; llegarás felizmente al puerto si Ella te ampara.

Digamos como San Francisco de asís: "Dios os salve, María, Madre de Dios. En Vos está y estuvo toda la plenitud de la gracia y todo bien".

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