Una tarde, un niño y su padre se encontraban pescando en un lago y faltaba pocas horas para el comienzo de la temporada de róbalo, así que usaban gusanos de carnada para atrapar percha y pez sol. El niño decidió practicar su lanzamiento usando un pequeño cabo plateado, al momento que el cebo cayó del agua, su vara se dobló por completo. Él y su padre reconocieron al instante que algo enorme se había pegado al anzuelo. Cuando por fin lograron subir al bote el pez más grande que había visto en toda su vida, se dieron cuenta que aquel pez era un róbalo, y eso era un problema…
El padre echó un vistazo a su reloj y vio que justo faltaban dos horas para el comienzo oficial de la temporada de róbalo, y le dijo:
—Hijo, vas a tener que echarlo al agua.
El protestó diciendo:
—Pero, nunca lograremos atrapar otro pez tan grande como éste.
El chico, miró a su alrededor para ver si alguien era testigo de la situación, y no vio ninguna otra barca, pero por el tono de su padre sabía que no era un asunto que podía discutirse. El padre quitó cuidadosamente el anzuelo de la boca del pez y con mucha delicadeza lo dejó en el agua.
El niño estaba en lo cierto, nunca ha vuelto a pescar un róbalo tan grande, pero lo que sí recuerda es la lección que su padre le enseñó aquel día:
“Lo correcto hay que hacerlo no sólo cuando alguien te esté mirando”.
No olvides que: “Los ojos de Dios están en todo lugar, mirando a los buenos y a los malos”. Proverbios
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