Un día, un hombre contemplativo de un pueblo lejano, pudo subir hasta el cielo. A la vuelta, contó lo que había visto desde las estrellas. Su impresión al contemplar la vida humana, la definía como luces…
Contaba que, desde allá arriba se veía un mar de gente que se movía por el mundo como fueguitos, decía:
—Así somos, un mar de fueguitos. El mundo es eso: Un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos bobos que no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarles sin parpadear, y quien se acerca se enciende electrizado de luces brillantes.
Respetemos los fueguitos… Sé fuego que arde amoroso, sin pretender robarle a nadie ni una chispa de su fuego especial.
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