domingo, 8 de octubre de 2017

Juventud

La juventud no es una época de la vida; es un estado mental. No consiste en tener mejillas sonrosadas, labios rojos y piernas ágiles. Es cuestión de voluntad; implica una cualidad de la imaginación; un vigor de las emociones; es la frescura de las profundas fuentes de la vida.
Juventud es el dominio temperamental del arrojo sobre la pusilanimidad de los apetitos; del ímpetu aventurero sobre el apego a la comodidad. Esta actitud a menudo se encuentra más en un hombre de 60 años que en un muchacho de 20. Nadie envejece meramente por el número de años que ha cumplido. Envejecemos cuando cerramos puertas y desertamos de la solidaridad, de compartir sentimientos y de contagiar sonrisas.
Los años pueden arrugar la piel, pero cuando se renuncia al entusiasmo le salen arrugas al alma. Las preocupaciones, el temor, la falta de confianza en uno mismo, encogen el corazón y aniquilan el espíritu. Lo mismo a los 60 que a los 16, en todo corazón humano palpitan el ansia por lo maravilloso y el constante apetito, como de niño, por lo que ha de venir y la alegría inherente al juego de la vida.
En el centro del corazón, del tuyo y del mío, existe un radar que todo lo capta. Mientras reciba mensajes de belleza, esperanza, alegría, valor y fuerza, tanto de lo humano como de lo Divino, seguirás siendo joven.
Cuando se abatan tus receptores por la envidia, los temores y las inseguridades, y el frío y la nieve alcance tu espíritu, será el pesimismo quien se apodere de ti; entonces sí habrás envejecido, aunque sólo tengas 20 años.
Pero mientras tu alma esté sana, en la profundidad de tu ser habrá luz, solo entonces, a tus receptores llegarán las señales vibrantes, el optimismo no decaerán y la esperanza y la alegría te acompañarán, y morirás joven, aun teniendo cien años.

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