miércoles, 4 de febrero de 2015

Un café y una sonrisa

Quiero relatarles una linda experiencia… 
Soy madre de tres hijos de 14, 12 y 3 años, y recientemente terminé mi carrera universitaria. En la facultad de Sociología pude descubrir, gracias a la profesora, las cualidades con las cuales cada ser humano es agradecido.
Su último proyecto fue titulado «SONRÍE». Pidió a la clase que saliéramos y le sonriéramos a tres personas y documentáramos sus reacciones. Como yo soy una persona muy extrovertida y siempre sonrío, y a todos digo «hola», así que pensé que esto era «pan comido».
Tan pronto nos fue asignado el proyecto, una mañana fría de marzo, mi esposo, mi hijo pequeño y yo fuimos a McDonald’s, era la manera de compartir un tiempo de juego con nuestro hijo. Estábamos en fila esperando ser atendidos, cuando de repente todos se hicieron para atrás, incluso mi esposo. Yo no me moví ni una pulgada y un abrumador sentimiento de pánico me envolvió cuando di vuelta para ver qué pasaba. Cuando giré percibí un horrible olor a «cuerpo sucio» y junto a mí, vi que estaban parados dos hombres harapientos. Miré a la cara al hombre más bajo que estaba cerca de mí, él me sonreía y sus hermosos ojos azul cielo estaban llenos de la luz de Dios buscando aceptación. Dijo:
—Buen día —mientras contaba las pocas monedas que traía.
El acompañante manoteaba en un estado de ausencia; era un ser dependiente y su salvación era el que contaba las monedas. Contuve las lágrimas. La camarera le preguntó qué quería y él dijo:
—Café…, es todo, señorita —porque el dinero que tenía no le daba para más, ya que si les apetecía sentarse en el restaurante para calentarse un poco, tenían que consumir algo.
En ese momento, comprendiendo la triste situación de estos dos hombres y como un impulso, sentí la necesidad de abrazar a estos seres desvalidos. Todas las miradas se posaron sobre mí como juzgando mi acción. Sonreí y le pedí a la camarera que me diera dos desayunos más en bandejas separadas y caminé hacia la mesa donde estaban los dos hombres sentados, puse la bandeja en su mesa y mi mano sobre la mano fría del hombre pequeño; él me miró con lágrimas en los ojos y dijo:
—¡Gracias!
Me incliné dándole palmaditas en su mano y le dije:
—No lo hice por ustedes, Dios está aquí actuando a través de mí para darles esperanza.
Comencé a llorar mientras caminaba para reunirme con mi esposo e hijo, al sentarme mi marido sonrió y dijo:
—¡Es por eso que Dios te trajo hasta mí, cariño, para darme esperanza!
Por un momento nos tomamos de la mano y en ese instante supimos que fuimos bendecidos por la gracia para ser capaces de dar.
El día de nuestra última clase llegué a la universidad con esta historia en mano. Entregué mi proyecto y la profesora lo leyó. Entonces me miró y preguntó:
—¿Puedo compartir esto?
Yo asentí mientras ella pedía la atención de la clase. Comenzó a leer. Entonces me di cuenta que nosotros, como seres humanos y siendo parte de Dios, necesitamos compartir para sanar a la gente y para ser sanados.

No hay comentarios :

Publicar un comentario