jueves, 19 de febrero de 2015

El verdadero amor

Un famoso maestro se encontró frente a un grupo de jóvenes que estaban en contra del matrimonio. Los muchachos argumentaban que el romanticismo constituye el verdadero sustento de las parejas y que es preferible acabar con la relación cuando éste se apaga en lugar de entrar en la hueca monotonía del matrimonio. El maestro les dijo que respetaba su opinión, pero les relató lo siguiente:
Mis padres vivieron 55 años casados. Una mañana mi madre bajaba las escaleras para prepararle el desayuno a mi padre y sufrió un infarto. Cayó desvanecida… Mi padre corrió y la levantó como pudo y con gran esfuerzo la subió a la camioneta y a toda velocidad la llevó al hospital, pero cuando llegó por desgracia ya había fallecido.
Durante el sepelio mi padre no habló ni una palabra y su mirada estaba como perdida. Casi no lloró. Esa noche sus hijos nos reunimos con él. En un ambiente de dolor y nostalgia recordábamos hermosas anécdotas familiares, rememorando la figura de mi madre.
Mi padre apenado pidió a mi hermano teólogo, que le dijera dónde estaría mamá en ese momento. Mi hermano comenzó a hablar de la vida después de la muerte y nos explicaba cómo sería ese Paraíso dónde nuestra madre estaría hasta que nos volviéramos a reencontrar. Mi padre escuchaba con gran atención. De pronto pidió:
—Llévenme al cementerio.
—Pero, papá, ¡son las 11 de la noche, no podemos ir al cementerio ahora!
Alzó la voz temblorosa y con los ojos nublados de lágrimas rogó:
—No discutan conmigo por favor. No discutan con el hombre que acaba de perder a su esposa y compañera durante 55 años.
Se produjo un momento de respetuoso silencio. No discutimos más. Fuimos al cementerio, pedimos permiso al velador y con una linterna llegamos a la tumba. Mi padre la acarició, lloró y nos dijo a sus hijos que veíamos la escena conmovidos:
—Fueron 55 buenos años, ¿saben? Nadie puede hablar del amor verdadero si no tiene idea de lo que es compartir la vida con una mujer como ella —hizo una pausa y se limpió las lágrimas—. Ella y yo estuvimos juntos en la crisis que nos afecto por falta de trabajo. Hicimos juntos el equipaje cuando vendimos la casa y nos mudamos de ciudad. Compartimos la alegría de ver crecer a nuestros hijos hasta terminar sus carreras y somos felices porque nos han regalado nietos. Juntos hemos llorado la partida de nuestros seres queridos. Rezamos juntos en la sala de espera de algunos hospitales. Nos apoyamos en el dolor y el sufrimiento. Nos abrazamos en cada Navidad, y nos perdonamos nuestros errores. Hijos, ahora se ha ido y estoy contento, y ¿saben por qué?, porque se fue antes que yo. No tuvo que vivir la agonía y el dolor de enterrarme, de quedarse sola después de mi partida. Seré yo quien pase por eso y le doy gracias a Dios. La amo tanto que no me hubiera gustado que sufriera…
Cuando mi padre terminó de hablar, mis hermanos y yo teníamos el rostro empapado de lágrimas. Lo abrazamos y él nos consoló:
—Todo está bien hijos, podemos irnos a casa. Ha sido un buen día.
Esa noche entendí lo que es el verdadero amor. El cariño verdadero dista mucho del romanticismo, no tiene que ver demasiado con el erotismo, más bien se vincula al trabajo y al cuidado que se profesan dos personas realmente enamoradas y comprometidas.
Cuando el maestro terminó de hablar, los jóvenes universitarios no pudieron debatirle. Ese tipo de amor era algo que no conocían. Realmente hermoso…
El verdadero amor dura toda la vida y es uno de los más grandes tesoros que podemos tener en nuestras vidas. El tiempo no espera a nadie. Atesora cada momento que puedas compartir con quienes amas.

No hay comentarios :

Publicar un comentario