lunes, 23 de febrero de 2015

El hijo

Un hombre rico y su hijo tenían gran pasión por el arte. En su amplia colección había desde Picasso hasta Rafael. Muy a menudo se sentaban juntos a admirar las grandes obras, pero desgraciadamente el hijo tuvo que ir a la guerra y murió. Fue muy valiente, murió mientras rescataba a otro soldado. El padre recibió la noticia y sufrió profundamente la muerte de su único hijo.
Un mes más tarde, justo antes de la Navidad, alguien tocó a la puerta. Era un joven que portaba un paquete y dijo al padre:
Señor, usted no me conoce, yo soy el soldado por quien su hijo dio la vida. Ese día él salvó muchas vidas. Me llevaba a un lugar seguro cuando una bala le atravesó el pecho y murió en el acto. Él hablaba muy a menudo de usted y de su amor por el arte.
En ese momento el muchacho extendió los brazos y le entregó el paquete.
Yo sé que esto no es mucho. No soy un gran artista, pero creo que a su hijo le hubiera gustado que usted recibiera mi humilde obsequio.
El padre abrió el paquete. Era un retrato de su hijo pintado por el joven soldado. Lo embargó una profunda admiración el ver que el soldado había captado en el retrato la personalidad de su hijo. Estaba tan atraído por la expresión de los ojos de su hijo, que los suyos se llenaron de lágrimas. Le agradeció el detalle al soldado y se ofreció a pagarle por el cuadro.
¡Oh no, Señor!, yo nunca podría pagarle lo que su hijo hizo por mí. Esto es un regalo. 
El padre colgó el retrato sobre la repisa de su chimenea. Cuando los visitantes llegaban a su casa les mostraba el retrato de su hijo antes de mostrar su famosa colección.
Meses más tarde murió el padre y se anunció una subasta de todas las pinturas que poseía. Mucha gente importante acudió con grandes expectativas de hacerse con un famoso cuadro… Sobre la plataforma estaba el retrato de «El hijo». El subastador golpeó su mazo para dar inicio a la subasta.
Empezaremos los remates con este retrato de «El hijo». ¿Qué ofrecen por este retrato?
Hubo un gran silencio. Entonces una voz del fondo de la habitación gritó:
Queremos ver las pinturas famosas, olvídese de esa.
Sin embargo, el subastador persistió:
¿Alguien ofrece algo por esta pintura? ¿$100…$200?
Otra voz gritó con enojo:
No venimos por esa pintura, venimos por los Van Goghs, los Rembrandts… ¡Vamos a las ofertas de verdad!
Pero aun así el subastador continuaba su labor:
«El hijo». «El hijo»… ¿Quién se lleva «El hijo»?
Finalmente se oyó una voz desde atrás, era el viejo jardinero del padre y del hijo. Siendo un hombre muy pobre, lo único que podía ofrecer eran $10.
Ofrecen $10. ¿Quién da $20…? —gritó el subastador.
Los presentes se estaban impacientando, porque nadie quería la pintura de «El Hijo». Querían las que representaban una valiosa inversión para sus propias colecciones. El subastador golpeó por fin el mazo:
Nadie ofrece más…Va una, van dos. ¡Vendida por $10!
Todos pensaron que ya podían pujar por la colección, pero el subastador soltó su mazo y dijo:
Lo siento mucho, damas y caballeros, pero la subasta llegó a su final.
Pero… ¿y las pinturas? —dijeron los interesados llenos de estupor.
Lo siento —contestó el subastador—. Cuando me llamaron para conducir esta subasta, se me informó de un secreto estipulado en el testamento del dueño. Yo no tenía permitido revelar esta estipulación hasta este preciso momento. Solamente la pintura de «El hijo» sería subastada. Aquel que la aceptara heredaría absolutamente todas las posesiones de este hombre, incluyendo las famosas pinturas. El hombre que aceptó quedarse con «El hijo» se quedó con todo. Quién ama al Hijo ama al Padre y todas sus posesiones serán para él.

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