Erase una vez una isla paradisíaca en la que vivían todos los sentimientos y valores del hombre: el buen humor, la tristeza, la sabiduría, el orgullo, la tristeza, el amor…
Un día, los meteorólogos anunciaron la llegada de un tifón destructor que inundaría la isla. Entonces, todos se apresuraron a embarcarse y huir… todos, menos el amor, que permaneció allí hasta el último momento.
Cuando el agua había llegado al punto más elevado de la isla, el amor pidió auxilio. La riqueza pasó en un barco lujosísimo y el amor le dijo:
—Riqueza, ¿me puedes llevar contigo?
—No hay sitio para nadie, porque todo está lleno de oro y plata —le respondió.
Entonces, el amor se dirigió al orgullo, que surcaba a toda vela el mar:
—Orgullo, ¿tienes un hueco para mí en tu nave?
A lo que éste, casi sin mirarle a la cara, contestó:
—Aquí no hay lugar para ti. Todo es aparentemente perfecto y arruinarías mi reputación.
Así fue preguntando a todos los que pasaban cerca hasta que un viejo le dijo:
—Ven, amor, te llevo conmigo.
Cuando llegó a tierra firme quiso agradecerle la ayuda, pero se marchó rápidamente. Al preguntarle a la sabiduría quién era aquel anciano generoso, ésta le dijo:
—Era el tiempo, el único que es capaz de comprender cuán importante es el amor en la vida.
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