El Señor me llama... ¡Seguirte quiero, Señor!
A pesar de mi resistencia y egoísmos; a pesar de mis planes y proyectos; a pesar de mis afanes y ambiciones, Señor, yo quiero seguirte. Quiero seguirte sin condiciones y darte las gracias por tu invitación. Porque a mí también, a pesar de mis pecados, me has invitado a seguirte.
Te pido ayuda y fortaleza para no fallarte, porque hay días que soy capaz de dar hasta la vida y otros que me siento débil e incapaz de dar, ni siquiera, un paso. También hay días que me resisto a tus planes, a escucharte o a seguir tus indicaciones. Hablo contigo y yo mismo me pregunto y me respondo, y no te dejo hablar a Ti. ¡Perdóname, Señor!
Lléname de tu humildad y paciencia para permanecer en tu
Palabra, y atento a tus indicaciones y señales. Dame la Gracia de no desesperar y la sabiduría de distinguir lo bueno que viene de Ti, de lo que procede
del maligno y del mundo. Señor, guía mis torpes pasos y permíteme seguirte y
permanecer a tu lado.
Dame la Luz de tu Espíritu y dirige mi vida para que en Él no
me pierda ni me desvíe del Camino. Señor, me pongo en tus manos confiado en tu
Amor y Misericordia, abandonado a tus planes.
Quiero seguirte, Señor, en medio de este mundo; quiero
seguirte en medio de tantas dificultades, en medio de una sociedad que necesita
cada vez más de ti; en medio de tanta gente que, sin saberlo, está hambrienta y
necesitada de algo que la llene de verdad.
Quiero seguirte, Señor, porque sé que me necesitas para crear
un mundo en donde reine cada vez más la justicia, el amor y la paz; un mundo
donde todos se puedan llamar algún día hermanos de verdad; un mundo donde todos
te reconozcan y se acerquen de nuevo a Ti; un mundo donde la única ley sea
amarnos como Tú nos amaste.
Hoy, Señor, quiero renovar mi opción por Ti. Quiero decirte
que sigues siendo lo más importante y lo que le da sentido a mi vida, que te necesito. Quiero decirte que sin Ti estaría perdido y
desorientado porque Tú eres luz para mis ojos y calor para mi alma.
Sé, Señor, que tenerte en el centro de mi vida no es fácil porque estamos muy distraídos, y las dificultades afloran sin yo buscarlas. Algunas veces serán los que me
rodean que me invitarán a dejarte; otras será mi pereza, mi comodidad, mi
orgullo, mi “yo”.
A pesar de todo, quiero lanzarme al vacío, quiero apostar por
ti. Porque sé que sólo quien apuesta en esta vida es capaz de ganar algo; porque
sé que seguirte es hacer un ejercicio de confianza total y yo estoy dispuesto a
realizarlo, porque Tú, solo Tú, puedes llenar cualquier vacío.
Meditando en tu llamada y en mi deseo de seguirte he descubierto que el ideal de mi vida entera eres Tú y que el ideal de mi modo de proceder es el modo de proceder tuyo. Por eso fijo mis ojos en Ti -los ojos de la fe-, para contemplar tu figura tal como aparece en el evangelio. Tú mismo nos dijiste: "Os he dado ejemplo para que me imitéis". Yo quiero imitarte, Señor, soy pecador y necesito tu ayuda para no defraudarte.
Señor, me gustaría sentir con los sentimientos de tu corazón
con que amabas al Padre y a los hombres. Jamás nadie ha tenido mayor amor que
Tú, que diste la vida por tus amigos, culminando tu entrega sin límites.
Enséñame a ser compasivo con los que sufren. Enséñame, Señor,
tu modo de tratar con la gente. Comunícame la delicadeza con que tratabas a tus
amigos. Que aprenda de Ti, Señor, tu modo de hacer y actuar con mansedumbre en
todo momento.
Esta es la imagen tuya que contemplo en el Evangelio: una
persona acogedora, noble, amable, buena, testimonial… Con una coherencia entre vida y
acción, entre obras y palabra. Desenmascaraste a los hipócritas y mentirosos; a los que abusaban de los débiles; a los malévolos con malas intenciones, que aparentando ser buenos, iban pisoteando y desprestigiando sin piedad a quienes les podían hacer sombra... También es cierto que con
tu amabilidad atraías a las multitudes hasta el punto de que se olvidaban de
comer, y los enfermos estaban seguros de tu compasión para con ellos...
Señor, enséñanos a orar. Tu continuo contacto con el Padre en
la oración, antes del amanecer o mientras los demás dormían, lleva consuelo y aliento a tu misión salvadora anunciando el reino a todos los hombres.
Enséñame tu modo de mirar, como miraste a Pedro para llamarle
a tu seguimiento o levantarle de su caída; como miraste con compasión a todos
los que acudían a Ti; como miraste a la gente que andaban como ovejas sin pastor.
El Bautista quedó subyugado en su primer encuentro contigo.
El centurión de Cafarnaúm se sintió abrumado por tu bondad. Todos los testigos
de tus prodigios quedaron admirados. Es la misma admiración que invade a tus
discípulos: Tu poder, tu forma de hablar, tu autoridad y compasión cautivan a todos. Señor:
Tú eres Camino, Verdad y Vida, quiero seguirte para alcanzar de tu misericordia la salvación.
Haz, Señor, que nosotros aprendamos de Ti, en las cosas
pequeñas y en las grandes, siguiendo tu ejemplo con total entrega al padre y a
los hombres, sintiéndonos muy cerca de Ti, pues estás muy cerca de nosotros...
Danos tu gracia, Señor, que llene de vigor y fortaleza nuestra vida y nos
enseñes a proceder siempre conforme a tu espíritu.
Deja que Jesús haga una entrada triunfal en tu vida. Y dale la bienvenida al único Rey de Reyes: Jesús.
Señor, danos un corazón bueno y valiente para seguirte en esta
Semana Santa. Contigo tras la burrita. Contigo en el cenáculo. Contigo en Getsemaní.
Contigo ante Anás, Caifás, Pilato. Contigo atado en la columna con la corona de
espinas. Contigo cargando la cruz. Contigo clavado en la cruz. Contigo sosteniendo
todo tu dolor, un dolor que sufres en tus carnes por nuestros pecados. ¡Perdónanos, Señor!
Pero, qué alegría, tras tanto dolor, saliste triunfante con tu Gloriosa Resurrección. ¡Aleluya. Aleluya,
el Señor resucitó!
Fotografía: Internet
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