miércoles, 20 de marzo de 2024

La primera poeta afroamericana

 


Phillis Wheatley (1753-1784). La primera poeta afroamericana… La primera escritora negra a la que le robaron el nombre.

A los siete años fue robada de su poblado y vendida a traficantes. Esclava hasta los 20 años. A los trece ya escribía poemas, siendo sirvienta doméstica en la familia Wheatley, donde le enseñaron a leer y escribir inglés, y a saber del cristianismo. Estudió griego y latín. En 1773 al publicar su primer libro, Phillis Wheatley pudo comprar su libertad.

La vida, el arte, las relaciones, el amor, la lucha o la amistad, no entienden de género ni raza -o no debería-. Sin embargo, los seres humanos tienen la necesidad innata de señalar y excluir al diferente.

La historia de esta mujer bien podría darse en nuestro siglo. En la época convulsa en la que vivimos, donde los populismos y los extremos ideológicos chocan frontalmente. En pleno siglo XXI, el racismo, el machismo y la xenofobia resurgen con fuerza.

Escritoras con historia… quiero hacer un homenaje a Phillis Wheatley, la mujer que demostró a los estadounidenses que el cerebro y los sentimientos no entienden de color.

Phillis no era su nombre. La niña nació en Senegal allá por el 1753. Con 7 años nuestra protagonista vivía con su familia en un territorio convulso explotado por Francia, pero cuya posesión se disputaba con Inglaterra. África por entonces se había convertido en la fábrica de esclavos del mundo occidental… y ella no pudo escapar a su destino.

Tan lucrativo era el negocio de la venta de personas que comenzaron a surgir grandes grupos de “cazadores”, que sustraían libertades secuestrando a cualquier individuo que pudiera ser de utilidad. De esta manera, con el tiempo el continente africano fue transformándose en el mayor centro de producción esclavista del mundo. También en un mercado, como cualquier plaza, donde los compradores elegían su producto. Para sus amos no eran personas, valían lo que trabajaban.

Fue llamada Phillips, porque así se llamaba el barco en el que viajó a tierras norteamericanas y John Wheatley que fue el mercader que la compró, le dio su apellido.

En Boston, los negreros la pusieron en venta: ¡Tiene siete años! ¡Será una buena yegua! Fue palpada, desnuda, por muchas manos. A los trece años, ya escribía poemas en una lengua que no era la suya. Nadie creía que ella fuera la autora. A los veinte años, Phillips fue interrogada por un tribunal de dieciocho ilustrados caballeros con toga y peluca. Tuvo que recitar textos de Virgilio y Milton y algunos pasajes de la Biblia, y también tuvo que jurar que los poemas que había escrito no eran plagiados.

¿Su nombre? Se lo robaron, al igual que su infancia. Fue capturada en 1760 y llevada a los Estados Unidos en un barco que probablemente portase a otros niños como ella, al que llamaban “Phillips”. Boston, la ciudad más poblada de la américa británica, fue su destino. En su mercado esclavista fue vendida como si fuese un animal. La desnudaron, le miraron los dientes y palparon su piel.

El inglés no era su lengua materna pero pronto comenzó a dominarlo. Dentro de lo que cabe tuvo mejor suerte que los cautivos que fueron vendidos al sur, donde la esclavitud era mucha más dura que en el norte.

Sus “amos” vieron su potencial y le facilitaron cierta formación. La suficiente para aprender a leer y a escribir. Ya con trece años redactaba sus primeros poemas, dejando a propios y a extraños boquiabiertos.

En esos años una buena parte de la población americana era analfabeta y era un hecho insólito que una niña de su posición social pudiese juntar dos letras.

Siguió escribiendo sin cesar, dejando constancia de sus pensamientos y sentimientos. Pero cuando publicó su primer libro fue acusada de plagio, ya que nadie se creía que una esclava negra pudiera escribir con esa pericia.

Sometida a un Juicio racista y machista. Fue interrogada en un tribunal. Un procedimiento inusual en el que más de una docena de ciudadanos ilustres, obviamente blancos y de sexo varón, le hicieron leer diversos pasajes de la biblia. Además, parece que tuvo que recitar algunos textos de memoria de poetas romanos e ingleses.

Luego le hicieron jurar que los poemas que había escrito eran verdaderamente suyos y no copiados. Pasó un largo examen y convenció al tribunal. Era una mujer negra, era una mujer esclava y era una mujer poeta: la primera escritora negra de los Estados Unidos de América.

Su poemario versado sobre diferentes historias fue alabado por uno de los padres de la nación: George Washington, que en aquel momento comandaba el ejército continental revolucionario en la Guerra de la Independencia. Otros como Thomas Jefferson nunca la aceptaron, una persona negra no podía tener pensamiento propio.

Como lamentablemente le ha sucedido a muchos escritores nunca pudo vivir de su arte. Murió sumida en la pobreza a los 30 años, habiendo dedicado la mayor parte de su vida a trabajar de sirvienta. La suerte siempre le fue esquiva, pero demostró a toda una nación que la pasión y la intelectualidad no entienden de género ni de color.

Cuando se examinó en las cortes su capacidad literaria ante los intelectuales de Boston, se concluyó que ella era autora de todos los poemas de su libro. Para que todo el mundo lo supiera firmaron un certificado que lo acreditaba y que fue incluido en su libro “Poems on Various Subjects, Religious and Moral”.

Este hecho se considera el primer reconocimiento en la historia de los Estados Unidos de la igualdad intelectual entre personas blancas y negras. Un hecho muy importante que dejó en evidencia a aquellos que defendían con argumentos “científicos” y “religiosos” la desigualdad entre razas. En un país en donde los esclavos eran considerados poco más que cosas. Para muchos Phillis fue la mecha que prendió la lucha por los derechos de los negros y de la igualdad racial.

Los poemas de Phillis Wheatley son eminentemente cristianos. Seguramente se deba a la educación puritana recibida en Boston, muy alejada de la que hubiera recibido en su país de origen. No obstante, también trata otros muchos temas.

“Fue misericordia la que me trajo desde mi tierra pagana, la que le enseño a mi alma sumida en ignorancia a entender que existe un Dios, que existe un salvador también: yo antes redención no buscaba ni conocía. Algunos ven nuestra raza negra con los ojos del desdén, “Su color es un estampado diabólico”. Recuerden, cristianos, negros, negros como Caín, pueden ser acrisolados, y unirse al sequito angelical”.

Phillis tuvo que dar por perdida muchas cosas, una de ellas, y desde el principio malvado, luego de ser arrebatada de su tribu sangretal, fue su nombre y apellido. Murió a sus 31 años en la indigencia llamándose Phillis Wheatley, por la goleta –The Phillis– que la llevó en su tierna niñez a tierra blanca y Wheatley, por el apellido del comerciante que la compró.

En esa misma familia (Wheatley) abandonó sus rasgos creenciales de africanía, imagino que se olvidó de sus dioses, de los encuentros sagrados en la oscuridad, de las andanzas en las trochas verdes de ida a las chozas, de los cantos de la memoria de su tierra húmeda, que dejó de pertenecerle, desde que se encontró perdida, y lejana con la inocencia que le arropaba la piel tierna, y que la hicieron llorar y tiritar, por el frío, por la soledad, por la angustia, que desde entonces, era terreno inmaduro para ella.

En definitiva, Phillis Weatley fue una escritora que merece la pena recordar. Es un ejemplo más de que la literatura puede conquistar mentes e influenciar pensamientos.

Aunque la estrella nos acompañe, esta es una muestra más de que no todos nacemos con estrella, pero interiormente una luz que infunde fuerza que nos empuja a contar los sentires, no solo lo que sentimos y vivimos, también lo que pensamos lo que vemos y soñamos. 


Fotografía: Internet

 


 

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