Señor, Tú sabes mejor que yo, que estoy envejeciendo y un día seré viejo/a.
No permitas que me haga charlatán/a y, menos aún, que
adquiera el hábito de creer que tengo que decir algo sobre cualquier tema, en toda
ocasión.
Libérame de las ansias de querer arreglar la vida de los
demás.
Que sea pensativo (a) pero no taciturno (a), solícito (a)
pero no mandón (a).
Con el vasto acopio de sabiduría que poseo, parece una
lástima no usarla toda, pero Tú sabes, Señor, que quiero que me queden algunos amigos
al final.
Mantén mi mente libre de la recitación de infinitos detalles.
Dame las alas para ir derecho al grano.
Sella mis labios para que no hablen de mis achaques y
dolores. Ellos van en aumento con el pasar de los años, como también mi gusto
por recitarlos.
Pido la gracia de poder escuchar con paciencia el relato de
los males ajenos.
Enséñame la gloriosa lección de que a veces es posible que
esté equivocado/a.
Mantén en mí una razonable dulzura. No quiero ser santo/a. Es
difícil convivir con algunos/as de ellos/as; pero un/a viejo/a amargado/a es
una de las obras supremas del diablo.
Ayúdame a extraer de la vida toda la diversión posible. Nos
rodean tantas cosas divertidas, que no quiero perderme ninguna. Amén.
Marisol Vegas Jiménez
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