Tendemos a asegurar la vida,
a vivir sobre seguro,
a procurarnos lo material
para poder “vivir” tranquilos.
Y en ese “procurarnos”,
la vida se nos escapa sin enterarnos
y nos pasamos los días,
además,
defendiendo lo que consideramos nuestro,
por derecho,
aunque otros no tengan ni lo imprescindible.
No, no es cuestión de ambicionar,
ni asegurar.
Nuestra mayor riqueza es la vida misma,
el regalo que supone cada día,
cada persona,
cada momento.
Que sepamos regalarnos y compartirnos.
Que nuestra riqueza siempre,
venga de lo alto…
o de dentro…
allí donde nos habita el Dios de la Vida.
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