sábado, 3 de marzo de 2018

Sobre el aseo personal

Un niño en un balde con agua jugando.


Hubo un tiempo en el que aseo personal dejaba mucho que desear. Época de mucho ropaje, sin agua ni baños en las casas, y cómo sería aquello, que hasta las necesidades eran arrojadas a las calles al grito de «¡agua va!». Dicen que el ramo de flores que llevan las novias, surgió en esa época de malos olores, para camuflar precisamente, los olores desagradables por la falta de aseo. Es de agradecer que hayamos dejado atrás esa nauseabunda época, gracias a que tenemos agua corriente en las casas y baños espectaculares para estar como los chorros del oro, y además, contamos con miles de productos para una limpieza confortable que aporta suavidad, tersura y perfume, pero, al parecer, ahora nos pasamos de limpios, y ese es el objetivo de un estudio; determinar las consecuencias negativas y concluir si el aseo personal debe tener unos límites.

¿Somos demasiado limpios? La ciencia empieza a investigar los efectos sobre la salud del exceso de higiene. Abusar de algunos hábitos de limpieza podría derivar en enfermedades y alergias. Tiene nombre de estrategia militar, 'aniquilación microbiana no selectiva'. Pero en realidad es algo que usted y yo hacemos todos los días varias veces: lavar. Lavar nuestra piel, nuestro pelo, los platos en los que comemos, la ropa que usamos, el suelo que pisamos...

La higiene es, sin duda, uno de los pilares en los que se ha basado la evolución humana. Sin el acto de despojarnos de la suciedad no estaríamos donde estamos. El hábito de la limpieza hizo que prosperaran sociedades, crecieran las familias, se expandieran los estados, sobrevivieran los recién nacidos y sus madres tras el parto... Somos, básicamente, homínidos limpios. Pero, ahora, algunos científicos empiezan a intuir que nos hemos pasado de la raya.

La «teoría de la higiene» es una corriente de investigación nacida en los años 70 del siglo pasado que postula que, el exceso de uso de agua y jabón propio de nuestra sociedad contemporánea está aniquilando algunos microorganismos que no deberían desaparecer, que son beneficiosos para nuestra salud. De hecho, esta teoría —aún controvertida— asegura que el auge de algunas enfermedades como las alergias y las enfermedades autoinmunes puede estar relacionado con este fenómeno. Nuestro sistema inmunitario estaba diseñado para combatir con virulencia la presencia de bacterias de gran diversidad. Ahora que las bacterias mueren con la lejía y el «Fairy» nuestro cuerpo reacciona atacando sustancias que no son dañinas y provocando desequilibrios en la salud. ¿Será verdad?

David Withlock es un químico estadounidense que ha querido comprobar este fenómeno sobre sus propias carnes..., o sobre su propia piel. Tiene 64 años y lleva 14 sin ducharse. Su decisión forma parte de un experimento único en el mundo. Tras estudiar durante años el comportamiento higiénico de los animales, se dio cuenta de que algunas bestias, como los caballos, se revuelcan en fango y arena para limpiar su piel. Evidentemente, no sólo no usan elementos químicos para eliminar impurezas de su cuerpo, sino que aprovechan los microorganismos del humus para que hagan las tareas de limpieza. Ni corto ni perezoso, Withlock fabricó un spray a base de componentes microscópicos encontrados en la tierra y empezó a aplicarlo sobre su piel. Para que los jabones no entorpecieran el experimento, decidió dejar de ducharse. Hay que decir, que el profesor no tiene el aspecto más aliñado del mundo, pero cualquiera podría ir a su lado en el metro sin percatarse de que lleva 14 años sin entrar a la ducha. De hecho, dicen que su piel desprende un agradable olor fresco y limpio gracias a la combinación de bacterias antioxidantes que ya ha comercializado con el contundente nombre de 'Mother Dirt' (Suciedad maternal).

En realidad, los humanos somos más sucios de lo que creemos. Hasta hace poco, se pensaba que el medio intrauterino, la laguna de paz y tranquilidad en la que pasamos los primeros nueve meses de nuestra existencia, era un medio estéril, hoy se sabe que el meconio del que nacen rodeados los bebés y la propia placenta de la madre son colonias ricas en bacterias y microorganismos varios. La transferencia de esa «suciedad» entre la madre y el bebé es el primer cuidado que nuestras progenitoras nos dan. Pero desde que nuestra especie se volvió sedentaria y agricultora, la diversidad de esas bacterias legadas ha ido decreciendo, porque nos movemos por espacios más reducidos, contactamos con una menor cantidad de especies animales y vegetales salvajes y nos cuidamos más.

Buena parte de esas bacterias con las que hemos eliminado el contacto son probióticas. Forman parte del arsenal de organismos que utiliza nuestro cuerpo para realizar algunas de sus funciones básicas, y algunos productos habituales de higiene directamente las eliminan. La FDA, la agencia que regula los medicamentos y alimentos que pueden consumirse en Estados Unidos, retiró recientemente de las estanterías jabones que contenían hasta 19 tipos de desinfectante, entre ellos el triclosán, muy frecuente en algunos jabones líquidos. Algunos detergentes antibacterianos se ha demostrado que favorecen la resistencia de los microorganismos y podrían ser más perjudiciales que beneficiosos.

Tratar de evitar el contacto con la suciedad a toda costa puede ser una mala idea. Se sabe que los niños nacidos en familias con mayor número de hermanos desarrollan menos enfermedades como término medio, quizás por el intercambio de bacterias entre congéneres, y los nacidos en granjas en contacto con animales tienen menos propensión a las alergias.

Por eso, el Foro Científico Internacional Sobre Higiene Doméstica, ha sugerido introducir un concepto novedoso en nuestras vidas: la limpieza dirigida, y para la limpieza, sí que tenemos que utilizar productos de limpieza todos los días, en nuestro cuerpo y en nuestra casa, pero debemos hacerlo con criterio. Por ejemplo, se propone pasar la aspiradora en casa solo si se es alérgico —con barrer debería ser suficiente—. Las sábanas no han de lavarse más de una vez a la semana, y la cocina siempre que vayamos a cocinar en ella. Eso sí, el estropajo con cerca de 19.000 bacterias residentes, debería ser el objeto más cuidado.

Los muebles y las paredes no son fuentes de infección. Los enseres de cocina suponen un riesgo medio de contagio de bacterias, igual que el lavabo y sorprendentemente, el retrete. Liarnos a limpiarlo todo con lejía y detergente por igual no tiene sentido. Eso es lo que dice la nueva ciencia de la higiene, pero más bien parece, que en esta ocasión, el consejo de la microbiología va a chocar con nuestras sanas costumbres... o no tan sanas. Al parecer, el que hoy hayan tantos niños alérgicos es debido a tanta limpieza que los deja desprotegido frente a los agente naturales, propios del ser humano y del medio en el que se desenvuelve.

El aseo personal es de gran importancia, tanto por motivos de higiene como por motivos de imagen. Estar limpios nos proporciona bienestar y seguridad, pero cada cual tiene su propio criterio. Hay quién no limpia la casa y sin embargo está todo el día bajo la ducha. La higiene es una cosa y la obsesión es otra. Tampoco por gastarte una botella de gel vas a quedar más limpio, lo que vas a conseguir es dejar la piel ahogada, los bajantes obstruidos y la economía resentida… A veces, antes de la limpieza extrema externa deberían limpiar primero la suciedad de la mente y del corazón.

En la vida hay que ser consecuentes y responsables para saber aceptar, eso nos ayudará a encajar cada nueva circunstancia. La vida es orden y aseo, por eso debes aceptar la responsabilidad de tu vida, porque eres tú el que te llevarás a dónde quieres ir. No puedes cambiar las circunstancias, las estaciones o el viento, pero te puedes cambiar a ti mismo.

Fotografía: Lubomirkin.

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