El maestro dijo a sus discípulos:
—Soy pobre y débil, pero vosotros tenéis la fuerza de la juventud, y yo soy vuestro maestro y os enseño. Es vuestro deber reunir el dinero que necesito para vivir.
A lo que ellos contestaron:
—¿Cómo podemos hacerlo? La gente de esta ciudad es poco generosa, sería inútil pedir.
Fue entonces cuando el maestro les sugirió:
—En este caso robar no sería pecado, ya que merecemos el dinero más que otros. Yo lo haría, pero ya soy viejo y estoy débil.
Los aprendices aceptaron y el profesor les indicó cómo hacerlo:
—Escoged un lugar tranquilo, aseguraos de que nadie os vea y luego agarrad a un hombre rico y tomad su dinero sin lastimarlo.
Todos se pusieron en marcha excepto uno. Al ser preguntado el por qué no iba a cumplir lo ordenado, respondió:
—El plan que usted ha trazado es irrealizable porque no existe tal lugar en el que nadie nos vea. Aun estando yo solo, mi Yo me ve. Antes mendigaría que permitir que mi Yo me vea robando.
El maestro abrazó al discípulo y le dijo:
—Me doy por dichoso si uno solo de vosotros ha estado atento a mis enseñanzas y ha comprendido mis palabras.
Sus otros aprendices al ver que les había puesto a prueba, bajaron la cabeza avergonzados. Desde ese día, cuando tenían un pensamiento indigno lo expulsaban rápidamente porque «mi Yo me ve».
La conciencia tranquila se tiene, no porque alguien te haya visto o no, sino porque eres consciente de que tu Yo sí te ve y te juzga. No lo olvides, tu conciencia es tu Yo.
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