El 10 de enero de 1890, S.S. León XIII, en la Encíclica Sapientiae Christianae, decía lo siguiente sobre los deberes de los ciudadanos cristianos:
“Ceder el puesto al enemigo, o callar cuando de todas partes se levanta incesante clamoreo para oprimir a la verdad, propio es, o de hombre cobarde, o de quien duda estar en posesión de las verdades que profesa. Lo uno y lo otro es vergonzoso e injurioso a Dios; lo uno y lo otro, contrario a la salvación del individuo y de la sociedad: ello aprovecha únicamente a los enemigos del nombre cristiano, porque la cobardía de los buenos fomenta la audacia de los malos”.
En todo tiempo los cristianas han sido perseguidos y burlados, pero la firmeza en su fe ha sido más fuerte. Hoy los cristianos seguimos firmes en nuestra fe, y pedimos a Dios que nos fortalezca para perseverar en el ejemplo con la sapiencia de santos testigos: la fe de Abraham, la fidelidad de Job, la riqueza de Jacob, la sabiduría de Salomón, el valor de David, la vida de Moisés, la gloria de José, la victoria de Jesús…
Vivir la fe en la vida cotidiana: La doble lectura del título, por un lado, sugiere reflexionar los envites de la fe en la vida cotidiana: sus rasgos propios, sus tentaciones, los temas recurrentes…, por otro lado, sugiere hablar de las potencialidades de la fe en la vida cotidiana, de confiar y dar valor a la cotidianidad de la fe que tenemos entre manos. El “cada día” alude a la espontaneidad. El vivir la fe “cada día” es algo tan sencillo y complicado como dar valor a cada día.
Cuando nos hacemos mayores, nos instalamos en 'los días pasados' o 'volcados en el futuro' como meta que nunca llega, así, difícilmente nos quedamos saboreando el día presente. El Dalai Lama dice que hay dos días que no existen uno se llama 'ayer' y el otro 'mañana'. El hoy es el único para hacer, trabajar, amar, vivir. El reto de lo cotidiano es vivir el hoy sabiendo que tiene mucha relación con el pasado y el futuro. La cotidianidad es algo que compartimos todos. Así como hay una espiritualidad dominicana, franciscana o jesuita, la espiritualidad cotidiana es de todos. Nuestra fe acontece en el día a día es la espiritualidad base. Una espiritualidad para todos que aunque todos hacemos lo mismo, cambia el modo en que lo hacemos.
La fe, aunque hagamos lo que todos, nos hace cualitativamente distintos. Es pertinente plantearnos la vida cotidiana, porque desde la fe las posibilidades son distintas.
Hay dos claves que determinan esta diferencia: La primera clave teológica, que nos ayuda desde el principio a vivir la vida de la creación y las maravillas del Creador, que es el entorno natural que Dios nos ha dado. ¿Vivimos en ese entorno o nos estamos alejando de él? Nuestra cultura occidental nos está alejando de este hábitat natural. Si la tecnología ocupa un espacio vital que no permite conectar con la vida natural, tenemos que repensar nuestra vida desde la clave de la ecología y conectar con lo natural, lo manual, lo artesano. Hay que redistribuir mejor nuestro espacio técnico y nuestro espacio natural. Decía Benedicto XVI: “La naturaleza es fruto de un proyecto de amor y de verdad”. El Cántico de las criaturas de San Francisco es un hermoso modo de conectar nuestra vida espiritual con la vida natural.
El otro polo de nuestra fe es la Encarnación, que nos trae la clave de cómo son las elecciones de Dios. Si en la Creación Dios vio que todo era bueno, en la Encarnación el hombre ve que Dios es “uno más”. Es el amor concreto y tangible de la humanidad. Lo que Dios quiere es humanidad pura, la realidad cotidiana sin más. Para venir al mundo eligió una madre, un padre, una cara sencilla como condición de posibilidad de la vida pública. En su vida pública se nos presenta con toda humildad: “He venido a servir… El padre me ha enviado para dar testimonio de vida… Amaos los unos a los otros… Dios es amor...”.
¿Cuál es el objeto de la vida cotidiana? Podemos sacar dos conclusiones desde la experiencia de la Creación: Todo nos ha sido dado... La vida es un regalo. La dimensión en la que nos introduce es la de la absoluta gratuidad; vivir lo que se nos da cada día. Esto nos introduce en la dinámica de la libertad; ver la vida en clave de competitividad no entra en la dimensión de Dios que es gratitud. Vivamos agradecidos porque la vida es un regalo.
En segundo lugar, nos da los criterios para hacer las elecciones de cada día: no todo puede tener el mismo valor.
Decía santa Teresita de Lisieux que la tentación del mundo moderno hace que “El más pequeño movimiento de amor puro sea más útil a la Iglesia que el hacer grandes cosas”.
A partir de estos dos pensamientos obtenemos las claves de la vida cotidiana: La primera clave es lo grande y lo pequeño. ¿Qué es lo grande y qué lo pequeño? Tenemos la pendencia a pensar que lo propio de la vida cotidiana es lo pequeño, pero la verdad es que están unidos, que Dios nos llama a las dos cosas.
Lo mismo solemos pensar de lo público y lo privado. Pensamos que lo propio de la vida cotidiana es lo privado, pero la verdad es que las líneas que separan lo público de lo privado no están demasiado claras, lo importante es si lo vivo en clave de fe. Igualmente pensamos entre lo ordinario y lo extraordinario, lo importante es percibir lo extraordinario en lo cotidiano.
Otro aspecto a tener en cuenta es el crecimiento y la paciencia. Aunque damos más valor al crecimiento, la paciencia todo lo alcanza.
Una de las grandes tentaciones de la vida cotidiana es la impaciencia para recoger los frutos, pero la paciencia nos exige la confianza y la fe. Lo importante es el tiempo y la oportunidad: “no sabéis ni el día ni la hora…”, por eso, en todo momento debemos estar preparados dando lo mejor de cada uno. Para el amor no cabe decir 'mañana empiezo'.
Otra de las claves nos la da la fidelidad y la perseverancia: “quien es fiel en lo poco lo será también en lo mucho”. Lo importante es que podemos vivir el momento en cualquier lugar y lo hemos de vivir con positividad y amor: el mal no puede invadir nuestra vida. Son muchos los cristianos que han vivido la fe en su vida cotidiana, llegando a ser testimonios vivos de las bienaventuranzas y por su ejemplo son venerados por La iglesia. El espectro de testimonios de santidad y mártires se ha ido ampliando al considerar como martirio el vivir la caridad concibiéndolo como “el martirio de la caridad”.
También hay que valorar la importancia de vivir la fe en comunidad. La fe es algo personal, pero no individual. La fe necesita expresarse, compartirse, entregarse al otro, y eso difícilmente es posible viviendo en una relación con Dios individualista o en asambleas dónde el otro es un desconocido, más si vivimos en una sociedad dónde los valores cristianos están poco valorados o incluso perseguidos.
¿Por qué hemos de vivir la fe en Comunidad? Porque es más difícil vivirla en solitario. Parece que vivir la fe es algo tan íntimo que cuesta mucho trabajo compartir esos sentimientos con los demás. Sin embargo, creo que la fe es para vivirla en comunidad. No se trata de forzar situaciones, sino de dejarse llevar por la experiencia de compartir algo con lo que te sientes bien con personas que reman en la misma dirección que tú y comprobar que todos reman hacia el mismo destino. Se trata de tomar conciencia de Dios desde el otro.
Hemos de mentalizarnos que si queremos convivir con un grupo afín tenemos que hacer todo lo que esté a nuestro alcance para conservar la unidad, la comunión de intereses, la armonía grupal. Pero, ¿cómo podemos conseguirlo? Para poderlo explicar, nos podemos inspirar en algunos consejos del padre argentino, Ricardo Facci:
1- Insistir en lo que se tiene en común, no en las diferencias: En una comunidad cristiana compartimos al mismo Cristo, la fe, la espiritualidad. A medida que avanzamos en la convivencia, ponemos en común algunos aspectos de nuestra interioridad e intimidad. Pero no debemos olvidar nunca, que Dios a todos nos hizo diferentes: a cada uno nos distingue una personalidad, un carácter, capacidades determinadas. Hemos crecido con un trasfondo familiar concreto, una cultura que nos modeló en varias facetas, una educación que marcó nuestra forma de ser. Sin embargo, dentro de un grupo tendemos a exponer muchas más cosas en común que cualquier diferencia que podamos tener. Ese es el camino, el camino de la unidad, no el de la uniformidad. La división surge cuando se enfoca la diferencia, en cambio la unidad se logra cuando nos concentramos en el amor y la comprensión a los demás.
2- Ser objetivo en la relación entre expectativas y realidad. Ser realistas cuando formamos parte de un grupo. Es fácil desanimarse por la distancia entre el ideal y la realidad de una comunidad, sin embargo, para conseguir la ‘unidad’ debemos amar con pasión nuestra comunidad pese a sus imperfecciones. Quien anhela lo ideal mientras critica lo real, está mostrando una señal de inmadurez. Todos los miembros de una comunidad son pecadores, culpables, responsables de los hechos ingratos, tú también. Por otro lado, conformarse con la realidad sin luchar por el ideal, es señal de complacencia. La persona madura sabe que debe convivir con esta tensión. Siempre alguien nos defraudará o decepcionará, pero esto no es excusa para no tener comunión con él. “Con humildad y paciencia, sopórtense mutuamente por amor” (Cfr. Ef 4,2).
3- Tomar la decisión de animar antes de criticar: La Palabra de Dios es muy clara en este sentido, insiste mucho en la importancia de no criticar a los miembros de la comunidad, ni compararlos, ni juzgarlos. Siempre debemos alentar a los demás con palabras que animan, que edifican, jamás derrumbarlos con críticas destructivas.
4- Negarse a escuchar chismes y mucho más a repetirlos: ¿Qué es un chisme? Es divulgar una información cuando uno no es parte del problema, ni de la solución. Tampoco debes escucharlos si quieres proteger tu entorno. Todos tenemos defectos, pero malo, cuando se levantan falsos testimonio. Escuchar los chismes es como aceptar algo robado, y convierte a uno también en culpable del delito. ¿Qué hacer ante alguien que desea contar un tema del ausente? Responder con valentía ‘no necesito saber eso’. Las personas que cuentan chismes también hablarán mal de ti.
¿Qué derecho tenemos de ventilar los problemas, pecados o intimidades de nuestros hermanos? Acaso ¿tiene quién escucha la solución al problema? Y si no tiene la solución del problema ¿qué sentido tiene involucrarlo con elementos negativos o que generen negatividades y animadversiones? Debemos recordar que sin combustible se apaga el fuego, escuchar es combustible. Cuando desaparecen los chismes, finalizan las tensiones.
5- Apoya al coordinador del grupo: No hay coordinador perfecto, pero en cualquier grupo que se precie siempre hay una persona que va por delante. La que organiza, la que plantea, la que decide, la que se equivoca. Sin embargo, Dios a través de los miembros del grupo le dio la responsabilidad y la autoridad para construir y sostener la unidad de la comunidad.
Hay ocasiones en las que el coordinador debe resolver conflictos que se generan dentro del grupo y a veces entre los propios miembros. Nada grato, por cierto, pero hemos de apoyar al coordinador que tira de todos para favorecer la unidad de la comunidad. Estos, además, deben realizar la imposible tarea de que todos estén contentos, cosa que ni Jesús lo logró.
Está claro que todos estamos necesitados de amor y comprensión, pero el amor humano suele ser egoísta; se quiere para que te quieran, se quiere por interés, se quiere huyendo de la soledad… Sólo el amor de Dios, es un amor puro y desinteresado: es amor que colma el ser y el alma. Es amor que basta.
Fotografía: Iɯɐƃǝ ANAloƃʎ, cc.
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