Un león se aproximó a un lago empujado por la sed y al acercarse a la orilla se sobresaltó tras ver su rostro reflejado en las tranquilas aguas:
—Tendré que tener mucho cuidado con ese león tan fiero. Seguro que es el dueño del lago —se dijo a sí mismo el asuntado felino—.
Pero era tanta la sed que tenía que, de nuevo, dirigió sus pasos al lago. En esta ocasión abrió las fauces amenazadoramente y al ver que el reflejo hacía lo mismo sintió terror.
Otra vez, el pobre y sediento león salió como alma que lleva el diablo.
Sin embargo, la sed era más fuerte que el miedo. Por eso volvió a la orilla en repetidas ocasiones sin probar ni una gota de agua hasta que un día ya no pudo contenerse más.
Armado de valor y determinado a calmar, por fin, la sed, decidió poner fin a su padecimiento. Bebería, sucediese lo que sucediese.
Así que, dicho y hecho. Se dirigió al lago con la determinación que uno espera del rey de la selva y metió la cabeza en el agua para beber como si el mundo se fuese a terminar en ese mismo instante. Al hacer esto, el león enemigo desapareció…
Como suele suceder en la vida, muchas veces nuestros temores nos llenan de inseguridad sin darnos cuenta de que muchos de esos miedos son pura imaginación y sólo enfrentándonos a ellos lograremos que desaparezcan para siempre de nuestro horizonte.
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