Había una vez un burrito descontento. Era pleno invierno y los días de frío y lluvia le obligaban a permanecer encerrado en el establo. Además, la paja seca e insípida tampoco era de su agrado, y sólo deseaba que llegase pronto la primavera para comer la fresca hierba del prado.
Llegó, por fin, la esperada primavera, aunque apenas pudo saborear la hierba porque su dueño empezó a segar todo el prado para alimentar al resto de sus animales y al burrito le tocó cargarla sobre su lomo, por lo que ya estaba harto de trabajar tanto y sólo quería que llegase el verano.
Poco tardó en sentir sobre su piel los rayos cálidos del estío pero entonces tuvo que transportar las mieses y los frutos de la cosecha. Y sudó y se agotó de tal manera que contaba los días que quedaban para el otoño.
Empezaron a caer las hojas y al burrito le seguía esperando un duro trabajo: era época de vendimiar y de recoger otros frutos del campo, por lo que las jornadas duraban de sol a sol.
Por eso, cuando el invierno hizo acto de presencia, descubrió que era la mejor época del año: no debía trabajar y descansaba y comía a placer.
Y recordando lo tonto que había sido, se dio cuenta de que para ser feliz sólo hay que conformarse con lo que uno tiene.
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