Tropecé con un extraño que pasaba y le dije: —¡perdón!
Él contestó: —Discúlpeme por favor; no la vi…
Fuimos muy educados, seguimos nuestro camino, nos despedimos.
Más tarde, al estar cocinando, estaba mi hijo muy cerca de mí. Al darme vuelta casi lo golpeo, —¡Quítate!— le grité. Él se retiró dolido, sin que yo notara lo duro que le hablé.
Al acostarme, estando todavía despierta, Dios me dijo suavemente:
—Trataste al extraño cortésmente, pero abusaste del niño que amas. Ve a la cocina y encontrarás unas flores en el suelo, cerca de la puerta. Son las flores que cortó y te trajo; rosa, amarilla y azul. Estaba calladito para darte la sorpresa y no viste las lágrimas que llenaron sus ojos.
Me sentí miserable y empecé a llorar. Suavemente me acerqué, me arrodillé junto a su cama y le dije:
—Despierta, pequeño, despierta… ¿Son éstas las flores que cortaste para mí?
Él sonrió y dijo:
—Las encontré junto al árbol. Las tomé porque son bonitas como tú, en especial la azul.
—Hijo, siento mucho lo que hice, no te debí gritar.
Él contestó:
—Está bien mami, yo te quiero de todos modos.
—Yo también te quiero, y me gustan las flores, especialmente la azul.
Toma en cuenta que si morimos mañana, en cosa de días una empresa cubre el puesto. Pero la familia que dejamos sentirá la pérdida por el resto de su vida.
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