San Isidro Labrador fue un humilde trabajador del campo,
nacido en Madrid en torno al año 1082, quien se convirtió en el patrón de la
ciudad de Madrid y de los agricultores.
Sus padres eran unos campesinos sumamente pobres que ni
siquiera pudieron enviar a su hijo a la escuela. Pero en casa le transmitieron
valores éticos morales y le enseñaron a amar a Dios. Isidro fue creciendo en fe
y virtudes de caridad hacia el prójimo y un enorme aprecio por la oración y por
la Santa Misa y la Comunión.
Huérfano y solo en el mundo cuando llegó a la edad de diez
años Isidro se empleó como peón de campo, ayudando en la agricultura a Don Juan
de Vargas un dueño de una finca, cerca de Madrid. Allí pasó muchos años de su
existencia labrando las tierras, cultivando y cosechando.
Se casó con una sencilla campesina que también llegó a ser
santa y ahora se llama Santa María de la Cabeza (no porque ese fuera su
apellido, sino porque su cabeza es sacada en procesión en rogativas, cuando
pasan muchos meses sin llover).
Isidro se levantaba muy de madrugada y nunca empezaba su día
de trabajo sin haber asistido antes a la Santa Misa. Varios de sus compañeros
muy envidiosos lo acusaron ante el patrón por "ausentismo" y abandono
del trabajo. El señor Vargas se fue a observar el campo y notó que sí era
cierto que Isidro llegaba una hora más tarde que los otros (en aquel tiempo se
trabajaba de seis de la mañana a seis de la tarde) pero que mientras Isidro oía
misa, un personaje invisible (quizá un ángel) le guaba sus bueyes y estos
araban juiciosamente como si el propio campesino los estuviera dirigiendo.
Los mahometanos se apoderaron de Madrid y de sus alrededores
y los buenos católicos tuvieron que salir huyendo. Isidro fue uno de los
inmigrantes y sufrió por un buen tiempo lo que es irse a vivir donde nadie lo
conoce a uno y donde es muy difícil conseguir empleo y confianza de las gentes.
Pero sabía aquello que Dios ha prometido varias veces en la Biblia: "Yo
nunca te abandonaré", y confió en Dios y fue ayudado por Dios.
Lo que ganaba como jornalero, Isidro lo distribuía en tres
partes: una para el templo, otra para los pobres y otra para su familia (él, su
esposa y su hijito). Y hasta para las avecillas tenía sus apartados. En pleno
invierno cuando el suelo se cubría de nieve, Isidro esparcía granos de trigo
por el camino para que las avecillas tuvieran con que alimentarse. Un día lo
invitaron a un gran almuerzo. Él se llevó a varios mendigos a que almorzaran
también. El invitador le dijo disgustado que solamente le podía dar almuerzo a
él y no para los otros. Isidro repartió su almuerzo entre los mendigos y
alcanzó para todos y sobró.
Los domingos los distribuía así: un buen rato en el templo
rezando, asistiendo a misa y escuchando la Palabra de Dios. Otro buen rato
visitando pobres y enfermos y por la tarde saliendo a pasear por los campos con
su esposa y su hijito. Pero un día mientras ellos corrían por el campo, dejaron
al niñito junto a un profundo pozo de sacar agua y en un movimiento brusco del
chiquitín, la canasta donde estaba dio vuelta y cayó dentro del hoyo.
Alcanzaron a ver esto los dos esposos y corrieron junto al pozo, pero este era
muy profundo y no había cómo rescatar al hijo. Entonces se arrodillaron a rezar
con toda fe y las aguas de aquel aljibe fueron subiendo y apareció la canasta
con el niño y a este no le había sucedido ningún mal. No se cansaron nunca de
dar gracias a Dios por tan admirable prodigio.
Volvió después a Madrid y se alquiló como obrero en una
finca, pero los otros peones, llenos de envidia lo acusaron ante el dueño de
que trabajaba menos que los demás por dedicarse a rezar y a ir al templo. El
dueño le puso entonces como tarea a cada obrero cultivar una parcela de tierra.
Y la de Isidro produjo el doble que las de los demás, porque Nuestro Señor le
recompensaba su piedad y su generosidad.
En el año 1130 sintiendo que se iba a morir hizo humilde
confesión de sus pecados y recomendando a sus familiares y amigos que tuvieran
mucho amor a Dios y mucha caridad con el prójimo, murió santamente. A los 43
años de haber sido sepultado en 1163 sacaron del sepulcro su cadáver y estaba
incorrupto, como si estuviera recién muerto. Las gentes consideraron esto como
un milagro. Poco después el rey Felipe III se hallaba gravísimamente enfermo y
los médicos dijeron que se moriría de aquella enfermedad. Entonces sacaron los
restos de San Isidro del templo a donde los habían llevado cuando los
trasladaron del cementerio. Y tan pronto como los restos salieron del templo,
al rey se le fue la fiebre y al llegar junto a él los restos del santo se le
fue por completo la enfermedad. A causa de esto el rey intercedió ante el Sumo
Pontífice para que declarara santo al humilde labrador, y por este y otros
muchos milagros, el Papa lo canonizó en el año 1622 junto con Santa Teresa, San
Ignacio, San Francisco Javier y San Felipe Neri.
La figura de San Isidro es un símbolo de trabajo, fe y caridad,
siendo una inspiración para los agricultores y trabajadores del campo. Decir
que España es tierra de agricultores y por todos los pueblos se venera la
figura de San Isidro Labrador. Su festividad se celebra el día 15 de mayo.
Y canarias, tierra de labradores del campo, no hay pueblo que
no festeje a San Isidro, entre ellos, mi pueblo de Juncalillo, que celebra su fiesta cada segundo
domingo de junio. Yo soy hija de labradores y a través de mis padres, conocí la
ardua labor del campo, pero el labrador se sentía libre en contacto con la
naturaleza y los animales, y aunque trabajaban de sol a sol, la alegría siempre
los acompañaba.
Ser labrador es más que trabajar la tierra… es amarla y
cuidarla. Yo les llamo sabios y digo bien porque lo son. La sabiduría es el
cúmulo de conocimiento que toda persona posee sobre los temas que domina y se
adquieren por el aprendizaje, por experiencia, por consejos o por ejemplo de
otros, pero el labrador adquiere mucho de sus conocimientos al estar en
contacto permanente con la tierra. Van descubriendo sus necesidades, sus
posibilidades y su gran potencial de vida. De las entrañas de la tierra germina
generosamente la vida y el labrador sabe y conoce ese poder y por eso puede
pedirle lo que él quiera y lo obtendrá.
Mi sentido ‘Homenaje’ al labrador, personas que aman el campo
y trabajan la tierra para que produzca frutos, una labor imprescindible. Gracias
a las manos del labrador podemos llevar a la mesa el alimento diario. La tierra
es nuestra alacena, nuestra vida. ¡Dios bendiga la tierra y al labrador!
Fotografía: Internet
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