Miguel de Cervantes Saavedra, nacido en Madrid, fue un
novelista, poeta, dramaturgo y soldado español. Miguel de Cervantes, cuarto de
los siete hijos del matrimonio de Rodrigo de Cervantes Saavedra y Leonor de
Cortinas, nació en Alcalá de Henares (dinámica sede de la segunda universidad
española, fundada en 1508 por el cardenal Cisneros) entre el 29 de septiembre
(día de San Miguel) y el 9 de octubre de 1547, fecha en que fue bautizado en la
parroquia de Santa María la Mayor. Murió el 22 de abril de 1616.
Su padre ejercía de cirujano barbero. Por causa de su oficio
y de sus deudas, la familia se tuvo que mudar en numerosas ocasiones a diversas
ciudades españolas. Así, dejaron Alcalá para establecerse en el próspero
Valladolid, y posteriormente asentarse en Córdoba en 1553. A pesar de las
dificultades económicas de la familia, dos años más tarde, Miguel ingresó en el
flamante colegio de los jesuitas. Aunque no fuera persona de gran cultura,
Rodrigo se preocupaba por la educación de sus hijos; el futuro escritor fue un
lector precocísimo y sus dos hermanas sabían leer, cosa muy poco usual en la
época, aun en las clases altas. Por lo demás, la situación de la familia era
precaria.
En 1556 partieron hacia Sevilla, donde Cervantes quedaría
impresionado por las representaciones teatrales del entonces popular Lope de
Rueda. Una década después, en 1566, la familia se traslada a Madrid, donde
Miguel de Cervantes publicaría sus primeras cuatro composiciones en 1568 en una
antología de poemas en alabanza de Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe
II, fallecida ese mismo año. El editor del libro, Juan López de Hoyos se refiere
a Cervantes como «nuestro caro y amado alumno», por lo que se supone que
Cervantes inició en esta época algunos estudios posiblemente universitarios,
aunque no se sabe con certeza la naturaleza de éstos ni si los llegó a
terminar.
Soldado de Lepanto. Hay noticias de que en 1569 un tal Miguel
de Cervantes fue juzgado y condenado en Madrid a la amputación de la mano
derecha por herir a un tal Antonio de Segura en las proximidades de la
residencia real. Se sospecha que por este motivo Cervantes salió de España; el
caso es que en diciembre de 1569 se encontraba en Italia, provisto de un
certificado de cristiano viejo (sin ascendientes judíos o moros), y meses
después se alistó en el ejército, en la compañía de Diego de Urbina.
En 1571 Cervantes participó en la batalla de Lepanto, donde las tropas españolas vencieron a los turcos. Durante la batalla Cervantes fue herido, quedando su mano izquierda inutilizada, por lo cual se le conoció a partir de entonces como «el manco de Lepanto». Todavía como soldado, en 1573 y 1574 visitó Sicilia y Nápoles; en esta última ciudad tuvo un hijo –llamado “Promontorio”–, con una joven a la que Cervantes denominaba “Silena” en sus poemas.
Prisionero en Argel. El 20 de septiembre de 1575, Miguel de
Cervantes y su hermano Rodrigo se embarcaron en Nápoles en dirección a la
Península Ibérica. Cervantes llevaba consigo cartas de recomendación para
presentar a Felipe II en las que Juan de Austria y el virrey de Nápoles
certificaban su valiente actuación en la batalla de Lepanto. Con ellas, Miguel
de Cervantes esperaba mejorar su situación social y económica consiguiendo un
ascenso o algún cargo público.
Pero sus esperanzas se verían truncadas primero por la
tormenta, que extravió y desvió el navío en el que viajaba y después por los
corsarios berberiscos, quienes, tras encarnizado combate, se hicieron con la
goleta y tomaron como prisioneros a los supervivientes. Las cartas de
recomendación salvarían a Cervantes y a su hermano de ser ejecutados o vendidos
como esclavos, en lugar de esto, estando convencidos sus captores de
encontrarse ante personas notables y de recursos por las que podía pedirse un
rescate, se les mantuvo encarcelados. Pero su familia estaba lejos de poder
afrontar el pago de los rescates que se les requerían por los hermanos por lo
que estos se verían abocados a un largo cautiverio en Argel.
Intentos de fuga y liberación. Durante este tiempo Cervantes
intentaría cuatro intentos de fuga, todos ellos con resultados infructuosos.
Poco después de su segundo intento de fuga, en 1577 pudo ser liberado su
hermano, merced al dinero que consiguieron sus dos hermanas al ganar un pleito,
dinero que no alcanzó para liberarles a ambos.
No sería hasta tres años después, en 1580, cuando Miguel de Cervantes fuera finalmente liberado. Su liberación no fue fácil, el rey Hassán, que le mantenía prisionero, había pedido quinientos ducados por su rescate. La familia de Cervantes logró con mucho esfuerzo reunir trescientos ducados que entregó a los frailes trinitarios, que completaron el monto.
La orden de los Trinitarios Calzados tenía como función
especial el rescate de prisioneros. Para ello tenían privilegio papal para
liberar prisioneros en reinos católicos y canjearlos por prisioneros cristianos
en otros países. Otras veces se limitaban a negociar y pagar rescates, y en no
pocas ocasiones se ofrecían para ser encarcelados como aval por algún rescate
sin pagar o se canjeaban por prisioneros, quedando ellos en prisión.
Retorno a la patria. Así fue como, después de un lustro de cautiverio, un Cervantes de treinta y seis años llegó a Denia y de allí viajó a Madrid, donde trató de obtener un puesto de funcionario de Indias y tuvo una hija con una joven casada, Ana de Villafranca (o Ana de Rojas). Dos años después Cervantes contraería matrimonio con Catalina de Salazar y Palacios, de Esquivias, pueblo campesino de La Mancha.
En cuanto a su producción literaria, meses antes de casarse,
Cervantes terminó “La Galatea”, una novela pastoril que publicó el editor Blas
de Robles. El libro tuvo una buena acogida lo que animó a Cervantes a escribir
comedias. En esta etapa, que duró hasta el año 1600, Cervantes publicó veinte o
treinta obras (de las que sólo conocemos nueve títulos y conservamos dos
textos, Los tratos de Argel y Numancia); no volvería a escribir comedias hasta
sus últimos años.
En 1587 fue admitido en la Academia Imitatoria, el primer
círculo literario madrileño, y designado comisario real de abastos para la
Armada Invencible, cargo que además de unos ingresos le acarreó graves
problemas, pues, acusado en Écija por la iglesia de tener excesivo celo, fue
excomulgado, siendo posteriormente encarcelado en Castro del Río en el año 1592
acusado de vender parte del trigo requisado. No sería su última instancia en
prisión, habría de pasar otros cinco meses encarcelado en Sevilla, al quebrar
un banquero al que había entregado sumas de dinero producto de su actividad
como recaudador de impuestos. Se supone que es en esta época de problemas y
escaseces, cuando Cervantes comienza a redactar el Quijote.
El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha se publicó en Madrid en 1605, teniendo muy buena acogida y proporcionando renombre a su autor, pero no le proporcionó sin embargo la tranquilidad económica que cabía esperar. Quizá por causa de sus estrecheces económicas la producción de Cervantes en esta época fue muy abundante: en 1614 aparecerían las Novelas ejemplares y el Viaje al Parnaso, y en 1615 Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados y la segunda parte del Quijote. Esta segunda parte fue redactada por Cervantes como medio de reclamar la autoría de la obra, a raíz de la publicación, en 1614, de la falsa segunda parte del Quijote, escrita por Avellaneda.
El Quijote no fue solamente una novela de gran popularidad,
tuvo además una importante influencia literaria en España y en el mundo (sobre
todo en Europa) en aquella época y en los siglos subsiguientes, siendo
traducida a multitud de idiomas. Como novela, es más que una obra maestra, como
en el caso de las obras de su coetáneo Shakespeare, en ella quedan fijadas las
formas del idioma y se crean cánones de formas literarias. Tan es así, que la
obra se considera la primera novela moderna y la primera novela polifónica.
La obra pretende ser, tal como su autor indica en el prólogo
y en el párrafo final de la segunda parte, una parodia de los libros de
caballerías y de la ética de los caballeros medievales. Pero de alguna manera
la obra sobrepasó las intenciones de su autor y don Quijote, el caballero de la
triste figura al que Cervantes quería presentar como un personaje ridículo,
como a un fantoche, un hazmerreir; ha subsistido en el imaginario colectivo
como arquetipo de nobleza de carácter y, quizá ingenuo o trastornado,
idealismo.
Don Quijote y Sancho son parodia de los caballeros andantes y
sus escuderos; por otro, en ellos mismos se exalta la fidelidad al honor y a la
lucha por los débiles. En el Quijote confluyen, pues, realismo y fantasía,
meditación y reflexión sobre la literatura: los personajes discuten sobre su
propia entidad de personajes mientras las fronteras entre delirio y razón y
entre ficción y realidad se borran una y otra vez. Pero el derrotero de
Cervantes, que asistió tanto a las glorias imperiales de Lepanto como a las
derrotas de la Invencible ante las costas de Inglaterra, sólo conoció los
sinsabores de la pobreza y las zozobras ante el poder. Al revés que su
personaje, no pudo escapar nunca de su destino de hidalgo, soldado y pobre.
Don Quijote de la Mancha ha sido unánimemente definido como
la obra cumbre de la literatura universal y una de las máximas creaciones del
ingenio humano. Considerado asimismo el arranque de la novela moderna y
concebido inicialmente por Cervantes como una parodia de los libros de
caballerías, el Quijote es un libro externamente cómico e íntimamente triste,
un retrato de unos ideales admirables burlescamente enfrentados a la mísera
realidad; no son pocos los paralelos que se han querido establecer con la
España imperial de los Austrias, potencia hegemónica destinada a gobernar el
mundo en el siglo XVI y a derrumbarse en el XVII, y con la vida de su autor,
gloriosamente herido en el triunfo de Lepanto y abocado luego a toda suerte de
desdichas.
En 1616, a punto de terminar la novela de Los trabajos de
Persiles y Sigismunda, y después de una vida en la que no faltaron las
estrecheces y penalidades, Cervantes falleció en Madrid, siendo enterrado -tal
como el mismo deseaba en agradecimiento a la orden que contribuyo a su liberación
del cautiverio-, en el convento de las trinitarias descalzas, en la entonces
llamada calle de Cantarranas.
Meses antes de morir, Cervantes recibió una carta del
licenciado Márquez Torres, en la que éste relataba una conversación que había
mantenido con un grupo de caballeros franceses.
Sorprendidos estos al conocer que el famoso Cervantes “era viejo,
soldado, hidalgo y pobre”, uno de ellos comentó: "Si necesidad le ha de
obligar a escribir, plaga a Dios que nunca tenga abundancia, para que, con sus
obras, siendo él pobre, haga rico a todo el mundo".
Fotografía: Internet
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