¿Qué es la vida? Vivir. Estar vivo: comer, dormir, divertirte, sufrir… Si es sólo eso, no es vivir. Vivir es mucho más: es sentir las emociones, percibir las sensaciones, descubrir con los cinco sentidos los diversos matices, sabores, olores y colores de los misterios del universo que nos cobija.
Es estar integrados en la naturaleza y formar parte de la belleza que la envuelve. Es tomar conciencia de que vives, porque respiras y tienes un corazón que late y vibra.
Sabemos que tenemos dos naturaleza, humana y divina. Somos materia y espíritu, cuerpo y alma; por tanto, es fácil comprender que tanto el cuerpo como el alma, necesitan atención y cuidados y cuando se empieza a vivir con intensidad interiormente, lo de fuera se vive con más sencillez. Ya dijo el poeta que: «… El cuerpo es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios…»
La vida interior es más que encontrar el equilibrio personal y cultivar la calidad en el pensar o en el sentir; es armonizar con la fuerza del Ser superior, Dios, para conseguir la paz y el amor.
Santa Teresa en su vida contemplativa encontró la felicidad y el silencio era su mejor aliado. Decía: «Sólo Dios basta».
La vida interior nos ayuda a tomar el pulso de nuestro pálpito, nos ayuda a descubrir cómo sentimos y pensamos para poder desenmarañar los enredos de condicionamientos, influencias y costumbres, y sobre todo, nos permite llegar a la identidad última del yo y del ser, mas allá de formulaciones y limitaciones mentales.
Este trabajo interior hay que realizarlo con cierto orden, porque una persona que no haya conseguido un mínimo de equilibrio y fortaleza en su personalidad no puede llegar a vivenciar un equilibrio y fortaleza en la vida espiritual o superior.
Cuando alcanzamos el nivel de compromiso místico, de «enamorados», por decirlo de alguna forma, le damos el máximo valor religioso y la entrega a Dios es más afectiva y amorosa.
La comunicación es imprescindible y se establece por medio de la oración, vínculo y nexo de unión. Lazo que se fortalece día a día en cada encuentro espiritual, en cada invocación, en cada diálogo íntimo, fraterno y cercano.
La oración es hoy en día la primera urgencia del ser y del vivir de la Iglesia. La Iglesia tiene necesidad de oración, pidamos que el Espíritu Santo nos conduzca a la plena comunión por medio de la oración.
Para la Iglesia cristiana se acerca una semana memorable, una semana cargada de mensajes y de enseñanzas de vida. Una semana en la que el amor se sublima, se magnifica y tanto los cristianos, como los no cristianos, no quedan indiferentes.
Para los cristianos la Semana Santa está cargada de simbolismo, de entrega incondicional y de verdadero amor. AMOR con mayúscula, del que alimenta la vida interior y nos salva de este mundo que avanza y aplasta los valores y el corazón del hombre.
La cuaresma es tiempo de examen de conciencia y de reflexión. Tiempo de cambiar los malos hábitos personales, tiempo para prepararnos espiritualmente a través de los Sacramentos, porque todo Sacramento supone, expresa y alimenta la fe.
Acompañemos y vivamos junto a Jesús todo su calvario, hasta que se manifieste en plenitud con toda su gloria:
Domingo de Ramos: Con cantos de júbilo, nos disponemos a aclamarlo y acompañarlo… ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Jueves Santo: En el cenáculo y como signo de servicio y entrega, Jesús lava los pies a los discípulos y nos hace el gran regalo de quedarse como alimento de vida eterna en el sacramento de la Eucaristía: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida».
Viernes Santo: Todas las miradas están puestas en la cruz, desde donde brota vida inagotable para toda la humanidad. Su dolor y sufrimiento, «signo de su amor inmenso», es nuestro dolor y sufrimiento. Junto a Cristo con admiración y agradecimiento, afirmamos nuestra fe.
Domingo de Resurrección: Jesús vence a la muerte y es aquí, donde se sustenta la fe del creyente.
Dice San Pablo: Jesús se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo y se rebajó incluso a la muerte. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el «Nombre sobre todo nombre»…¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre.
En las tinieblas se ha encendido la luz que rompe las cadenas de las tristezas. Jesús se presenta en medio de nuestras angustias, nos llama por nuestro nombre e ilumina el camino y nos anima y acompaña en nuestro débil andar.
Jesús, para encontrar el camino, para dar sentido a la vida, para construir un hombre nuevo, para descubrir a Dios.
En esta Semana Santa acerquémonos a Jesús, es el amigo incondicional que no falla. Él se ofrece como ofrenda de amor, es nuestro salvador y redentor.
A todos les deseo que tengan una rica vida interior. Vivir vacíos es lo más parecido a estar muertos en vida.
¡¡Felices Pascuas de Resurrección!!
Fotografía: Werner Kunz, cc.
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