sábado, 9 de abril de 2011

El gran teatro

El escenario de un teatro.


Espectáculo, escenografía, expresión y palabra... El teatro, del griego θέατρον theatrón, «lugar para contemplar». En el escenario se manifiesta toda la gama interpretativa. En la escena hay que captar con atención todos los mensajes, el gesto y el movimiento, la palabra y el tono. El actor se esfuerza para atraer toda la atención del espectador. Para ser creíble su personaje, tiene que ponerse en su piel y para ello, saca todo su potencial interpretativo. El espectador en complicidad con el actor, sigue con atención cada movimiento. Mira fijamente para captar cada reacción, cada detalle que le comunique el actor, para poder conectar con la historia y el personaje a través de los gestos y la palabra.

El actor es una persona que interpreta a un personaje, pero en la vida diaria somos actores únicos. Interpretamos nuestro papel exclusivo: ser quienes somos y cómo somos, y como los buenos actores nos gusta llegar al gran público y para ello, lo fingido debe parecer natural para poder convencer. Por eso, siempre que pretendemos convencer aflora la vena más dramática.

Lo real, lo verdadero sale espontáneo y natural, pero cuando hay intención de fingir lo que no se siente, intención de hacer daño y de mentir, aquí es cuando el papel de actor toma fuerza. Hay que poner en marcha todo el potencial interpretativo para que pueda ser creíble. Presentamos un papelón melodramático para convencer, y para convencer hay que poner mucho teatro, porque al final el único objetivo es convencer de que una falsa historia se acepte como verdadera.

La vida es un gran teatro y cada persona es guionista, director y actor de su propia obra y como toda obra de teatro hay parte de verdad y de mentira, parte real y fingida, y tanto la una como la otra, es llevada a la exageración con tal de convencer.

Nuestro primer acto es el nacimiento y apenas nos ven la cara, nos asignan el primer papel. Sin guión ni ensayo estamos obligados a actuar; nos dan una torta y a llorar. Nuestro primer papel es obligado, el de llorón.
En los primeros años de nuestra vida, nuestros actos son escritos dirigidos y guiados por nuestros padres, pero ya desde la cuna mostramos nuestro genio y carácter: tranquilo, sonriente, peleón, exigente…
Mientras vamos creciendo se va perfilando nuestro personaje. Vamos manifestando nuestras inclinaciones y vamos clarificando cual va a ser nuestro papel, aunque cambiante, puntualmente es muy marcado; aplicado, dócil, desobediente, rebelde…
Hay papeles que están bien definidos y desde que se rompe el guión, suena a locura, rebeldía, revolución, escándalo…

El teatro de la vida está lleno de actores: padres e hijos, maestros y alumnos, jefes y subordinados, médicos y enfermos, amigos y enemigos, víctimas y verdugos…

Los papeles nobles vienen de gente noble, pero los despreciables vienen de gente con esa condición, los que son capaces de darte gato por liebre… Y en estos personajes, a igual variedad de papeles, igual variedad de interpretaciones, con un ingrediente común: la maldad, y todos van sobrados de hipocresía y mentira.

Personas astutas que para persuadir recurren a artimañas como la labia aduladora, el soborno, el chantaje, incluso emocionales regados de lágrimas. Entre más maquiavélico sea, más teatro hay que poner. Son todos unos miserables, diablos disfrazados de ángel capaces de envenenar los más nobles sentimientos de quienes se dejan llevar.

Envenenan a unos para poder destruir a otros. A esa mala gente que siembra la duda sobre la buena gente, si yo pudiera, haría que desapareciera de sus corazones y de sus pensamientos todo lo que les atormenta y les empuja a actuar convulsivamente y descontroladamente, para que puedan vivir sosegadamente y en libertad, sin estar atados a sus envidias y rencores.

Lo más pesado que se puede cargar es el rencor y guardar resentimientos; es como tomar veneno y esperar a que otro muera… En el fondo son víctimas de ellos mismos.

En la vida no hay nada como ser auténticos. Siendo verdaderos, realmente viviremos todas las emociones con sensibilidad, que es igual que decir con humanidad y lo humano nos eleva a lo más sublime: a la armonía, a la paz y al amor.
La serenidad de las almas no es algo que pueda dar yo, pero sí que puedo desear que vivan en Paz.

Fotografía: Alan Cleaver, cc. Desaturado del original.

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