La resiliencia en el ámbito de la psicología se entiende como
la capacidad que posee la persona para hacer frente a sus propios problemas,
superar los obstáculos y no ceder a la presión, independientemente de la
situación. Es la capacidad de un individuo para sobreponerse a períodos de
dolor emocional y traumáticos para superar circunstancias como la muerte de un
ser querido, enfermedades, rupturas, accidentes, etc.
El ser humano tiene una capacidad infinita de recuperación,
de adaptación y de seguir aprendiendo. Una capacidad que, más allá de la
supervivencia, nos permite convertir las situaciones difíciles en
oportunidades, desde la sabiduría que confiere el crecer desde las fortalezas
para convertir los pinchos en flores. A esta capacidad se la conoce como
resiliencia y no todos poseen esa capacidad de resistencia.
El término resiliencia se ha utilizado de formas diversas.
Entre los psicólogos, Emmy Werner, en 1995 se refiere a tres usos generales del
término resiliencia: buen desarrollo a pesar de alto riesgo social;
mantenimiento de las competencias pese al estrés continuo; y recuperación
después del trauma.
Emily Hunter (1999), conceptualiza la resiliencia como un
continuo entre dos polos: «resiliencia menos que óptima» y «resiliencia
óptima».
«La resiliencia potencia la felicidad». La resiliencia se sitúa en una corriente de psicología positiva y dinámica de fomento de la salud mental y parece una realidad confirmada por el testimonio de muchísimas personas que, aun habiendo vivido una situación traumática, han conseguido encajarla y seguir desenvolviéndose y viviendo, incluso, en un nivel superior, como si el trauma vivido y asumido hubiera desarrollado en ellos recursos latentes e insospechados.
¿Es la resiliencia crecerse ante la adversidad?
Etimológicamente este término proviene del latín «resilio», que significa
«volver atrás, volver de un salto, resaltar o rebotar». La RAE define esta
palabra como la «capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente
perturbador o un estado o situación adversos». Pero en una segunda acepción,
referida a la mecánica, añade además que la resiliencia es la «capacidad de un
material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado
la perturbación a la que había estado sometido».
Así, desde el ámbito de la psicología se combinan, de alguna
manera, todas estas acepciones, de modo que la resiliencia sería la capacidad
de afrontar la adversidad creando los recursos psicológicos necesarios para
salir fortalecidos y alcanzar un estado de excelencia profesional y personal.
Según explican en el Instituto Español de Resiliencia, es una cualidad innata
pero también se considera un proceso dinámico y por tanto se puede desarrollar
como una capacidad de adaptación a diferentes entornos adversos sin generar un
nivel de estrés negativo.
La resiliencia se interpretó inicialmente como una condición
innata, pero desde la década de los sesenta ha vivido una evolución, pues se
enfocó en los factores no solo individuales, sino también familiares,
comunitarios y, más adelante, culturales. Así, los investigadores del siglo XXI
entienden la resiliencia como un proceso comunitario y cultural, que responde a
tres modelos: «compensatorio», «de protección» y «de desafío».
Y cómo reconocer la resiliencia. El psicólogo y cofundador de
la terapia cognitivo-conductual Donal Meichenbaum apunta las características de
una persona resiliente en su «Hoja de ruta para la resiliencia»:
Son positivas, pues tienden a fomentar las emociones
positivas con más pasión que las negativas y suelen ver la vida con optimismo y
esperanza. Además, tienen un fuerte sentido del humor y se ríen de sí mismas.
Son proactivas, pues en lugar de esperar de forma pasiva a
ver qué pasa en la vida, buscan la manera de hacer o provocar algo. Eso sí,
cuando saben que no está en su mano cambiar algo, aprenden a aceptarlo y a
sacar el máximo partido de esa situación.
Son flexibles. Y esto quiere decir que saben adaptarse a las
distintas situaciones, siempre con mente abierta y asimilando nuevas ideas. Son
sensibles, nobles y sinceros. No necesitan llevar la razón; aunque frente a
actuaciones incomprensibles piden explicación mirándote a los ojos.
Son saludables. Practican el autocuidado, es decir, procuran
cuidar su cuerpo, su mente y espíritu. No suelen incluir en sus vidas prácticas
nocivas como el alcohol o el tabaco. Su alimentación es sana y su sueño largo.
La neurociencia constituye también un sustento de los
trabajos relacionados con la resiliencia, pues aporta la base científica que
muestra que el cerebro humano es capaz de adaptarse a los cambios a través de
la plasticidad neuronal.
La resiliencia, pues, incluye dos aspectos: la resistencia
frente al suceso traumático y la capacidad de rehacerse y crecer.
No todos todos los días es un buen día; no importa. Tú da el máximo.
No todo amor es correspondido; no importa. Tú ama.
No todos te van a decir la verdad; no importa. Tú sé honesto.
No todos quieren verte triunfar; no importa. Tú triunfa.
No a todos les gusta sonreír y soñar; no importa. Tú nunca dejes de sonreír y soñar.
El mundo rompe a todos, y después, algunos son fuertes en
los lugares rotos. Ernest
Hemingway.
Recuerda siempre que eres más grande que tus circunstancias,
eres más que cualquier cosa que te pueda ocurrir. Anthony Robbins.
Aquel que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi
cualquier cosa. Friedrich
Nietzsche.
Los obstáculos no tienen que detenerte. Si te encuentras con
un muro, no te des la vuelta ni te rindas. Averigua cómo escalarlo, atravesarlo
o rodearlo. Michael
Jordan.
Debemos aceptar la decepción finita, pero nunca debemos
perder la esperanza infinita. Martin Luther King.
La vida no es cuestión de tener buenas cartas, sino de jugar
bien con una mano pobre. Robert Louis Stevenson.
Fotografía: Internet
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