sábado, 16 de octubre de 2021

La ingratitud

 


Cría cuervos y te sacaran los ojos

La ingratitud es una forma de indiferencia y desprecio. Un egocentrismo tan exagerado que nos hace olvidar a aquellos que nos beneficiaron, que estaban con nosotros, que nos ayudaron. La ingratitud no reconoce el mérito de los demás o los favores que recibe, al contrario, los ignora. La ingratitud es una forma de egoísmo.

En las relaciones humanas los sentimientos desempeñan un rol muy importante; como dice Kardec: “La Naturaleza ha puesto en el hombre la necesidad de amar y ser amado. Uno de los goces mayores que le son concedidos en la Tierra es el encontrar corazones que simpaticen con el suyo…”

Nadie transita por la existencia física sin tener que abordar dificultades de todo tipo. Las más amargas son las que tienen relación con las ingratitudes e incomprensiones.

Nos formamos unas expectativas naturales de aquello que esperamos conseguir con el trabajo en común con nuestros semejantes. Después, en el transcurso de la vida, de las relaciones humanas, nos encontramos con los escollos propios de las imperfecciones morales que a todos nos afectan. Sin embargo, las que más duelen son las que tienen que ver con la falta de nobleza, la falta de sinceridad, el no conocer realmente a quién tienes al lado para trabajar en pos de un ideal. Traiciones, murmuraciones, desconsideraciones, hipocresía, etc., son alfilerazos que duelen sobremanera, explica José Manuel Meseguer.

Vivimos con una máscara natural, que es aquella con la que tratamos de causar una buena imagen a los demás; no obstante, con el diario vivir, con el paso del tiempo, la convivencia y las situaciones de la vida van descubriendo nuestra verdadera personalidad, lo que realmente somos.

Las relaciones humanas se deben basar en un amor traducido básicamente en el respeto y la confianza, especialmente cuando nos referimos a relaciones más estrechas y cercanas. Cuando esa confianza se resquebraja por cualquier desencuentro, cuando la forma de actuar no se corresponde con las palabras y, sobre todo, cuando existe hipocresía, deslealtad, desconsideración o la búsqueda de satisfacer intereses egoístas, es cuando la relación se resiente provocando una distancia difícil de vencer.

El verdadero espirita debe vivir con un espíritu siempre conciliador, de perdón de las faltas ajenas como necesita perdón de las propias; en un clima de tolerancia y comprensión puesto que todos cometemos fallos y somos muy imperfectos todavía. No obstante, pueden existir obstáculos difíciles de superar cuando la diferencia de objetivos e intereses son muy grandes, y son aquellos que buscan adaptar los ideales y las personas a su gusto y conveniencia. Aquellos que aparentan mirar por el bien de todos, pero buscan el beneficio propio.

Tampoco el planteamiento puede ser: “Yo traigo una misión a cumplir y necesito de un grupo para culminarla”. Lo correcto sería: “El grupo trae una misión en conjunto y yo soy un colaborador que he de contribuir en favor de sus objetivos, porque de esa forma se benefician todos y me beneficio yo también.” Las fuerzas no se suman, sino que se multiplican.

El mundo espiritual superior nos brinda oportunidades a todos para superarnos. Luchar contra los personalismos desarrollando la generosidad, superando el afán de protagonismo con la humildad, aprender a servir en lugar de servirse de los demás. Sólo de esa manera se podrá conseguir la armonía y unión necesarias para avanzar en un frente común, sin conflictos ni amarguras.

También existe otro tipo de relaciones dañinas, de profundo desequilibrio, y es el caso de personas que, siendo amigas, alguna de ellas siente algo especial por la otra y se ilusiona con la esperanza de que esa amistad se pudiera convertir algún día en una relación más íntima y profunda; no obstante, la otra parte se aprovecha y utiliza sus sentimientos para satisfacer el egoísmo y vanidad personal, tomándose la relación como algo banal, ya que juega con la ventaja de no sentir lo mismo; considerando las atenciones que recibe como un derecho adquirido por su valía, olvidando que la otra parte actúa movida quizás en parte por una ilusión o una debilidad que no es capaz de ver ni dominar. La persona que resulta beneficiada debe de hacer un análisis sincero para no perjudicar a nadie, reuniendo el coraje suficiente para definir y aclarar los sentimientos, trazando un camino de amistad sana sin más; y planteándolo, si fuera el caso, con la debida delicadeza para no herir, pero, sobre todo, no confundir a la otra parte. Tomando, si es necesario y por el bien de los dos, la debida distancia para relacionarse equitativamente con el resto de sus compañeros o amigos.

Sin duda alguna, muchas veces hablamos de los defectos y su enorme impacto en nuestra evolución, pero nos olvidamos de las debilidades, que son otros aspectos no menos nocivos que condicionan sobremanera nuestra forma de percibir la realidad y las relaciones humanas. Debilidades con los hijos, en los matrimonios entre los mismos cónyuges, en la relación, como hemos comentado ya, entre amigos de diferentes sexos.

Las debilidades poco tienen que ver con la inteligencia u otro tipo de facultades innatas del ser. Por el contrario, aquel espíritu equilibrado y lúcido que tiene claro sus objetivos y que confía y ama incondicionalmente, se le suele hacer, como vulgarmente se dice, la piel de elefante. Esto significa que sufre y lamenta profundamente las incomprensiones e ingratitudes por parte de las personas queridas, muchas veces las de mayor confianza; no obstante, se sobrepone y es capaz de proseguir en su camino tomando distancia emocional y sentimental.

Esas mismas debilidades unidas a un exceso de confianza y a una falta de análisis nos pueden hacer caer en un cierto “autoengaño”, debido a que solemos tener algunos “esquemas mentales blindados”. Es decir, aquello que vemos u oímos encaja tan poco con la imagen idealizada que tenemos que mentalmente no lo procesamos. Las pistas que nos van surgiendo no se corresponden con las creencias previamente establecidas. Cuando esos indicios toman otra dimensión más rotunda y clara, dejando en entredicho nuestra forma de pensar, es cuando hacemos el comentario de: “Se nos ha caído la venda de los ojos”. Para ello a veces tiene que pasar mucho tiempo, incluso años. Un golpe desagradable pero necesario. Forma parte del aprendizaje en la escuela de la vida, no para vivir con resentimiento ni amargura, sino para extraer sabias conclusiones enriquecedoras. Una de ellas, como dijo una persona muy sabia: “Hay que ir con el corazón en la mano, pero con el puño cerrado”.

Todo ese tipo de dificultades se le pueden presentar a cualquier persona que tiene intención de seguir por un camino espiritual. Son pruebas, golpes que deben de fortalecer, reforzar en lugar de debilitar. También hay que tener en cuenta que no todos se encuentran en un mismo grado de evolución. Y “a quien más se le ha dado más se le exigirá”. Se trata de una responsabilidad que hay que asumir con todas las consecuencias. Es lo que firmamos antes de encarnar.

En la faceta de la amistad y el compañerismo es muy importante valorar a la otra parte; no creerse superior ni tener aspiraciones de dominio o control sobre los demás, más bien todo lo contrario, saber reconocer la valía ajena y las cualidades atesoradas para ser testigos y colaboradores a la vez de su florecimiento al exterior. Además, ser agradecidos por la ayuda y atenciones que nos hayan dispensado, la mayoría de las ocasiones, al menos es preferible verlo así, no merecidas.

En el aspecto sentimental resulta de gran utilidad el tacto y la delicadeza en las relaciones, marcar unas pautas razonables para no confundir ni prestarse a engaños, ya que, como sabemos los espíritas, este tipo de percances los podemos arrastrar en el futuro por medio de la ley de causa y efecto, teniendo que sufrir lo que hayamos hecho padecer a los demás.

“El ingrato tendrá vergüenza y remordimientos” Pregunta: 938; (Libro de los Espíritus).

El que sufre las consecuencias de la ingratitud o de los afectos contrariados también puede entresacar sabias consecuencias del mismo, aprendiendo a adquirir fortaleza, a utilizar más la inteligencia y equilibrarla respecto a los sentimientos, desarrollando la capacidad de análisis para valorar las situaciones y actuar con la debida prudencia, necesaria para evitar este tipo de impactos en la medida de lo posible. También para aprender a disculpar y perdonar siempre. La ingratitud representa una prueba para vuestra persistencia en realizar el bien.” Pregunta 937; (Libro de los Espíritus).

Desgraciadamente, la falta de trabajo interior y de unos objetivos claros y honestos en la vida facilitan el que se produzcan esos cuadros de amarga sorpresa y dolor moral resultantes de, por ejemplo, los fraudes entre socios de una empresa, críticas mordaces a espaldas del compañero o amigo, amores fallidos al ser utilizados los sentimientos y debilidades ajenas para beneficio propio, acusaciones y falsos testimonios de quienes proclamaban anteriormente una sincera amistad, y un sinfín de situaciones que para los espiritas no ha de haber lugar.

Kardec recibe las siguientes respuestas de lo Alto referentes al asunto: “Nosotros os enseñamos que sintáis lástima por los ingratos y los amigos infieles, porque serán más desgraciados que vosotros. La ingratitud es hija del egoísmo, y el egoísta ha de encontrar más tarde corazones insensibles como él mismo lo fue…” (Libro de los Espíritus, pregunta 937).

Es por ello vital estudiarnos a nosotros mismos, ver si en alguna circunstancia estamos pecando de ingratos, si le damos más valor a unas personas sobre otras, o si estamos hiriendo con nuestra forma de proceder los sentimientos de alguien para rectificar inmediatamente, esforzándonos por ser cada día más nobles, más limpios. De ese modo, llegado el momento de rendir cuentas a lo Alto, no tendremos que avergonzarnos de actitudes o comportamientos desleales. Actuando según los principios morales es como podremos construir relaciones sentimentales y de amistad sinceras, de las consideradas vulgarmente para toda la vida.

“El hacer bien a villanos es echar agua al mar. La ingratitud es hija de la soberbia”.   Miguel de Cervantes.


Fotografía: Internet

 

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