sábado, 23 de enero de 2021

Por qué nos enfadamos

 


Dime cómo respondes ante una ofensa, cómo manejas tu agresividad y te diré cómo eres.

Decía, Aristóteles, hace más de veinte siglos, que: Todo el mundo puede enfadarse; es fácil. Pero, enfadarse con la persona adecuada, con la intensidad correcta, en el momento oportuno, por el motivo justo y de un modo eficaz, ya no lo es tanto.

Todos nos encontramos con guerreros saqueadores y ofensivos en nuestro día a día, pero hay muchas personas que no siempre saben asumir el desafío ni defender su lugar. Quizá por eso una de las cosas que mejor muestra el carácter de una persona, es su forma de proceder ante las ofensas padecidas.

Detrás de los enfados frecuentes se esconde muy a menudo la soberbia. Son perfiles que necesitan tener siempre la razón, que no toleran ser contrariados o corregidos y que además son víctimas constantes de su propia frustración. Así, es importante destacar que, tras la soberbia, se halla a su vez el narcisismo, conformando de este modo un tipo de personalidad muy desgastante.

Todos estos perfiles, en apariencia tan distantes entre sí, muestran en realidad unas características comunes. Tienen “la piel muy fina” y el orgullo muy alto, lo sabemos, de ahí que a la mínima “salten”, pierdan el control y muestren comportamientos tan comunes como inventarse hechos que no han sucedido para ponerte a la altura de ellos, o sencillamente caer en la descalificación por haberles recordado sus actitudes pasadas o por contrariarle en algún pequeño e insignificante aspecto.

A menudo suele decirse aquello de que el soberbio jamás reconocerá sus “pecados”. No lo hará porque tiene la nariz tan pegada a su espejo que ni siquiera logra verse a sí mismo, y como no se ve te adjudica a ti su defecto. Sin embargo, nos hemos acostumbrado tanto a este tipo de presencias en nuestros entornos que casi sin darnos cuenta hemos acabado normalizando el narcisismo y la soberbia. Lo vemos en todos los ámbitos sociales y familiares y lo vemos incluso en una parte de las nuevas generaciones.

El enfado es una emoción, y como tal tiene su función. ¿Te has preguntado alguna vez por qué nos enfadamos? o ¿para qué sirve enfadarse? Sentirse enfadado es algo normal y puede ser positivo o negativo, lo cual tiene más que ver con cómo gestionemos esa emoción más que el hecho de que sea buena o mala en sí misma.

¿Por qué el enfado? El detonante universal del enfado es la sensación de hallarse amenazado. La amenaza puede ser física, pero la mayoría de las veces es simbólica. Podemos sentir amenazada nuestra estima, nuestra valía, nuestros secretos, nuestro bienestar u otras cosas como el reconocimiento social. Sentirnos tratados injustamente, ser menospreciados, o sentirnos frustrados pueden actuar como detonante de toda una serie de pensamientos y conductas que alimentan más el enfado.

El enfado se suele alimentar de sí mismo, es como un volcán que se va llenando de pequeñas provocaciones (que no dejan de ser pensamientos o percepciones de lo que está ocurriendo) o irritaciones que van siendo cada vez más intensas y que hacen que acabe explotando el volcán en un estallido de violencia.

El enfado –al igual que la tristeza, la ansiedad o el miedo– es una emoción displacentera, incómoda y no deseada, pero es una emoción normal, que se relaciona –primariamente– con la preservación de la vida y que conllevan una dimensión adaptativa y de supervivencia.

Ahora bien, cuando en el enfado se produce un desajuste entre el motivo que lo origina y la proporcionalidad de la respuesta emocional, es decir, la intensidad, la frecuencia y la duración son excesivas, esta emoción puede convertirse en un problema en sí misma e interferir en nuestro bienestar físico, mental y social (Organización Mundial de la Salud, 2006).

El enfado casi siempre se expresa con una alta activación del sistema nervioso autónomo –involuntario, inconsciente y automático–, lo que provoca tensión corporal, elevación del ritmo cardíaco, nerviosismo… Este estado favorece conductas, percepciones y pensamientos que pueden tener consecuencias negativas y alejadas del motivo o situaciones que dieron origen a dicho enfado.

Y, ¿para qué sirve enfadarse? ¿Hay que evitarlo? Se puede encontrar cierto atractivo en el enfado. Hay gente que dice que “necesita descargar” y para descargar necesita una víctima. Ciertamente, se produce tal activación cerebral que nos sentimos impulsados a actuar. Nos sentimos fuertes, llenos de energía y desaparece el miedo. Nuestro monólogo interno va justificando nuestra manera de actuar, dándonos más y más motivos que alimentan la ira. Pero, ¿qué ocurre cuando nos tranquilizamos? ¿Alguna vez te has arrepentido de tu comportamiento cuando estabas bajo el dominio del enfado? 

Cuando nos dejamos llevar completamente por esta emoción solemos actuar de manera irracional o poco adaptativa, aunque en ese momento nos parezca lo más normal. No hay que evitar enfadarse en alguna ocasión. El problema es la frecuencia, la duración y las consecuencias de nuestros enfados. En ocasiones, las cosas que decimos a otras personas cuando estamos enfadados son como arrugar una hoja; ya nunca vuelve a su estado original. No solo se pueden deteriorar las relaciones personales, también pueden traer consecuencias indeseables (falta de concentración) o a nivel físico (problemas digestivos, cardíacos, etc…).

Nunca llegarás a tu destino si te detienes a lanzar piedras a cada perro que te ladre.

El enfado es una emoción que habitualmente nos cuesta gestionar. Mayormente la vivimos de un modo desagradable, y lo pasamos mal cuando estamos enfadados. La cuestión no es eliminar el enfado o las situaciones que nos molestan. Se trata de aprender a vivirlo y a gestionarlo, siendo capaces de transitarlo de manera que nos afecte lo menos posible.

Ahora que hay gente conflictiva por naturaleza, aunque le agasajes te muestra enfado. La gente que más se enfada es la que tiene algo que ocultar; la que no tiene paz interior; la envidiosa que todo lo enredan, la que busca pleito gratuito…

Y, cómo controlar el enfado. Hay personas con una capacidad extraordinaria de mantener las formas, aunque estén enfadadas. Dicen lo que tiene que decir con energía, pero sin dar gritos ni desencajar la cara. El que grita desaforadamente es porque sabe que no lleva razón y mientras mete ruido no tiene que dar explicaciones.  

Para analizar de forma más racional una situación que nos produce enfado, hay que tomar distancia emocional. Ya que el enfado nos produce gran excitación es bueno practicar alguna técnica de relajación. Para las personas que practican meditación o mindfulness es más sencillo controlar el enfado, pero si tú no lo practicas puedes simplemente respirar profundamente antes de pasar a la acción. También puedes intentar distraerte hasta que la emoción desaparezca. Ten claro que, si tu objetivo es poner límites, bajo una emoción intensa no lo harás de la forma adecuada.

Una vez que hayas conseguido tu primer objetivo, estar más relajado, pasa a analizar por qué te sientes amenazado. Aprende a relativizar y analiza únicamente la situación presente, no respondiendo a antiguas ofensas o preocuparnos por futuras amenazas. Y si crees que la situación que ha creado el conflicto debe ser abordada para evitar más problemas, hazlo desde un estilo asertivo. No te dejes llevar por la agresividad.

A esas personas que se la va la vida en buscar conflictos, que se paren a comprender las consecuencias de su inadecuada expresión, de su enojo constante, de sus arrebatos de ira y aprendan a gestionar de una forma más adaptativa sus propios conflictos internos.

De todo hay en la vida, hay actitudes que no son normales, gente que disfruta con los enfados y por menos de nada suelta el perro rabioso, y nada cuesta más en una pelea que ponerse a la altura de un ignorante.

Cuando el enfado se convierte en una manera de ser, nunca habrá paz a su alrededor, porque bajo esa piel está la soberbia y esa personalidad narcisista que desea controlar para hallar un beneficio, lo mejor que podemos hacer en estos casos es poner distancia y no perder energía confrontándolos.

Si nuestra mente se ve dominada por el enojo, desperdiciaremos la mejor parte del cerebro humano: La sabiduría, la capacidad de discernir y decidir lo que está bien o mal. Dalai Lama.


Fotografía: Internet

 

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