lunes, 11 de enero de 2021

El calor del amor

 


Un corazón frío encontró el calor en un niño. Un niño que le habló del amor de Dios…

Era domingo, nevaba y hacía mucho frío, el niño se puso su ropa de abrigo y le dijo a su padre:

Papá, ya estoy listo.

Su padre, un Pastor que solía salir a invitar al encuentro dominical, le dijo:

Listo ¿para qué?

Papá, es hora de salir a repartir las Hojas dominicales.

El papá respondió:

Hijo, está muy frío afuera y está nevando.

El niño miró sorprendido a su padre y dijo:

Pero Papá, la gente necesita saber de Dios aún en los días fríos de nieve. 

El Padre le contestó:

Yo no voy a ir afuera con este tiempo.

Con desespero el niño le preguntó:

Papá, ¿puedo ir yo solo? ¡Por favor!

Su padre titubeó por un momento:

Vale, puedes ir. Aquí tienes las Hojas dominicales, pero ten cuidado.

—¡Gracias papá!

El hijo salió muy contento. El niño de 11 años caminó bajo la nieve por todas las calles del pueblo, repartiendo las Hojas a las personas que veía.

Después de dos horas caminando bajo la nieve ya sentía algo de frío y le quedaba una Hoja por entregar. Se detuvo en una esquina y miró a ver si veía a alguien para entregarle su última Hoja, pero las calles estaban totalmente desiertas. Entonces, se dirigió a la puerta de la casa que tenía delante, tocó el timbre varias veces y esperó, pero nadie salía.

Como nadie contestaba pensó marcharse, pero algo lo detuvo. Volvió nuevamente a tocar el timbre y a golpear la puerta fuertemente con los nudillos. Y seguía esperando, porque una fuerza parecía ordenarle que esperara y que llamara al timbre. Tocó nuevamente el timbre y esta vez la puerta se abrió suavemente.

Salió una señora con una mirada muy triste y con voz apagada le preguntó:

Qué puedo hacer por ti, hijo.

El niño con unos ojos radiantes y una sonrisa que le cortaba las palabras, le dijo:

Señora, lo siento si la molesté, pero sólo quiero decirle que: “Dios realmente la ama” y vine para darle mi último Hoja Dominical, que habla sobre Dios y su Gran Amor.

El niño le dio la Hoja, y se fue.

Ella solo dijo:

Gracias, hijo, y que Dios te bendiga.

Pues bien, en la Iglesia, el siguiente domingo por la mañana el Pastor estaba en el púlpito y cuando comenzó el servicio preguntó:

—¿Alguien tiene un testimonio o algo que quiera compartir?

En la última fila, tímidamente una señora mayor se puso de pie. Cuando empezó a hablar, una mirada radiante y gloriosa brotaba de sus ojos:

—Nadie en esta Iglesia me conoce. Nunca he estado aquí, incluso, todavía el domingo pasado no era cristiana.

Mi esposo murió hace un tiempo atrás dejándome totalmente sola en este mundo. El domingo pasado fue un día particularmente nevado y frío, y también lo fue en mi corazón; ese día llegué al final del camino, ya que no tenía esperanza alguna ni ganas de vivir.

Entonces, cogí una silla y una soga y subí hasta el ático de mi casa. Amarré y aseguré bien un extremo de la soga a las vigas del techo; me subí a la silla y puse el otro extremo de la soga alrededor de mi cuello.

Parada en la silla, tan sola y con el corazón frío y destrozado, estaba a punto de tirarme cuando de repente escuché el sonido fuerte del timbre de la puerta. Pero pensé: 'Esperaré un minuto y quien quiera que sea se irá'.

Yo esperé y esperé, pero el timbre de la puerta cada vez era más insistente y luego la persona comenzó a golpear la puerta con fuerza, y me pregunté: ¿Quién podrá ser? Jamás, nadie toca a mí puerta ni viene a verme.

Solté la soga de mi cuello y fui hasta la puerta, mientras el timbre seguía sonando cada vez con mayor insistencia. Cuando abrí la puerta no podía creer lo que veían mis ojos. Frente a mi puerta estaba el más radiante y angelical niño que jamás había visto.

Su sonrisa ¡nunca podré describirla! Las palabras que salieron de su boca hicieron que mi corazón, muerto hacía tanto tiempo, volviera a la vida cuando dijo con voz de querubín:  'Señora, sólo quiero decirle que Dios realmente la ama’.

Cuando el pequeño ángel desapareció entre la nieve, cerré mi puerta y leí cada palabra de la Hoja que me entregó. Entonces fui al ático para quitar la silla y la soga. Ya no quería hacer lo que momentos antes tenía intención  hacer. En ese momento me di cuenta de que alguien me quería y que yo no estaba sola. Por fin me he dado cuenta de que el frío de mi corazón era porque no sentía amor, y ahora siento amor y tengo a quién amar.

Y, como la dirección de la iglesia estaba en la Hoja, he venido personalmente a darle las Gracias a ese pequeño ángel de Dios, que llegó justo a tiempo y de hecho, ha rescatado mi vida de una eternidad en el infierno.

Cuando la Señora terminó su relato, en la Iglesia todos lloraban.

El Pastor bajó del púlpito hasta el primer banco donde estaba sentado el pequeño ángel; tomó a su hijo en sus brazos y lloró incontrolablemente.

Probablemente la Iglesia no volvió a tener un momento más glorioso…

Lucas 18,27: Él les dijo: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.

Recuerda, el mensaje de Dios puede hacer una gran diferencia en la vida de alguien cerca de ti.

 

Fotografía: Internet

 

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