Un león caminaba tranquilamente por la orilla del mar cuando de repente apareció ante él la cabeza de un delfín saliendo del agua. Al ver a tan fantástico animal, el felino se acercó hasta él para decirle:
—Con lo hermoso que eres, tú debes de ser el rey del mar. Quizá te parezca muy atrevido, pero, puesto que ambos somos los reyes de diferente ambiente, creo que deberíamos aliarnos.
—Con lo hermoso que eres, tú debes de ser el rey del mar. Quizá te parezca muy atrevido, pero, puesto que ambos somos los reyes de diferente ambiente, creo que deberíamos aliarnos.
El delfín accedió de buena gana, pues nada tenía que perder con ello. Días más tarde, el león se vio atacado por un enorme loro de cola gris. Incapaz de defenderse por sí mismo imploró al delfín que acudiera a su rescate, pero éste por mucho que lo intentaba no conseguía salir del agua en su socorro. Así que al ver que su aliado no llegaba, el rey de la selva comenzó a reprocharle su cobarde actitud.
—No debes atacarme de esa manera –le recriminó entonces el delfín– porque, a pesar de haber intentado de mil y una manera salir del agua para defenderte, mis aletas me han impedido poder llegar a tierra. Si quieres enfadarte, hazlo con la madre naturaleza que fue la que me hizo de esta manera.
—No debes atacarme de esa manera –le recriminó entonces el delfín– porque, a pesar de haber intentado de mil y una manera salir del agua para defenderte, mis aletas me han impedido poder llegar a tierra. Si quieres enfadarte, hazlo con la madre naturaleza que fue la que me hizo de esta manera.
Esto nos enseña que, antes de asociarnos con alguien debemos sopesar bien sus habilidades no vaya a ser que cuando lo necesitemos no esté capacitado para ayudarnos.
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