Todos en esta vida necesitamos palabras y actitudes que nos animen y nos alegren la vida cuando estamos tristes… Como lo ilustra la siguiente historia:
En cierta ocasión un padre llevó a su hijo a dar un paseo al bosque, como era pequeño, su papá lo llevaba sobre sus hombros, al rato lo puso a caminar para que se ejercitara y le dijo:
—Debes caminar hasta la casa.
No pasó mucho tiempo, el niño empezó a llorar porque decía que estaba muy cansado y no podía dar “un paso más”. El padre cortó una rama de un arbusto en el bosque, la alisó con su navaja y colocó un pequeño cordón en el extremo más grueso y le dijo al niño:
—Mira hijo, aquí tienes tu propio caballo para que te lleve a casa.
El Niño emocionado se animó y montó sobre aquel “caballito de madera” y comenzó a correr hasta llegar a la casa y aún después de llegar siguió corriendo por el jardín hasta caer rendido.
Igualmente nosotros vamos de paseo por esta vida. En ocasiones nos sentimos muy cansados y pensamos que no podemos seguir adelante. Entonces Dios usa a alguien cercano para ofrecernos un “caballito de madera” que puede ser una palabra de ánimo, un “Dios te bendiga", una visita, una llamada, una expresión de cariño... Y ese “caballito de madera” nos anima y nos hace llegar más lejos de lo que pensábamos.
Mucha gente de nuestro entorno está necesitada de un “caballito de madera”, esa palabra de ánimo, esa mirada o ese abrazo bien intencionado que, como un “caballito de madera” le va a sacar de esa depresión o necesidad espiritual.
Dios tiene un mensaje para cada persona pero no usa siempre ángeles sino a personas comunes como tú y yo, así que gracias por ser en muchas ocasiones mi “Caballito de Madera”. Gracias porque me ayudas a sortear las piedras del camino, que alguien malintencionado pone para hacerme caer, pero con la mirada puesta en Dios que nos ama y que nos da fuerzas para seguir, sobreviviremos...
A lo largo de la historia las reflexiones sobre el ser humano han subrayado diversas dimensiones, a veces unas más que otras.
Existen teorías que dan un relieve especial al alma; otras exaltan la dimensión del cuerpo y se fijan en funciones, como las del sistema nervioso, o en modos de vivir en grupo, en clave sociológica.
Ponemos ahora la mirada sobre el cuerpo y el alma... Hablar del cuerpo humano significa prestar atención a su presencia sensible en el mundo. Hablar del alma significa fijarnos en sus actividades intelectuales y volitivas.
Más allá de lo que se pueda decir sobre el cuerpo o sobre el alma, la experiencia personal y diversas tradiciones filosóficas y culturales han subrayado la profunda relación entre el alma y el cuerpo, entre lo intelectual y lo sensible, porque salta a la vida en nuestra condición humana la mutua dependencia entre esas dimensiones, hasta el punto de que el mismo Platón, acusado por muchos como enemigo del cuerpo, tuvo que reconocer en el “Timeo” que no deberíamos mover el cuerpo sin el alma, ni el alma sin el cuerpo…
Al analizar nuestras experiencias cotidianas, reconocemos que no podemos pensar bien si tenemos dolor de cabeza o el vientre inquieto, a la vez, hay ocasiones en las que una idea especialmente intensa nos permite ir más allá del hambre y la sed, para atender algo que llevamos en el corazón.
Uno de los grandes retos de todos los tiempos, también del nuestro, consiste en alcanzar una visión adecuada de lo que significa ser hombres, en orden a evitar reduccionismos que exalten una dimensión y que dejen a un lado otras. En esa visión podremos emprender caminos concretos que nos permitan una sana armonía entre nuestras dimensiones constitutivas.
Según el famoso consejo del viejo Platón, aprenderemos a mover juntos alma y cuerpo. Así encontraremos modos equilibrados de vivir como seres espirituales que también somos corporales, al mismo tiempo que acogeremos lo que significa actuar en el tiempo (con todas sus potencialidades y sus riesgos), y hacerlo con una orientación a algo que está más allá del tiempo: la eternidad en la que un día encontraremos a Dios y será posible la plenitud de nuestra condición humana.
Según el famoso consejo del viejo Platón, aprenderemos a mover juntos alma y cuerpo. Así encontraremos modos equilibrados de vivir como seres espirituales que también somos corporales, al mismo tiempo que acogeremos lo que significa actuar en el tiempo (con todas sus potencialidades y sus riesgos), y hacerlo con una orientación a algo que está más allá del tiempo: la eternidad en la que un día encontraremos a Dios y será posible la plenitud de nuestra condición humana.
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