Ramiro Calle, decía que: De cada una de las leyes se podríamos escribir un libro. La primera de estas leyes es la Ley de la causación, es decir, la ley de causa y efecto. Un antiguo adagio reza: allí donde pones una condición, surgirá otra condición y es, poniendo un burdo ejemplo, como si lanzamos una moneda al aire y, aunque no veamos donde a caer, en algún lado lo hará, porque siempre que hay una causa se produce un efecto; siempre que hay una acción, necesariamente hay una reacción. Esto es lo que se llama Ley de causación o Ley de causa y efecto, que los yoguis observan muy minuciosamente porque saben que toda causa o acción tendrá su repercusión, sea dentro o fuera de nosotros, y que toda causa o acción tiene siempre sus consecuencias y por eso debemos responsabilizarnos de nuestras acciones.
Era Buda quien decía: “Aunque te vayas a la cueva más remota de los Himalayas, los resultados de tus acciones te seguirán”. Siempre, de alguna manera, somos perseguidos por nuestras acciones y sus resultados, porque nadie puede evitar la Ley de Causa y Efecto. Es igual que si un péndulo va hacia un lado, necesariamente regresará hacia el otro, así, seamos capaces de verlo o no, lo comprendamos o no lo comprendamos, toda causa provoca su efecto como la sombra sigue al cuerpo.
La segunda ley se llama la Ley de los opuestos o de los contrarios. Los taoístas la han expuesto de una manera gráfica excelente: el yin y el yang, que tienen un punto de conciliación y que es la unidad del Tao. Todo es yin o todo es yang, todo es amargo o dulce, claro u oscuro, adentro o afuera, arriba o abajo. Hay amistad porque hay enemistad, hay desamor porque hay amor, hay fin porque hay principio y, así, podemos apreciar esta ley en todo lo manifestado y así a una estación sigue otra estación, a la noche sigue el día y al día la noche;, es la ley inexorable de los opuestos, también llamados por el Zen los pares de opuestos o contrarios, que tenemos que aprender a conciliarlos, a manejarnos con ellos y a encontrar ese punto de equilibrio o punto equidistante entre uno y otro lado porque, como decía Buda, los extremos son siempre trampas en las que nos precipitamos.
La tercera ley es la Ley de lo incontrovertible. Aquí no sirve de nada si queremos o no hacerlo posible. Si es inexorable, es inexorable. A Buda le preguntaron sus discípulos:
—Maestro. ¿Qué son los hechos incontrovertibles, inevitables o inexorables?
Les invitó a que fueran a un lago y arrojaran una roca y el contenido de un bidón de aceite y que le explicaran después qué había sucedido. Volvieron y Buda les preguntó:
—¿Qué ha pasado?
Contestaron:
—Muy simple, Señor, la roca se ha hundido y el aceite ha flotado sobre el agua.
Buda les respondió:
—¿Lo veis? ¡Los hechos incontrovertibles o inexorables! Por mucho que os hubierais sentado a la orilla del lago a llorar, gritar, rezar, lamentarse y suplicar para que la roca flotase y el aceite se hundiese, no lo hubierais conseguido”.
La vida está llena de hechos incontrovertibles, pero por falta de visión clara queremos cambiarlos, forcejeamos, y entonces lo único que hacemos es crear más malestar, más dolor, añadir lamento al lamento y tribulación a la tribulación.
Quizás uno los hechos más contundentes y que menos queremos ver es la Ley de la inestabilidad. Todo es inestable, pero sucede que cuando algo dura un poco más, nos engañamos o eso nos embauca, haciéndonos creer que es estable y duradero. En una obra de Albert Camus, Calígula, en un momento dado dice lamentándose: “Nada dura”. Y es cierto, todo es inestable, impermanente, transitorio pero, a pesar de ello, hay que vivirlo con ecuanimidad, con lucidez y con una mente muy perceptiva.
Todo lo que nace, muere; todo lo que surge, se desvanece; todo lo que se junta, antes o después, se separa, es la Ley de la contingencia, todo es impermanente y transitorio. Si supiéramos acomodar esta ley a nuestra vida, sería muy útil porque nos ayudaría a superar el apego y el odio, al darnos cuenta de hasta qué punto todo es fugaz —todo es como una estrella que al amanecer desaparece— y tendríamos otra actitud ante la vida y lograríamos vivir cada instante sin aferramiento y sin aversión.
Estas son algunas de las Leyes de la Naturaleza que es interesante estudiarlas y examinarlas, para adoptar en nuestras vidas una actitud adecuada para no añadir aflicción a la aflicción. La meditación de observación inafectada nos permite darnos cabal cuenta de la transitoriedad de todo lo que hay dentro y fuera de nosotros, y eso va mutando nuestra consciencia y desarrollando sabiduría liberadora.
Hay un tipo especial de visión que trasciende las apariencias. Patanjali le llamaba “visión pura” y Buda, “vipassana” o visión penetrativa. Para el que sabe “ver”, se comprenden leyes que pasan desapercibidas para el que solo estrella su visión contra las apariencias. La verdadera visión es la que transforma y ayuda a modificar la mente y el proceder.
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