miércoles, 29 de agosto de 2018

El último abrazo


Aquella tarde de otoño, al llegar Flor y su madre a la casa el padre esperaba impaciente y no era para menos… Durante unos segundos hablaron sus gestos y sus miradas, las palabras quedaron ahogadas y los suspiros iban descargando la tensión acumulada tras ‘la misión cumplida’. 

La madre y la hija fueron relatando los pasos que fueron dando hasta dar con la hija perdida. Las palabras navegaban en el silencio de las cuatro paredes; por rato la emoción entrecortaba las palabras que obligaba a hacer una pausa para coger aire y los ojos necesitaban de un rápido parpadeo para limpiar la tristeza. Eran tantas las emociones y sensaciones que los invadían que perdieron la noción del tiempo, y Flor tenía que marcharse a recoger al marido a la salida del trabajo, pero quedó volver a la tarde siguiente para seguir comentando aquella inolvidable jornada cargada de tensión emocional. Al despedirse de su padre, éste la abrazó con fuerza y le dijo que estaba orgulloso de ella. Flor lo abrazaba fuertemente mientras corrían las lágrimas por las mejillas de los tres… Pero, quién iba a saber que aquel era el último abrazo.

Sucedió que aquella tarde, Flor y su madre habían ido en busca de Vita, que hacía tiempo se había ido de la casa y nada se sabía de ella. Vita ya no era la que era. Al dejar el trabajo de Hostelería por el Sanitario, entró en contacto con muchachas libertinas para la época y ella se apuntó al cambio radical para su vida, empezó a explorar el mundo de la noche y conoció gente de otras procedencias, y pasó de ser la niña de misas por la niña de fiestas…

Vita era la hija más vieja de una numerosa familia, y como era de obligada conducta para una mujer decente de mediados del siglo XX, debía ser una muchacha recogida y dedicada a las tareas de la casa. Y aunque era la más vieja, se casó la hermana que le seguía y dos años después la siguiente. Ella no tenía novio, pero al casarse las hermanas lo tuvo claro, no iba a seguir siendo la chacha de la casa; lavando, cosiendo y planchando para tanta gente, y así fue. 

Al entablar un nuevo círculo de amistades, cambió su comportamiento y rompió con las buenas costumbres del momento. Se soltó la melena, y nunca mejor dicho, que sin pudor, llegó a posar desnuda para un extranjero. Poco le importaban las críticas a sus actos, ya ni su casa ni su familia le aportaba el pedigrí en concordancia con el estatus que se relacionaba, y antes de renunciar a la clase alta, primero renunciaba a su familia y a sus orígenes, y de cara a la galería, su familia vivía dónde la élite de la ciudad. Pasaba de sus padres y de sus llamadas al orden de la buena conducta. Los padres se sentían impotentes y decepcionados con el cambio de una joven modosita que se puso el mundo por montera y rompió con la moral de la época, y como hija mayor ya no era ejemplo para las otras jóvenes.

Con su nueva vida, no sólo se alejó de la casa, sino de toda la familia; solo la mujer de un tío materno conocía sus correrías. Los familiares sospechaban de 'su vida amoral' y corrían ríos de tinta. Los padres ocultaban su desgracia y lo llevaban como podían, sin comprender qué pudo pasar para que una hija fuera capaz de tal osadía. Era un tema que solo se hablaba entre los padres, Flor y el marido, y pensando que por edad, Vita escucharía a su cuñado, el suegro le pidió que hablara con ella a ver si razonaba y cambiaba de actitud... Y tanta era la pena del padre, que cuando iba a visitar a su madre le contaba sus pesares y lloraba como un niño, y la abuela también lloraba.

Un verano un hermano se casaba y ella lo supo porque se encontró en una Sala nocturna con el otro hermano que iba a ser el padrino de boda y se lo dijo. Llegó el día de la boda y se presentó en la Iglesia, todos se saludaron como si no hubiera pasado el tiempo, y se marchó como vino; sin decir nada de su escapada vida. Aunque los padres esperanzados, pensaron que aquel encuentro en la boda pudiera ser la llave para recomponer la relación, pero no. 

El padre trabajaba por turnos de mañana o de tarde, pero un día al término del turno de mañana, de regreso a la casa en el transporte público, ve a través de la ventanilla caminando por la acera a su hija fugada. El tráfico era lento y vio que entraba en el portal de un edificio. No pudo reprimir las lágrimas al verla y saber que nada quería con la familia. Llegó a la casa deseoso de contarle a su mujer que la había visto y juntos lloraron, como tantas veces…, y llamaron por teléfono a su hija Flor para contárselo. 

Esa casualidad dio pie a la esperanza de volverla a ver, y al subirse en el transporte se sentaba en la fila izquierda para estar pendiente al pasar por el lugar y, al día siguiente volvió a verla entrando al portal, entonces pensó que debía vivir allí. La semana siguiente tocaba turno de tarde y no había oportunidad, pero a la siguiente tocaba estar atento, pues la veía con frecuencia, y la mujer nada más verlo llegar le preguntaba ¿la viste?

Los padres y Flor llegaron a la conclusión que debía vivir en ese edificio y que pudiera ser reciente, y como ella tenía el turno de mañana, esa era la hora de llegada del trabajo y de comprar comida, justo al lado de su portal. Al verla con frecuencia, los tres se planteaban qué hacer para acabar con aquel distanciamiento. Flor al ver a sus padres sufriendo por aquella situación, pensaba en lo que podía hacer para acabar con la angustia de quienes más quería, pero sentía miedo enfrentarse a tal cometido, porque nunca se está preparado para ir tocando puerta por puerta buscando a una hermana. No era tan valiente y el tema le quitaba el sueño, pero podía más la alegría que daría a sus padres que sus propios miedos. 

Un día, por sorpresa le dijo a sus padres lo que pensaba hacer, los padres al escucharla le dijeron:
 —Hija, pero… ¿Cómo vas a ir sola? ¿A dónde vas a buscarla? 
Ella le contestó que iría al edificio dónde el padre la veía entrar. Un buen rato reinó el silencio, pero Flor lo reiteró con más seguridad. Entonces empezó a planificarse; lo primero que tenía que saber era el lugar a dónde dirigirse, como al padre le tocaba a la semana siguiente turno de mañana, quedó encontrarse con él en su lugar de trabajo para juntos coger el transporte y al pasar por el lugar le indicara el portal exacto. Fueron cuatro días de contacto con el lugar y de contacto padre e hija con la emoción de lo que tenían entre manos, y aunque no la vieron, Flor ya sabía a dónde tenía que dirigir sus pasos. 

No era plato de buen gusto y el nerviosismo y la preocupación se dejaba notar. Pasaron unas semanas y Flor le dijo a sus padres el día que pensaba lanzarse a la aventura de lo desconocido, aunque no hubiera garantía de éxito… La madre imaginándosela frente a tal situación, dijo:
No hija, tú no vas a ir sola, yo iré contigo. 
Al padre le pareció perfecto y todos sonrieron cómplices pero con el temor a que pasara algo imprevisto y que no lo supieran afrontar. Por esos días el padre estaba de vacaciones, nadie en la familia sabia de aquellos planes, era un secreto de los tres y estaba claro que los tres necesitaban estar juntos para arroparse. 

El lunes por la tarde la pasaron haciendo conjeturas. Ya la tarde del martes se notaban más nerviosos y temerosos por lo que pudiera pasar al día siguiente, miércoles, día señalado para cruzar los dedos y ponerse en camino.
Miércoles por la tarde, llegó el día. A las cuatro Flor ya estaba en casa de sus padres a buscar a su madre. Ese día no habían palabras, las miradas se cruzaban como tocando el alma para darse las fuerzas necesarias. El padre besó a la hija y a la mujer y salieron las dos rumbo a lo que pudiera suceder… 

Llegado al lugar, Flor aparcó el coche. La madre temblorosa nada más bajarse, buscando apoyo cogió del brazo a la hija, y la hija estaba tan asustada y nerviosa que le faltaba el aire, pero tenía que darle fuerzas y confianza a su madre de que aquello estaba controlado. A Flor le golpeaba el corazón y le temblaban los pies, pero su madre necesitaba que ella resolviera con seguridad la incertidumbre de aquella angustia. Se dirigió al edificio de apartamentos que tenía dos portales abiertos, Flor decidió entrar a uno y tocar en el primer piso, así lo hizo. Subió y  tocó en la primera puerta que encontró, pero nadie abrió. Tocó en la otra puerta y abrió una joven, Flor la saludó con las buenas tardes y le dijo que buscaba a una chica de determinada características, que vivía en el edificio. La joven se quedó pensando, pero otra mujer que estaba escuchando se acercó y dijo que con aquellas características había una muchacha en el portal de al lado, pero no sabía en qué piso vivía. Flor se quedó sin aliento y le dio las gracias, pero su madre seguía aferrada a su brazo y ella tenía que aparentar estar fuerte para que su madre se tranquilizara. 

Bajaron las escaleras y entraron en el otro portal. Subieron al primer piso y tocaron en la primera puerta, abren la puerta y ¡Dios mío, es ella! Flor notaba el temblor de su madre, pero ella también temblaba. Un momento de silencio y de miradas escrutadoras. Flor cogiendo aire, rompe el silencio y le dice: “¡Hola!” Se saludan las tres y Flor le cuenta el motivo de la visita:
 —Te hemos estado buscando y hemos llegado hasta aquí, para decirte que sabes dónde está la casa, y sabes que tienes a tu familia para lo que necesites, y queremos que vuelvas a casa… 
La tensión se fue disipando y tomó la palabra la madre y le repitió el mismo deseo. Todo eso en la puerta, y en la penumbra unos ojos miraban expectantes. Era el hombre con el que vivía al que presentó, y quedó que pasaría por la casa, y con la misma se despidieron esperando verse pronto. 

¡Uff! A medida que bajaban la escalera también se iba descargando la tensión acumulada. Madre e hija se miraban satisfechas, porque aún aferradas a la esperanza, no pensaban que fuera tan fácil ni tan rápido dar con ella. Y de regreso, el tiempo se les hacía largo deseando llegar a la casa para contárselo al padre y marido. “¡No se lo va a creer!”, se decía la una a la otra. 

Al verlas llegar, intentaba averiguar lo que había pasado sin que se lo contaran, las cogió de la mano y se encerraron en la alcoba, los jóvenes de la casa estaban viendo la tele y no se percataban de lo que se traía entre manos sus padres y hermana. 
Dime, ¿qué pasó?
 —¡No te lo vas a creer... La vimos!
 Se echó las manos a la cabeza y guardó silencio y a los tres le afloraron las lágrimas. Sonrientes comenzaron a relatarle, paso a paso, todo lo que hicieron y la rapidez con que dieron con ella. Los suspiros llenaban la habitación, pero se respiraba alivio. Atardecía y Flor tenía que ir a recoger al marido a la salida del trabajo, pero quedó volver al siguiente día por la tarde para seguir comentando. Al despedirse latía la emoción, el padre sonriendo se abrazó a Flor y le dijo:
 —Me siento orgulloso de ti, eres una buena hija
Ella descansó su cabeza en el hombro y se quedó sin poder decir palabra, le abrazó fuerte y le dio un beso. También abrazó a la madre y ésta le dijo: 
—Descansa, que la tarde ha sido muy ajetreada. 
Flor contestó: 
Descansemos, que llevamos tiempo dándole vueltas a este momento. ¡Hasta mañana! 

Por la tarde del día siguiente al llegar Flor con sus niños a casa de sus padres, pensaba que el padre ya había llegado, porque sabía que iba con un amigo al campo, pero aún no había llegado. La tarde pasaba y nada… Al pasar las horas ya sospechaban que algo malo tenía que haberle pasado. La preocupación crecía y el nerviosismo de madre, hija y yerno se hacía patente. Asomaban a la ventana por ver si lo veían llegar, en esa que suena el teléfono, todos corrieron, era del Hospital pidiendo a la familia que fueran porque había sufrido un accidente. 
¡Dios mío! No puede ser. !Ay, Dios mío! ¿Qué habrá pasado? 

Entre lamentos se pusieron en camino, Flor, la madre y el marido. Llegaron al Hospital, pasaron a una sala a madre e hija y al marido le informaron fuera de la tragedia, y su angustia era que le dieran la triste noticia a su mujer y a su suegra. Un médico y dos enfermeras, el médico dijo: 
Tengo que decirle que su marido ha sufrido un accidente y está grave, pero… 
—Dígame la gravedad que tiene ¿cómo está mi marido? 
—Bueno, puede ponerse bien… 
—Dígame la verdad ¿dónde está mi marido? 
La hija pendiente de la madre, temblaba al verla tan angustiada y desconsolada.  
—Lléveme a dónde está mi marido. Dígame si habla…
 —Tranquila Señora, déjeme decirle… 
—Queremos verlo y dígame la verdad. 
—La verdad, su marido ha fallecido. Llegó con vida, pero no pudimos hacer nada... 
Madre e hijas lloraban abrazadas y la hija le dijo al médico: 
Para qué nos engaña dando esperanza... Queremos ver a mi padre. 
Indicó a un enfermero que las llevara a dónde estaba el cuerpo. Las dos mujeres cogidas del brazo, avanzaban rápido por un pasillo que se les hizo eterno. 

Estaba en una camilla y su cuerpo aun caliente: Madre e hija lo abrazaban. La mujer le decía: 
¡Dios mío! ¡Despierta! No te vayas, no puedes hacer eso. No me dejes. No puede ser, no puede ser… 
Él con el semblante alegre y sonriente, parecía estar gastando una broma. Las dos mujeres se quedaron y el marido de Flor se marchó con la misión de comunicar la tragedia a la larga familia. 

Los hermanos mayores de Flor estaban dispersos, pero los jóvenes ya estaban con la abuela materna. A todos se les llamó por el teléfono, a uno le tuvo que avisar la policía y otro se encontraba casualmente en el mismo Hospital, pero Vita, que el día antes Flor y la madre habían estado tocando por las puertas hasta dar con ella, cuando el marido de Flor fue a su dirección, no se encontraba en el apartamento, al parecer estaba de cena, pero un tío que sí sabía las vueltas de ella, le avisó. 

¡Qué dolor más grande! Un hombre joven, padre de familia, dejaba a su mujer viuda con muchas responsabilidades. La hija perdida y el hombre con el que vivía y que nadie conocía, estuvieron en el duelo, y las hermanas de la viuda, en lugar de darle cariño se ocuparon de saber quién era el hombre que estaba con Vita. Flor se dio cuenta y les dijo a las tías que no estuvieran mortificando a su madre. 

Esas tías, como una era vecina, terminó por saber quién era aquel extraño… un extraño del que nada se sabía. Como en aquel tiempo no era decente ni de buena hija marcharse de la casa, ni vivir con un hombre sin casarse y ser soltera embarazada, todo eso era más que una desgracia para una familia, y ya no poca desgracia tenía esa pobre mujer con quedarse viuda, que para salir de aquel mal trago y proteger el prestigio de la casa, se le ocurrió decirle a la hermana que Vita se había casado por lo civil en secreto, y como era por lo civil, que tampoco estaba bien visto, se lo habían ocultado a los familiares. También viendo Flor cómo le afectaba aquella situación a su madre y para no tener que estar dando explicaciones a los familiares, acordó con su madre poner a aquel extraño como hijo político en el recordatorio.

Cuando se van tus padres, duelen hasta los recuerdos y lo que alivia ese dolor son los gestos del afecto y cariño compartido. Flor para estar cerca de su madre en aquellos momentos tan duros, todos los días se los pasaba con ella, y ya las dos habían hablado de cómo salir de aquella vergüenza; en aquel tiempo, ese era el calificativo de ciertas comportamientos. Y Vita parecía gozar repitiéndole a la madre que estaba embarazada, no respetaba ni el momento ni el dolor de su madre, pero Flor no podía permitir esa actitud y le dijo que dejara de molestarla que ya lo sabía. A partir de entonces, Vita ya no era la hija perdida, era la hija que vio en su madre a la persona que le serviría hasta su último suspiro. 

Flor como su madre, tenía el corazón desgarrado y juntas se daban fuerzas para soportar lo que estaban viviendo. Eran muchas las cosas que encauzar y muchas las responsabilidades que cargar, pero como siempre, Flor era el apoyo incondicional para sus padres y en ese momento más todavía, porque ni siquiera en esos momentos los demás hermanos se les veía interés por implicarse en los asuntos domésticos, agravados por una dolorosa circunstancia. 

Qué cosas… El impacto de la muerte del padre de familia, minimizó el impacto de ir en busca de la hija perdida, por eso pasó sin aspavientos, pero ella no lo podrá olvidar, como tampoco lo puede olvidar la hermana Flor que fue a buscarla… Guardar silencio de los secretos familiares está bien mientras los implicados son honestos y leales, pero cuando faltan a la verdad y al respeto han perdido la llave del tiempo.

Cabría preguntarse, si pasado el tiempo y llegado el ocaso de una hija que sabe que con su comportamiento hizo sufrir a sus padres, si la conciencia le remuerde y la atormenta... Pues no, ésta está muy tranquila, es más, tranquiliza la conciencia de los demás hermanos, que también contribuyeron al sufrimiento, diciéndoles que:
Sus padres sufrieron los que les tocó sufrir, porque ellos eran jóvenes y tenían que vivir la vida.
Eso es más que tener la conciencia tranquila, es reírse del dolor de sus padres. No sé cómo se puede vivir sabiendo que despreciaba a su padre, y si no hubiera sido que lo vio en la boda unos meses antes, cuando murió, llevaría como un año sin verlo. Su padre decía que no tenía corazón...

Conociendo su lindo historial, se diría que no tiene conciencia, pero, ella debe sentirse muy orgullosa de su pasado que es capaz de decirle a la hermana Flor que "es la vergüenza de la familia". Mira Vita, tú a Flor tendrías que darles las gracias por ir a buscarte para que nuevamente te integraras en la familia, y porque estuvo décadas ayudándote, sin recriminarte nada de tu comportamiento aunque no fuera de tu mismo proceder.

Y los padres están para todos sus hijos por igual, son los hijos los que hacen la diferencia con sus padres, cuando no los valoran ni respetan. Flor estaba muy unida a sus padres porque eran sus padres; ella los valoraba, los quería y admiraba, los respetaba y  seguía su ejemplo y enseñanzas. Era la única hija con la que podían contar sus padres, la que siempre estuvo pendiente ocupándose y preocupándose de ellos, porque tanto a Vita como a los demás, poco les importaba que tuvieran frío o calor. Y ese es el delito de Flor, el haber estado pendiente de sus padres y también de sus  hermanos, si no recuerda lo que hizo por ti. Siempre ha estado arrimando el hombro y no para que se lo agradezcan, es que ella es así...

Será por eso, que por ser como es, en algunas hermanas ha despertado la envidia y se han dedicado a contaminar el cariño de hermanos, ya que las envidiosas valiéndose del chantaje emocional han inventado historias inverosímiles cargadas de maldad con el objetivo de sembrar el desprecio hacia Flor. ¿Hermanos unidos para linchar a una hermana? ¡Qué feo! Pero, por muchos falsos testimonios que levanten y le adjudiquen hechos y palabras, no se convertirán en verdad y aunque les crean todas sus mentiras, estarán llamados a fracasar y el tiempo pondrá a cada uno en su sitio. Nada hay oculto que Dios no vea ni que el tiempo no saque a la luz. Hay que ver, todo el esfuerzo de estos hermanos por aparentar una fuerte unión se viene abajo cuando aflora las malas intenciones que albergan en su corazón. ¡Ay! si tus padres que fueron buenas personas y que inculcaron valores a todos sus hijos, vieran con qué maldad actúan hoy, volverían a morirse de penas. Es muy triste que sean tus propios hijos los que te amarguen la vida... Y de quién tiene el valor de despreciar a sus padres nada bueno se puede esperar.

La vida es maravillosa, solo que algunas personas se encargan de estropearla generando sufrimiento a los demás...

Flor evocando a su padre en un día  muy especial, lo felicita y da gracias a Dios por sus padres y por la vida: Papá, hoy, sin poder olvidarte, en medio de la ausencia y con la remembranza de los recuerdos,  atemperado ya el dolor de tu pérdida por el paso del tiempo, sólo me queda agradecer a Dios y a nuestra Virgen del Pino, que tanta fe y devoción le tenías, el tiempo que estuviste con nosotros, corto pero intenso, porque supe apreciarte y valorarte en vida.

Papá, cuando nací fuiste el primero en calmarme en tus brazos y tomaste mis manos entre las tuyas para darme calor, y el calor perdura… Quiero también decirte que tú estarás orgulloso de mí, pero la que sí está orgullosa soy yo de tener los padres que tengo, y, sepan que les quiero con toda mi alma...
Y, como un abrazo puede ser la medicina para muchos dolores, tu último abrazo es mi salvación frente al temporal que amenaza con devorarme...

Gracias, papá, porque tus últimas palabras me alientan y tu último abrazo me da las fuerzas para no desfallecer en estos duros momentos que me toca vivir... 

Oigo una voz desde las estrellas que me dice: “Hija, no estés triste porque nos volveremos a encontrar. La vida está aquí…” 

Fotografía: Foto 28703

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