Cuentan que un hombre muy anciano quedó viudo y cuando le empezaron a flaquear las fuerzas se fue a vivir con el único hijo que tenía. Este lo recibió a regañadientes, pero pasado un tiempo cansado de aguantar los achaques de su padre, decidió acabar con aquella situación y puso en marcha una macabra idea.
Cargó al padre a hombros, subió a una montaña y los despeñó por un precipicio y lo mató.
Pasaron los años y ese hijo ya anciano fue cargado por su hijo con la misma intención que tuvo su padre con el padre.
A mitad de camino se sentó a descansar, momento que aprovechó el anciano para romper el silencio y se dirigió al hijo y le dijo:
—Hijo mío, aquí, en esta misma piedra, descansé yo cuando fui a enriscar a tu abuelo.
En ese momento, el hijo lo miró a los ojos y vio que sus lágrimas corrían. Enternecido, cargó de nuevo al anciano y le dijo:
—Vamos para casa padre, porque a mí no me van a enriscar mis hijos.
Dicen que lo que hacemos a los padres nos lo devuelven los hijos, aunque no siempre sea así… Hay gente que han cuidado y velado por sus padres y de sus hijos han recibido desprecio.
Quién no respeta a sus padres no merece la vida.
"Ama a tus padres para que te amen tus hijos".
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