Hace muchos años había un honrado ciudadano romano que tomó la determinación de separarse de su mujer abandonándola. Sus amigos, que no entendieron esta decisión, le recriminaron por ello, pues no veían claros los motivos de aquel repentino abandono:
—¿No es hermosa tu mujer?—, le preguntaron desconcertados.
—Sí que lo es. ¡Y mucho!—, respondió.
—¿No es, acaso, casta y honrada?—, prosiguieron.
—Por supuesto, también lo es,— dijo el romano.
Extrañados por las respuestas de su leal amigo, insistieron en conocer el motivo que le había llevado a tomar una decisión tan extrema. El hombre, entonces, hizo una pausa, se quitó un zapato y mostrándolo a sus amigos, preguntó:
—¿Verdad que es bonito este zapato?
—Sí que lo es,—contestaron al unísono.
—¿Diríais por su aspecto que está bien construido?— quiso saber.
—Sí, sí, eso parece,— afirmaron.
Y entonces él, volviéndose a calzar les aseguró:
—Pero ¿verdad que ninguno de vosotros puede decir dónde me aprieta?
Esto nos demuestra que antes de juzgar a alguien por las decisiones que toma, aunque no las entendamos y no sean de nuestro agrado, primero habría que saber ponerse en su lugar.
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