sábado, 15 de junio de 2019

La indiferencia


El castigo de la indiferencia... La indiferencia es una forma de agresión psicológica. Es convertir a alguien en invisible, es anularlo emocionalmente y vetar su necesidad de conexión social para llevarlo a un limbo de auténtico vacío y sufrimiento. Dicha práctica, como ya sabemos, abunda en exceso en muchos de nuestros contextos: la vemos en familias, en las escuelas, en relaciones de pareja, e incluso entre grupos de amigos.

Lo contrario del amor no es el odio, es la indiferencia. Lo contrario de la belleza no es la fealdad, es la indiferencia. A su vez, lo contrario de la fe no es la herejía, es la indiferencia. Y lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia entre la vida y la muerte. Elie Wiesel.

Falta de comunicación, evitación, hacer el vacío de forma expresa, frialdad de trato… Podríamos dar mil ejemplos sobre cómo se lleva a cabo la práctica de la indiferencia y, sin embargo, el efecto siempre es el mismo: dolor y sufrimiento. El dolor de ese niño que, sentado en un rincón del patio ve como es ignorado por el resto de sus compañeros. De un hermano que se da cuenta de la falsedad y complicidad de sus hermanos para acercarse con aparente simpatía y descubre que a sus espaldas confabulan y siembran injurias para difamarle. Y el sufrimiento también de esa pareja que, de un día para otro, percibe cómo su ser amado deja de mostrar la correspondencia emocional de antes.

Y sobre la indiferencia opina, Edith Sánchez, en la revista sobre psicología, filosofía y reflexiones sobre la vida: Nadie está preparado para habitar en ese vacío social donde los demás pasan a través nuestro como si fuéramos una entidad sin forma. Nuestras emociones, nuestras necesidades y la propia presencia están ahí y demandan atención, ansían afecto, respeto… ser visibles para el resto del mundo. ¿Cómo afrontar estas situaciones? 

La indiferencia, la invisibilidad social y el dolor emocional. La definición de la indiferencia es a simple vista bastante sencilla: denota falta de interés, de preocupación e incluso falta de sentimiento. Ahora bien, más allá de las definiciones de diccionario están las implicaciones psicológicas. Están, por así decirlo, esos universos personales donde hay ciertas palabras con más relevancia que otras. El término «indiferencia», por ejemplo, es sin duda uno de los más traumáticos. 

Así, hay quien no duda en decir que lo opuesto a la vida no es la muerte sino la falta de preocupación, y ese vacío absoluto de sentimientos que dan forma cómo no, a la indiferencia. No podemos olvidar que nuestros cerebros son el resultado de una evolución, ahí donde la conexión social y la pertenencia a un grupo nos han hecho sobrevivir y avanzar como especie. 

Interaccionar, comunicar, ser aceptado, valorado y apreciado nos sitúa en el mundo. Esos procesos tan básicos, desde un punto de vista relacional nos hace visibles, no solo para nuestro entorno, sino también para nosotros mismos. Es así como conformamos nuestra autoestima, así como damos forma también a nuestra identidad. Que nos falten esos nutrientes genera serias secuelas, implicaciones que es necesario conocer. 

La indiferencia genera una fuerte tensión mental. Las personas necesitamos «leer» en los demás aquello que significamos para ellos. Necesitamos certezas y no dudas. Ansiamos refuerzos, gestos de aprecio, miradas que acogen, sonrisas que comparten complicidades y emociones positivas… Todo ello da forma a esa comunicación no verbal donde quedan incrustadas esas emociones que nos gusta percibir en los nuestros a diario. El no verlas, el percibir solo una actitud fría, provoca ansiedad, estrés y tensión mental. 

Confusión. La indiferencia genera a su vez otro tipo de dinámica desgastante, a saber, se rompe un mecanismo básico en la conciencia humana: el mecanismo de acción y reacción. Cada vez que actuamos de una cierta manera, esperamos que la otra persona reaccione en consecuencia. 

Si bien a veces esta reacción no es la que esperábamos, resulta muy difícil de comprender la ausencia total de ella. La comunicación se vuelve imposible y el intento por interactuar se hace forzado y desgasta. Todo ello nos confunde y nos sume en un estado de preocupación y sufrimiento. 

Da origen a una autoestima baja. Al no obtener ningún tipo de respuesta, de refuerzo por parte de las otras personas, se corta cualquier retroalimentación que podamos tener. En las etapas de formación de la personalidad, esto puede repercutir gravemente en la autoimagen. Es probable que aquella persona que ha recibido indiferencia en estas etapas, llegue a creer que no vale la pena interactuar con ella, dando lugar a una fuerte inseguridad. 

¿Cómo reaccionar frente a alguien que me trata con indiferencia? Las personas, como seres sociales que somos y dotados a su vez de unas necesidades emocionales, aspiramos a establecer una relación de constante interacción con nuestros seres queridos: familia, amigos, pareja… Si en un momento dado empezamos a percibir silencios, vacíos, frialdad y despreocupación, nuestro cerebro (y en concreto nuestra amígdala) entrará en pánico. Nos avisará de una amenaza, de un miedo profundo y evidente: el de percibir que ya no somos amados, apreciados. 

Lo más razonable en estas situaciones es entender qué sucede. Esa desconexión emocional siempre tiene un origen y como tal debe ser aclarado para que poder actuar en consecuencia. Si hay un problema lo afrontaremos, si hay un malentendido lo solucionaremos, si hay desamor lo asumiremos e intentaremos avanzar. Porque si hay algo que queda claro es que nadie merece vivir en la indiferencia, ninguna persona debe sentirse invisible en ningún escenario social, ya sea en su propio hogar, en su trabajo, etc. 

Asimismo, hay un aspecto que es necesario considerar. La indiferencia largamente proyectada sobre alguien en concreto o sobre un colectivo es una forma de maltrato. Aún más, en un estudio llevado a cabo en la Universidad de California se demostró que este tipo de dinámica basada en la exclusión y en la despreocupación, genera dolor y angustia. Es un sufrimiento que trasciende nuestras emociones para llegar también a nuestro cuerpo. 

El último recurso: alejarse. Pues, si una relación se da un cambio inexplicable de actitud y has intentado saber qué ha pasado y no recibes respuesta, más bien se reafirman en su comportamiento de darte de lado, serás tú quien tengas que escudarte en la indiferencia como 'arma' de protección, para poder proteger tu autoestima. Hay quien encuentra en la sinrazón su razón para crear conflictos y encubrir sus envidias, sus miedos e inseguridades. Si luchas por una relación, si inviertes tiempo y esfuerzo y no ves  resultados positivos, lo más sano será alejarnos, porque te acarreará consecuencias perjudiciales para tu estado de ánimo y para tu salud en general. Aunque sea un hijo o un hermano, es urgente que renuncies a tener una relación cercana con esas personas y busques proximidad con otros, para quienes sí seas importante. Intégrate en grupos donde seas escuchado y valore tu forma de ser. Romper con una relación de indiferencia te dará una nueva perspectiva del mundo y potenciará tu desarrollo. A la indiferencia le podemos hacer frente con la indiferencia.

La distancia no separa a las personas, la indiferencia sí. La indiferencia puede servirte como coraza para protegerte de la maldad y de la hipocresía. Frente al desprecio, la indiferencia te sirve de protección para que no te haga tanto daño.

La indiferencia hace sabios, la insensibilidad monstruos. Denis Diederot. 

Y, César Lozano, decía: Un toque de indiferencia sin enojo, un espacio en el tiempo y distancia, hacen reaccionar a quien verdaderamente te ama.

Fotografía: MabelAmber

No hay comentarios :

Publicar un comentario