Durante nuestra vida vamos acumulando recuerdos que van quedando grabados en la memoria y recordar es una actividad sana. Es necesario abrir el baúl de los recuerdos y rememorar con alegría lo bueno vivido, para que en momentos bajos nos aleje la depresión y nos ayude a combatir el estrés, inyectando ilusión en el día a día. Está comprobado que se esté contento o se esté triste, esta actividad aparentemente improductiva pone en marcha el sistema de recompensa del cerebro y aumenta la motivación.
Como propone la letra de «El baúl de los recuerdos», de Karina, volver la vista atrás es bueno a veces y nos permite mirar hacia delante con menos temor. En especial si lo que sacamos del mítico baúl son recuerdos de los momentos agradables que hemos dejado atrás. Y es que este pasatiempo tan sencillo y aparentemente insustancial que hacemos de forma natural con cierta frecuencia es muy útil, porque nos ayuda a regular mejor las emociones, a alejar la depresión y nos hace más fuertes frente al estrés, como han demostrado varios estudios recientes.
Por eso un grupo de psicólogos de la Universidad de Rutgers se ha preguntado qué ocurre en el cerebro cuando nos entra la nostalgia de los buenos momentos pasados y por qué tiene efectos tan positivos en nuestro estado de ánimo. Sus hallazgos los cuentan en el último número de la revista Neuron.
Para averiguarlo sometieron a un grupo de voluntarios a resonancia magnética para poder ver cómo y qué partes de su cerebro se activaban con esos agradables recuerdos. Y lo que han visto es que revivir mentalmente los buenos momentos nos inunda de las emociones que entonces sentimos casi con la misma intensidad. Esas emociones son percibidas como una gratificación y ponen en marcha el sistema de recompensa del cerebro, de forma muy similar a cuando las experimentamos en la situación real. Con ello se libera dopamina, un neurotransmisor que nos proporciona una sensación de euforia, pero que también, según estudio muy recientes, aumenta la motivación.
De hecho, muchos participantes en el estudio preferían seguir buceando en sus recuerdos agradables a elegir otros neutros con los que podían obtener una gratificación económica. Algo que llamó la atención de los investigadores, ya que, razonan, no parece necesario renunciar al premio por seguir ensimismado en esos recuerdos, que son accesibles en cualquier momento. Sin embargo, el hecho de que seamos capaces de renunciar a una recompensa económica por un recuerdo agradable lleva a estos psicólogos, liderados por Mauricio Delgado, a pensar que rememorar los momentos felices debe tener una función adaptativa importante, y por eso los evocamos de manera natural y frecuente. Y proponen que echar una mirada al pasado con un filtro positivo nos hace más felices y nos permite después hacer frente con más éxito a las experiencias negativas, cuando lleguen. Algo así como una especie de vacuna contra el desánimo, lo que es lo mismo la desmotivación. Y es que, aseguran ayudan a los que tiene esta costumbre a automotivarse, sin depender de recompensas externas, como el dinero.
Se basan en el hecho de que revivir el pasado es algo que tienden a hacer con menos frecuencia las personas con depresión, que abren en menos ocasiones su baúl de los recuerdos, y en especial airean poco los positivos. Sumidos en la «negra sombra» de la depresión, les cuesta más revivir las emociones positivas asociadas a las experiencias agradables pasadas, y fallan también a la hora de mantener la sensación de bienestar que proporcionan.
Además, han visto que esa capacidad para revivir emociones positivas al echar un vistazo al pasado se relaciona con el nivel de resiliencia, o capacidad de cada persona de sobreponerse al dolor emocional y las situaciones adversas. Al parecer, disfrutar en la imaginación de los sucesos positivos de nuestro pasado es una buena táctica para combatir los problemas que nos traerá la vida. Y las personas con una mayor resiliencia son las que muestran una mayor activación de su sistema de recompensa cuando rememoran los buenos momentos. Y, puede deducirse, aquellas que tendrán una mayor dosis de dopamina que los motive a seguir adelante respaldados por los éxitos y buenos momentos pasados que traen a su memoria.
Aunque no pueden demostrarlo aún, proponen el camino inverso para resarcirse de los sinsabores diarios: sumirse en los recuerdos agradables para aumentar la resiliencia, esa innata capacidad de adaptación frente a lo inesperado para mejorar el ánimo. Una práctica que algunos psicólogos tratan de instaurar en sus pacientes deprimidos, a los que recomiendan que al final del día se esfuercen por encontrar algo positivo en su jornada, y dediquen unos minutos a pensar en ello. El objetivo es que acaben el día con una emoción positiva, y enseñarles de paso, que lo que sienten está determinado por lo que piensan, o recuerdan.
Para algunos, el recuerdo del pasado hace que las almohadas sean incomodas y las noches muy largas. Pero recordar nos viene bien a todas las personas porque los buenos recuerdos son como un bálsamo reconfortante y las cicatrices guardan lecciones de vida. A mí, mis buenos recuerdos me dicen que mi pasado valió la pena porque, incluso en las adversidades, fui fuerte para seguir adelante.
Los recuerdos no están en la memoria, están en nuestro corazón. No renuncies a tus recuerdos porque llegará un día en que nuestros recuerdos serán nuestra riqueza.
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