Antes de hablar mal de tu hermano, revísate primero.
Un maestro explicaba a sus alumnos la importancia de no criticar a nadie sin antes ver tus fragilidades, tus miedos y tus propias miserias humanas.
—Cuando mires a alguien con la intención de ver en él lo que tú quisieras que tuviera para poder criticarlo sin piedad, párate, revísate y busca en tu interior el porqué de esa necesidad. Verás que en tus carencias compites por destruir lo que admiras en tu adversario; adversario porque ya no lo miras con ojos de hermano, sino como alguien que impide que se te vea, por eso, todo lo bueno que le reconoces lo empañas para que su brillo se apague.
Ojalá, siempre consigamos ver las cosas buenas de los demás, pero en verdad, cuando sentimos envidia miramos al hermano buscando defectos, aunque no los tenga. Intentamos descubrir una maldad, porque deseamos que sea peor que nosotros. Fingimos sentirnos heridos por él, porque creemos que por nuestra mala acción nunca seremos perdonados. Conseguimos herirlo con palabras duras afirmando que decimos la verdad, cuando cobardemente estamos ocultando la verdad para resaltar la mentira aniquiladora. Pero tú que actúas así, no te olvides que siempre que estés juzgando a tu hermano debes tener conciencia de que eres tú quien está en el tribunal.
Hay hermanos que se empeñan en destruir el horizonte señalado por sus padres y su buen nombre, pero alguien dijo: «Hermanos, como las ramas de un árbol crecemos en distintas direcciones, pero nuestra raíz continúa siendo la misma. Así la vida de cada una siempre será una parte fundamental de la otra».
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